2023, año récord de guerras del agua 


La guerra produce terribles secuelas entre las poblaciones civiles que la sufren. El pasado año 2023 ha sido especialmente alterado por guerras que todos tenemos en nuestra memoria y que todavía duran. Además de Gaza y Ucrania, hay guerra en Burkina Faso, Somalia, Sudán, Yemen, Myanmar, Nigeria y Siria En todas partes, desolación, muerte, ruina y pérdida de seres queridos. 

Pero la posguerra sin la solidaridad imprescindible de quienes pueden dar su apoyo a los desvalidos, aún puede empeorar las cosas. Sobre todo si el agua no abunda, las infraestructuras están destrozadas y los vecinos no colaboran lo suficiente. Todos se aprovechan de la debilidad del perdedor. Las secuelas de la guerra se agravan cuando la gestión del agua no puede ser una prioridad.

No podemos olvidar la rotura aún no aclarada de la presa de Kajovka en el ucraniano río Dnieper.  Estos eventos incluyen desde ataques a presas, como el recientemente citado, como a pozos y  redes de abastecimiento y saneamiento. También  agresiones y asaltos para poder controlar el acceso a las captaciones de agua. Además, se usa el agua como arma de guerra.

Desde 1977, el Protocolo adicional a los Convenios de Ginebra de 1949 relativo a la protección de las víctimas de los conflictos armados internacionales prohíbe los ataques a infraestructuras, también  hidráulicas, si existe riesgo de causar «graves pérdidas» a la población:

«Las estructuras o instalaciones que contengan fuerzas peligrosas, a saber, presas, diques y centrales nucleares, no serán objeto de ataques, aunque sean objetivos militares, cuando tal ataque pueda causar la liberación de dichas fuerzas y la consiguiente pérdida grave de vidas civiles. (Artículo 56)

La Unión Soviética ratificó este protocolo en septiembre de 1989. Sin embargo, por orden del presidente Putin, la Federación de Rusia, revocó la ratificación en octubre de 2019. Por su parte, Ucrania lo ratificó el 25 de enero de 1990..

Una de las razones de peso para activar este protocolo fueron las voladuras de presas realizadas durante la Segunda Guerra Mundial y en la guerra de Corea.

Voladura de la presa de Dneprostroi en 1941 Wikimedia Commons

Por desgracia, el protocolo sigue siendo hoy de gran actualidad. Porque la violencia en la lucha por la posesión del agua se ha desatado en el año 2023. Recientemente, hemos podido consultar un exhaustivo informe realizado por el Instituto del Pacífico (PI) con sede en Oakland, California. Reúne a un grupo de expertos en agua de todo el globo y actualiza anualmente  su Cronología de los conflictos relacionados con el agua. Se trata de la base de datos en abierto más completa del planeta, iniciada en la década de 1980 

El trabajo citado fue presentado el pasado mes de agosto, con motivo de la celebración de la Semana Mundial del Agua de Estocolmo. En esta ocasión, su lema fue  «Superar fronteras: agua para un futuro pacífico y sostenible«.

Vayamos a los datos que otorgan a 2023 el triste récord del aumento de una vez y media en el número de conflictos del agua respecto a 2022.  O en un 89%  respecto a  2021. Lejos quedan los entablados en 2021, con solo 22 incidentes frente a los 231 de 2023. En cuanto al número de incidentes armados que repercuten sobre las fuentes de captación de agua y sus redes de transporte, distribución y saneamiento, llega a 300 nuevos casos, incluidos en el informe.

Todos están reseñados en noticias de prensa, testimonios presenciales y en otras bases de datos de conflictos, como la de “Armed Conflict Location & Event Data”, que recopila y documenta decenas de miles de conflictos violentos en todo el mundo. También son importantes los informes de las ONG.  

Impresiona comprobar que la base de datos del PI reseña “batallas del agua” desde hace 4500 años. Pero sus datos no disponen, como es lógico, de la posibilidad de ser contrastados. Por ello, su análisis  se inicia en el año 2000. Porque consideran que en este casi cuarto de siglo  las fuentes de información son bastante fiables. Cada entrada en la base de datos se clasifica en tres grupos, en los que el agua es.

  1. desencadenante de la violencia,
  2. víctima de la violencia
  3. arma. 

El primero de ellos incluye los conflictos violentos desencadenados por el control o el acceso a los recursos hídricos. Su paradigma es la sequía. En el caso de los otros dos, el conflicto no tiene su origen en el agua sino en litigios de índole económica, fronteriza o ideológica. 

Así, en el caso 2, es el agua víctima de la violencia cuando se atacan recursos estratégicos, como son  las instalaciones de producción de energía o las redes de transporte y distribución durante guerras cuyo factor desencadenante nada tiene que ver con el agua. Más evidente es el caso 3. El agua es un arma letal si se vuela un presa, se ataca una desalinizadora, potabilizadora o depuradora. O se hormigona un pozo.

Al caso 1 pertenecen en 2023 los conflictos hídricos en los que el agua fue un detonante Suponen el 39% del total. Por su parte en el caso 2, agua víctima de conflictos, se engloba el  50% de los incidentes. Mientras que en el caso 3, el agua fue usada como arma en el 11% restante. 

Preocupa comprobar cómo el número de conflictos regionales (guerras civiles) supera en bastante  las guerras  interestatales. Porque el 62% de los conflictos se produjeron dentro de las fronteras de un país y solo el 38% involucraron a países diferentes.

Las guerras actuales, como las pasadas, suponen una cada vez más acusada repercusión violenta sobre los recursos hídricos. Y es que se lucha ferozmente para detentar su control y acceso. Disponer de agua es básico en la paz, pero sobre todo en la guerra. Sobre todo ahora con las oscilaciones extremas del clima  y el crecimiento de la población. 

Ante esta situación, al PI no le queda más remedio que trabajar duro en la identificación  y reducción de los riesgos de  violencia relacionada con el agua. La estrategia a seguir solo puede basarse en  promulgar políticas para distribuir y compartir el agua de manera más equitativa entre las partes interesadas. Usando la tecnología puede ayudar a utilizar de manera más eficiente el agua disponible. 

Se trata de negociar acuerdos sobre usos compartidos de los recursos hídricos  y su gestión conjunta. Es la clave para resolver conflictos transfronterizos. Ahí están los casos del Tigris y el Éufrates, que nacen  en Turquía, transitan por Siria y desembocan en Irak. Turquía tiene las presas en las cabeceras del agua. 

Por su parte, Siria e Iraq reconocen las aguas del río como un recurso compartido. En 1996, la Liga de los Estados Árabes adoptó una Resolución reconociendo a ambos ríos como internacionales, pidiendo una distribución equitativa de los recursos hídricos. Por desgracia, el Memorando de Entendimiento sobre la gestión del agua firmado entre Siria y Turquía en 2009, nunca se llegó a ratificar. Tampoco el que se firmó con Irak el mismo año.

Cuando  se aplican, las leyes internacionales de guerra que protegen las infraestructuras pueden brindar protecciones esenciales que defiendan el derecho humano básico al agua. Por otra parte, la mejora de las prácticas de ciberseguridad puede reducir la amenaza de ataques cibernéticos que intentan  convertir en arma el acceso al agua para las comunidades.

Lorenzo Correa

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