El final del verano meteorológico en España deja los cauces mediterráneos con enormes carencias de caudal. Cuando aún queda casi un mes para que se inicie el año hidrológico, los cauces están dormidos y solo podrá despertarlos el murmullo del agua cuando vuelva a circular por ellos.

Mientras que las nubes no se animen a dejar caer su carga de ilusiones, esperanzas y gotas sobre los cauces, el único caudal que puede medirse en ellos es el de vehículos por minuto que cruzan raudos y veloces por el puente carretero.

Lejos de nuestra memoria queda la visión del fluir del agua. Ella nos tranquiliza y, a veces, hasta cura. Pero ahora no hay caudal que serene nuestra alma, solo un lecho seco y una multitud de hojas secas que alfombran el cauce con profusión amarillenta.

Sus hermanas, aún verdes y lozanas, ven en ellas su futuro inmediato al divisarlas desde las ramas de los árboles de la ribera. Intuyen, como nosotros, que el río siempre fluye de una edad a otra. Y que tanto sus historias como las nuestras transcurren en sus orillas.

El caudal pasa, como el vehículo rojo de nuestra foto, tan fugaz como huidizo. Mañana esas hojas amarillas habrán flotado en el flujo y serán inmediatamente olvidadas. Pero el río, como la vida sigue fluyendo aunque ahora nos parezca imposible. Solo nos queda medir el caudal de vehículos por minuto, que ese nunca deja de fluir. Y esperar a que llueva

Lorenzo Correa

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