Góngora y los ríos


Córdoba y poesía es decir lo mismo. Más aún si nos situamos en el maravilloso escenario de la Vega del Guadalquivir. Allí recordamos a Don Luis de Góngora y Argote mientras recorremos el tramo fluvial urbano entre puentes. En su margen izquierdo, el perfil de la mezquita. En nuestro corazón, la generación del 27, que encontró su primera justificación programática en la figura de Góngora.

Aleixandre, Cernuda, Lorca, Guillén, Alberti, cercanos pero diferentes, solo coincidieron en algo. Participaron de una más o menos efusiva devoción por la poética gongorina.

Sin embargo, Góngora no era ningún objeto de culto para la Academia. Ni siquiera para los profesores de literatura. Aunque sus poesía estaba en los programas, solo era para acribillarle a críticas. Le acusaban ante los alumnos de «hermético, oscuro y tergiversador del lenguaje» .

Hasta Lorca lo recuerda en su conferencia “La imagen poética de don Luis de Góngora”:

El Góngora culterano ha sido considerado en España, y lo sigue siendo por un extenso núcleo de opinión, como un monstruo de vicios gramaticales cuya poesía carece de todos los elementos fundamentales para ser bella. Las Soledades han sido consideradas por los gramáticos y retóricos más eminentes como una lacra que hay que tapar, y se han levantado voces oscuras y torpes, voces sin luz ni espíritu, para anatematizar lo que ellos llaman oscuro y vacío. Consiguieron arrinconar a Góngora y echar tierra en los ojos nuevos que venían a comprenderlo durante dos largos siglos en que se nos ha estado repitiendo… no acercarse, porque no se entiende… Y Góngora ha estado solo como un leproso lleno de llagas de fría luz de plata, con la rama novísima en las manos esperando nuevas generaciones que recogieran su herencia objetiva y su sentido de la metáfora

Pues a nosotros, nos gusta. Y aprovechamos esta edición de la poesía del agua para proyectar en el Guadalquivir, este soneto amoroso, escrito por él en 1596.

Habla del dolor causado por el sentimiento amoroso y  describe una naturaleza desatada y convulsa, con el agua como protagonista. Para que el agua se apodere del corpus del poema, hasta que en el último endecasílabo, nuestro Góngora afirme que el mundo exterior, catastrófico, es menos temible que los cuidados amorosos que le aquejan.

¿Qué moraleja hidráulica extraen los lectores de esta hiperbólica y artificiosa declaración de amor a Celalba y del aldabonazo que supone el  último verso?

Lorenzo Correa

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