«La obra pública ha de corresponder ecológicamente no sólo a la solicitación de la colectividad interesada que la reclama, sino que debe justificarse ante la totalidad el pueblo que la sufraga; y ha de ser, por lo tanto, respuesta concreta a las legítimas aspiraciones de todos». (José Torán)
Tiempo ha, leí un artículo en el que se defendía el NO limpiar los ríos. Fue más o menos hace «n» inundaciones con secuelas económicas graves en España. En la «n» pueden poner cualquier dígito
Y lo he vuelto a leer con enorme interés, dada su actualidad, puesta una vez más de manifiesto tras la gota fría que ha azotado con crueldad al levante español. Sobre todo a algunos municipios de Valencia, Albacete, Almería y Málaga.
Amigos profesionales de Valencia que saben mucho más que nosotros nos relatan esto:
Las lluvias caídas en la zona más afectada de la provincia de Valencia generaron caudales fluyentes por tres cauces. El del Turia, el del barranco del Pollo y el del río Magro.
El nuevo cauce del Turia pudo absorber su avenida y Valencia se salvó de una catástrofe. Los calados en municipios de aguas arriba fueron superiores a los de 1957.Respecto al barranco del Pollo, que recoge escorrentías de la sierra de Chiva, no está regulado. Y sus caudales, retenidos por los sedimentos y sólidos depositados en el cauce, llegaron cual olas desatadas a los núcleos urbanos del oeste y sur del área metropolitana. El parking del mayor centro comercial de la zona, construido en el año 2000, se inundó sepultando en fango cientos de vehículos.
Como bien indica el ICCP Juan José De la Torre, ese parking “ ya fue anegado durante las obras. En 2022 una parte se llenó de agua y hubo que cerrar el centro comercial. Es mandatorio evitar a toda costa la entrada directa de caudales superficiales a aparcamientos o estaciones subterráneas de Metro, pensando en muy elevados periodos de retorno así como en potenciales escenarios accidentales (obturaciones, etc.), ya que se pueden convertir en auténticos «cementerios». Así han definido los bomberos el aparcamiento de Bonaire tras sus primeras inspecciones”
Pero, por fortuna, en el río Magro la presa de Forata, receptora en su embalse de las aguas de su cuenca alta en Utiel, a 100 km de Valencia laminó la avenida y evitó que aguas abajo el desastre fuera aún mayor.
Sus gestores y planificadores se merecen un monumento por las vidas salvadas y los bienes defendidos.
Debemos tener en cuenta que desde el año 2003 está vigente el PATRICOVA, cuyas delimitaciones de caudales y zonas inundables han sido claves para los desarrollos urbanísticos posteriores a esa fecha en todos los pueblos afectados. Esa ordenación del territorio, define las medidas de defensa a adoptar cuando se permite construir en zonas inundables.
Además debe tenerse en cuenta que hay una gran superficie de territorio ya consolidad antes de la entrada en vigor del PATRICOVA.
La cuestión está en que estaban planificadas desde 1985 obras de dedensa y laminación. Fundamentales en zonas tan antropizadas como ésta y prevista su ejecución desde 2003. No se han hecho. Pero, ¿se ha limpiado? VeamosLa obra pública hidráulica hace un tiempo que agoniza en España. Y sus artífices, los hijos de Marta que tan bien definió Torán, o están retirados en sus cuarteles de invierno, o la han acompañado muy lejos, o se dedican a otros menesteres más productivos. Parece que el futuro del agua ya no necesita tanta obra pública, pero solo lo parece. Mientras, limpiar es pecado mortal.
Como coach y ex- artífice de obras públicas hidráulicas, el artículo me hizo reflexionar y emitir mi feed-back directo: me llegó rigidez, creencia limitante. Estoy seguro que aún quedan en España lectores profesionales de la obra pública que podrían recoger el guante lanzado por el autor en aspectos relacionados con la hidrología (ciencia tan aludida por muchos como poco comprendida por algunos), con la gestión de avenidas. Y con tantos otros menesteres de la ingeniería, que ingenieros habrá que sepan defender y justificar, ante el descrédito y ludibrio al que está siendo sometida la profesión en estos tiempos tan agitados para todo y para todos. No voy a entrar en ellos, que doctores tiene la iglesia y yo no soy ni clérigo ni doctor.
