En nuestra foto de portada, del maestro José Antonio Quirantes Calvo, @JoseAQuirantes, podemos comprobar cómo la vida es un diálogo continuo con el agua, para que nos atienda u olvide. Captó el reventón húmedo de hace unos días en una parte de Madrid, tierra de presas. Nos parecemos al agua tanto, que replicamos su escasez con la tristeza y su inundación con las pasiones desatadas. Por eso embalsarla es almacenar vida. Esa es una de las misiones de las obras hidráulicas. Almacenarla, observar cómo la presa dialoga con el agua y transportarla.

La cada vez más venerada nueva religión imperial, predica sobre las milagrosas soluciones definitivas que la regeneración de aguas residuales tratadas y su consiguiente reutilización, aportarán a la gestión del futuro del agua.

Amparándose en terribles sequías, que siempre acaban con los embalses otra vez llenos, los nuevos gurús de la nueva cultura, esparcen el mantra de que «el agua no cae del cielo». Aunque siempre acabe cayendo y les salve su presente y futuro político y académico. Porque esas aguas que siempre acaban cayendo del cielo, se recogen ellas solas en cada embalse creado por esa presa que dialoga con la tierra y el agua. Alabado sea el nuevo dios de las aguas regeneradas.

Sin embargo, cuando no hay agua, la vida se escapa. Y algo hay que hacer para seguir reteniéndola, además de regenerarla. Más presas, para crear centrales reversibles y trasvases inversos, por ejemplo. . Entonces, el terreno vuelve a acoger en su seno el difícil y laborioso encaje de la presa. Quedarán unidos para siempre gracias al ingenio y la humana laboriosidad. En la presa que dialoga con la tierra y el agua, claro.

Lorenzo Correa

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