Llevamos más de un año escribiendo sobre la crisis del agua que atenaza a la zona más poblada de Cataluña. cuya punta del iceberg es la sequía que padecen sus cuencas internas. En ese período de tiempo se ha producido un cambio de gobierno, que como siempre ocurre en estos casos, ha hecho incrementar las esperanzas de que los nuevos responsables de la gestión hídrica enfoquen con valentía y sapiencia las actuaciones a emprender para apaciguar la crisis y combatir la sequía. Es el tiempo de la hidropolítica.
En Cataluña, la crisis de la gestión del agua es una crisis cultural. La cultura en la que nacimos y crecimos los mayores de 60 años, es una cultura “familiar”, o sea patri-matriarcal. Se basa en relaciones que surgen de la respuesta social a un estímulo emitido desde el poder: autoridad y sumisión, desconfianza y control.
Los gestores tradicionales del agua son y ejercen la “autoridad” en su materia. Y, como tal autoridad tradicional, corren cada vez más el peligro de negar constantemente a sus súbditos e impulsarles a un vivir sin respeto por ellos mismos, ya que viven en un bucle infinito de relación basada en autoridad, sometimiento, desconfianza y control (ASDC). Para salir del bucle hay que asumir que cualquier idea es buena, aunque cualquier juicio sea inevitable. Pero poder demostrarla y fundamentarlo es mucho mejor. Esta es la clave de un sano debate imprescindible para modificar la típica relación ASDC.
Cuando afirmamos que vivimos una crisis cultural del agua, queremos decir que en todo el mundo existe un debate abierto que la provoca sobre cuestiones fundamentales para definir y acordar la forma en que debe gestionarse el agua en este siglo. En los países más desfavorecidos, el debate se centra en la forma de dar garantía de calidad y cantidad para abastecer y sanear a la población. Descargando al medio emisor y receptor de la pesada carga a la que está sometido a causa de la cada vez más elevada población que exige ser servida.
Se trata de resolver un problema humano, sanitario y ambiental de primerísima magnitud. De tapar la brecha de la inmigración masiva. Y de permitir un estable crecimiento económico que lleve a una mejora de la calidad de vida, sin caer en los errores cometidos por los países antes desarrollados. Pero teniendo el mismo objetivo de mejora de calidad de vida a un precio asequible. El reto es enorme.
En los países más avanzados, caso que hoy nos ocupa, se trata de decidir el modelo de gestión (público, privado o mixto), que asegure un buen servicio a un precio asequible a todos los ciudadanos sin afectar al medio y contentando a todos los actores. Rrespetando los derechos adquiridos, implementando nuevas técnicas muy costosas y ajustando los costes, actuando con la máxima transparencia en la toma de decisiones. Combinar lo técnicamente factible con lo económicamente realizable y con lo socialmente aceptable. Otro reto enorme.
Toda gran crisis cultural obliga a un reencuentro entre filosofía y sentido común, entre filosofía y vida. Por ahí va ese novedoso (no sé si nuevo), concepto de la hidropolítica. Hoy día, nuestra vida le exige cuentas a la filosofía y ésta se ve obligada a sumergirse en ella para revitalizarse.
La resolución de una crisis cultural de este tipo obliga a una suerte de liberación de las cadenas de un pasado filosófico e invita a un volver a partir.
La hidropolítica hecha por políticos convencionales, o por “ejecutivos del agua”, se queda solo en política mojada. Porque un “nuevo” punto de partida, se convierte rápidamente en un punto de saturación. Y en él se crean naturalmente condiciones para rebasar sus principios fundamentales.
Resumiendo: nuestra cultura del agua ha entrado en una profunda crisis que compromete sus presupuestos filosóficos esenciales. En estas circunstancias, volvemos nuestra mirada hacia la filosofía, cuyo lenguaje parecía ininteligible a la inmensa mayoría de los mortales, que respetaban reverencialmente su autonomía, dejándola fuera de sus problemas cotidianos.
