Cauces secos de antaño. El mito del eterno retorno


Para algunos, la sequía es una maldición bíblica que, a pesar de ser habitual desde que el mundo es mundo, ahora se está cronificando y acentuando debido al cambio climático. Y su manifestación gráfica más conocida son los cauces secos.

Sin ir más lejos, en el caso de España, la Organización Meteorológica Mundial afirma que esta situación es ya tan habitual, que la padecemos de forma cíclica cada diez años. Y, por supuesto, añade la muletilla de que ahora está «acentuada por el calentamiento global«. Concluye por ello que «los períodos de sequía sean cada vez más frecuentes, severos y prolongados«.

Es decir que si les hacemos caso, cada vez veremos más cauces secos como los que mostramos en nuestras imágenes de hoy. Sin embargo, ellas nos demuestran que de cauces secos hay mucha información histórica. Derivados, claro está de sequías severas.

Si miramos hacia atrás y consultamos el registro de sequías españolas registradas desde el siglo XVIII, la primera que nos encontramos es la del cuatrienio 1749-1753. Afectó al noroeste peninsular dejando muchos cauces secos, como el del Tormes.

La siguiente se registró en el bienio 1944-1946. Sequía de posguerra que, por esta razón agravó sus efectos al acontecer sobre un país devastado por la guerra civil.

Cauces secos como el del Ebro y el Manzanares, mostraron un paisaje devastador. Madrid sufrió severas restricciones. Las precipitaciones registradas en el trienio fueron las menos cuantiosas del período 1940 y 2003. Y el agua acumulada en los embalses llegó a porcentajes tan escalofriantes como el 14% de su capacidad.

Más cauces secos se divisaron en los cuatrienios de 1979 a 1983 ( entre 1982 y 1984 se decretó la alerta roja. El caudal del Tajo descendió al 12% de la media), y de 1991 a 1995. Y en Sevilla se planteó hasta evacuar la ciudad.

Pero la reacción ante las sequías de la segunda mitad del siglo XX, se diferenció bastante de la generada por las de siglos anteriores. Porque , además de incentivar rogativas «pro pluvia» por doquier se incentivó la redacción de planes hidrológicos nacionales «anti cauces secos» enfocados desde la perspectiva trasvasista.

Destaca el aprobado en 2001, que contemplaba el controvertido trasvase del Ebro, que nunca llegó a producirse. Mientras tanto, seguimos viendo girar la noria del debate trasvasista. Y continuamos viendo cauces secos.

Es nuestra interpretación del mito del eterno retorno. ¿Deberíamos aceptar que todos los acontecimientos del mundo, todas las situaciones pasadas, presentes y futuras se repetirán eternamente, sin cansarnos de discutir para solucionarlo con un acuerdo consensuado?

Lorenzo Correa

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