Cuando el agua es joven y está recién caída del cielo, va cantando por el río su melodía callada. Susurra entre márgenes ahítos de vegetación de ribera exuberante por mor de la primavera, de la que siempre se enamora cuando acontece.

Llega el agua y se va conducida por el canal natural de lecho y márgenes, orgullosos de ser ya río. Esquivando rocas, lamiendo juncos y esperando el beso de las ramas de alisos y sauces. La mejor orquesta posible para iniciar la sinfonía que la lluvia alimenta.

Melodía callada, como la bergaminiana música del toreo, que acompaña a la letra que el paseante en ríos compone cuando la oye en silencio. Así nació este soneto que se incorpora a la galería también exuberante de nuestras poesías del agua.

Cauces floridos de aguas tranquilas, aunque suficientes. Como la juventud airosa y sosegada de la vida. Pero siempre acaba llegando el invierno. Y entonces el agua se convierte en hielo. Sin embargo, aunque pueda parecer imposible, continúa sonando esa mágica melodía callada en el río. Tan solo hay que aguzar el oído y escuchar esa nueva canción. Notaréis que el agua esta vez no huye, como en primavera.

El frío la hace más intensa y cuando acaba, podemos concluir nuestro poema con esperanza y menos frío. Porque sabemos que la primavera volverá a ponerle otro sonido a la eterna canción del agua en el río. Mientras tanto, podemos deleitarnos con la melodía callada de alguna fuente, situada al abrigo de las heladas. En algún jardín ameno, donde podremos refugiarnos del crudo invierno mientras ponemos en orden los versos de nuestro poema.

Lorenzo Correa

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