Ahora, el ámbito de la gestión del agua, ya es un problema cotidiano. Y comienza progresivamente a ganar la atención de un público “experto” o no, previamente despreocupado por los problemas filosóficos. Cada vez oiremos más discursos filosóficos emitidos desde fuera del ámbito formado por los profesionales y los gestores convencionales del agua.
Hidropolítica, gestión eficiente, nuevas culturas del agua. Mensajes cada vez más presentes en la vida cotidiana que hacen tambalear la habitual seguridad de disciplinas tan particulares como esta. Visiones filosóficas que comienzan a ser habitualmente abordadas por los medios de comunicación que proyectan a la sociedad el eco de preguntas que no obtienen respuestas satisfactorias. Síntoma de profunda crisis cultural, antesala de un gran giro sobre la comprensión de la visión del agua del siglo XXI.
Se abre el telón y comienza una nueva representación cuyo nudo serán las grandes resoluciones a adoptar en el campo de la gestión hídrica. Su desenlace, modificará inevitablemente las condiciones de toda una generación de expertos y del conjunto de las disciplinas a través de las cuales orientamos nuestras distintas actividades en la gestión del agua.
Así las cosas, el próximo mes de marzo, la Asociación Catalana de Amigos del Agua ha organizado el sexto Congreso del Agua en Cataluña. En este evento se pretende abordar la gestión hídrica desde una perspectiva holística, transversal y enriquecedora, aprovechando las enseñanzas del pasado, las interpretaciones del presente y la prospección del futuro en una comunidad hídrica como la catalana en la que, a su escala, se dan todas las condiciones de partida para garantizar que la extrapolación de las conclusiones será de utilidad para cualquier otra comunidad. La hidropolítica adquiere un protagonismo estelar
Su lema, «AGUA: CONVIVENCIA Y SUPERVIVENCIA”. Con un programa definido en torno a los siguientes ejes fundamentales:
- La sequía como elemento estructural
- Agua, alimentación, energía y ecosistemas
- Nuevos recursos
En la introducción al programa del Congreso, se relata con maestría la crisis del agua en Cataluña:
«Las estructuras de regulación de las aguas superficiales de las Cuencas Internas se han demostrado insuficientes en el reciente episodio de sequía. Por ello, deberemos alentar a los nuevos rectores para que realicen una gestión más precisa de nuestros embalses. Y a incrementar el porcentaje de utilización de las aguas subterráneas, mediante una intensa campaña de investigación de nuevas captaciones y la investigación y recuperación de acuíferos contaminados.
De forma complementaria y ante el riesgo de que el conjunto de medidas mencionadas no garanticen el suministro de agua, deberá incrementarse la producción de agua procedente de nuevas desalinizadoras, haciéndola compatible con el impulso de la reutilización de agua agua regenerada para los usos, en este caso, que permite la normativa vigente, sin olvidar la posibilidad de avanzar hacia una Cataluña intercomunicada hidrológicamente.
Es muy urgente dotar presupuestariamente a un programa para la modernización de los regadíos. En la doble línea de fortalecer su sostenibilidad y mejorar su rentabilidad económica, consiguiendo al mismo tiempo una disminución importante de las actuales dotaciones de agua utilizadas por el regadío, tanto superficiales como subterráneas, así como una adecuada gestión de los purines. Pensamos que una reducción de un 10% de las actuales dotaciones comportaría un ahorro equivalente a la producción de la desalinizadora de El Prat.
Hemos entrado en un nuevo paradigma. Nos jugamos demasiado. Está en juego nuestro crecimiento como sociedad avanzada o decadencia. Y esto no es la expresión de una desmesura tremendista.«
Creemos que es el mejor momento para iniciar las representaciones.
Pasen y vean, la función hidropolítica va a comenzar.
Lorenzo Correa
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