Tampoco me mueve afán corporativo porque ya no ejerzo de ingeniero. Y, aunque ejerciere, nadie soy para defender o atacar corporaciones profesionales que, por el hecho de serlo, me merecen todos los respetos. Sin embargo, mi creencia en la multidisciplinariedad en los menesteres de la gestión del agua es firme. Y mi aversión a los estériles debates de las adhesiones inquebrantables al dogma de la nueva religión del imperio es manifiesta por harto escrita.
El epígrafe de este artículo, intenta dar una visión complementaria al título de su aportación para enfocar el tema desde otro punto de vista. Con el único objetivo de que todos los que los lean, puedan tener una visión más completa de la problemática tratada. Y por ello más rica para construir su opinión al respecto. Ni pretende convencer ni dar lecciones. Solo mirar desde otro lugar.
Por eso, lo hago desde mi perspectiva. La de quien fue un modesto ingenierete de a pie, nada experto, que sigue aprendiendo todavía. Y que aprendió a limpiar bastante en su juventud. En el día a día de su trabajo, aprendiendo lo que significa el río para los ribereños. Para los que viven y trabajan en, cerca de y a veces bajo sus aguas y por ello lo consideran recurso indispensable. Un patrimonio inalienable, riesgo incierto y elemento de convivencia. Que hay que limpìar
Porque el río es país, paisaje y paisanaje (no olvidéis nunca la importancia de esta última palabra en el conjunto).
Me baso en mis vivencias de décadas pisando el río y tratando con sus vecinos cercanos pues no tengo experiencia en la Academia, sólo en el campo. Y las concreto en una foto que tomé en el río Calders en 1994, tras una avenida extraordinaria que supuso unas consecuencias de gran alcance para las redes de abastecimiento de los municipios ribereños, derribó dos puentes e invadió terrenos agrícolas y urbanos, acabando con la vida de una persona que “pasaba por allí” y se acercó a fotografiar la imponente manifestación de la fuerza de la naturaleza desatada, siendo arrastrado por la ola que le fascinaba.
Viendo hoy el desastre de Valencia, me duele en el alma comprobar cómo se repite esta imagen. Y el dolor se intensifica pensando en los afectados. Vidas y haciendas arrastrada por el agua cuando el caudal se hizo ola al reventar el puente convertido en presa.
Enfatizo el “para qué”, soslayo el “por qué”. ¿Para qué limpiar el río? La acepción que normalmente se emplea para explicar lo que significa limpiar es una de las muchas que señala la RAE, la de quitar la suciedad. Yo añado otra, también definida por ese diccionario:
- Hacer que un lugar quede libre de lo que es perjudicial en él.
Yo la complemento (que no anulo), aclarando de entrada que la actuación en un cauce o en una ribera que yo defiendo no es la de masacrar con maquinaria pesada todo lo que estorba, sobresale o molesta. Es la de liberar de lo que es perjudicial para alguien o algo, con técnicas respetuosas con lo que se debe respetar. El patrimonio de todos, entendiendo que también la vida y los bienes públicos o privados de los seres humanos son patrimonio de algunos y de todos. Es factible, es posible y es caro. Nada más.
¿Para qué limpiar un río?… para liberarnos de lo que es perjudicial (solo de eso) para los ribereños y los no ribereños. ¿Quién define lo que es perjudicial?. Ni la academia, ni la administración: la sociedad, el sentido común, la altura de miras, el consenso en los objetivos, la convivencia.
Y la avenida del río Calders, les (nos) perjudicó.
Vean la foto: esa vegetación leñosa derribó entonces y ha vuelto a deribar ahora puentes carreteros y ferroviarios. Taponó los drenajes longitudinales y transversales, luego alteró las comunicaciones. Todo ello repercute enormemente en la calidad de vida y en los presupuestos generales. Arrasó y arrasa plantas potabilizadoras, luego dejó sin recurso de boca de calidad a miles de personas.
Destrozó y destroza depuradoras, captaciones de agua de ribera, pozos de abastecimiento. Instalaciones que solo pueden estar en zona inundable. ¿Queremos prescindir de los puentes, potabilizadoras, depuradoras, captaciones, sistemas de saneamiento, pozos, ya ejecutados que no son adecuados para permitir la alterada respiración de la corriente en episodios terribles pero puntuales?
¿Queremos pagar la construcción de miles de pequeños puentes de mayor sección, algunos ya incluidos en la relación de bienes patrimoniales por su antigüedad?
Mientras encontramos una respuesta algo inteligible para la sociedad que sufraga, en palabras de Torán, me parece que la única opción es la de seguir “limpiando” cauces, eso sí, de manera inteligente, selectiva, respetuosa con el medio y cara. Como nos limpiamos el cuerpo, el alma, la casa, la ciudad y el cerebro, porque no se puede vivir sin limpiar.
No he sabido encontrar en la literatura de los que defienden la NO limpieza ninguna mención especifica a estos temas que cito, ni sé si las soluciones que plantean resolverán el problema que yo he vivido cuando he tenido que trabajar a pie de río después de una riada en pequeños municipios afectados por ella. Y limpiar.
La mención dudosa a la beneficiosa capacidad de laminación de los grandes embalses bien gestionados, la entiendo como hecha desde una perspectiva de guardián del territorio, de rígido protector del río y su ecosistema, como una creencia limitante. Y aquí, yo, que también lo soy modestamente, sin títulos académicos rimbombantes, a mi manera, introduzco la distinción “y”-“o”. Es difícil entender hoy en día que solo se mencione al río como un elemento ajeno, separado e independiente de todo lo que le rodea. Esta sería la visión parcial del “o río o urbanización humana-agricultura intensiva”.
Defiendo una postura más abierta, más flexible: Río “y” ocupación del territorio están condenados a coexistir, porque ya no es posible separarlos. Lo hecho, hecho está y es carísimo y socialmente imposibl e de remover. Hay que convivir con ello, nos guste o no. La ocupación, salvaje o no, del territorio la tenemos con nosotros, debemos convivir con ella, mejorando lo posible, adaptándonos a los riesgos de todo tipo que conlleva.
Conclusión:
La no limpieza (en la acepción que yo le doy) del cauce puede llegar a ser una actuación destructiva de las instalaciones básicas de abastecimiento, saneamiento, drenaje y comunicación cercanas al cauce, que puede originar graves consecuencias en ellas, en las personas que de ellas se sirven y en la sociedad en su conjunto. Es necesario flexibilizar las posturas, aportando soluciones argumentadas, valoradas y posibles, que tiendan a la adaptación a la situación existente y respeten la coexistencia de la urbanización y el espacio fluvial, tanto donde se solapan ya de forma irreversible, como donde aún no se han solapado.
En este último caso, me sumo a una idea común. La de la la flexibilidad, porque desde ella, todo es posible. Y con la rigidez es muy difícil salir de la ordenanza inútil de la queja perenne e inocua y avanzar hacia el consenso. Convivamos, es decir vivamos con el río. Y hagámoslo de todos, no solo de unos, por muy «creyentes» que sean. Limpiar, también.
Lorenzo Correa
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Estoy de acuerdo con lo expuesto por Lorenzo y lo digo con la experiencia de haber intervenido en la gestión de varias limpiezas en la cuenca del río Tordera. Recuerdo una limpieza en un tramo en Hostalric que varias entidades ecologistas presentaron muchas alegaciones, por lo cual nos reunimos en el Ayuntamiento y después de aclarar lo que se pretendía, resulta que nadie de los alegantes había leído el proyecto de limpieza. Al final terminamos levantando acta en la que todos estaban de acuerdo en la necesidad de ejecutarla. Paradójico.
Opino que en las cuencas torrenciales puedes ser peligroso para los habitantes riberencos el dejar incólume y de forma permanente la vegetación, sobre todo la arbórea, sin un adecuado mantenimiento, que evite los daños expuesto por Lorenzo.
La voz de la experiencia. La de quien ha estado en esa cuenca media vida ofreciendo su trabajo y su sabiduría.