3 claves para la gestión seductora del agua.


Gestión seductora. ¿Y eso qué es? El verbo gestionar tiene en la lengua española tres acepciones: La primera es la de llevar adelante una iniciativa o un proyecto. La segunda, la de ocuparse de la administración, organización y funcionamiento de una empresa, actividad económica u organismo. Y la tercera, la de manejar o conducir una situación problemática. En los tres casos para conseguirlo con éxito, hay que hacer una buena gestión.

En el caso del agua, también. Pero el líquido elemento tiene sus particularidades de gestión, que en estas páginas tratamos de elucidar con fruición. Una de ellas es la influencia política, imposible de evitar.

En este sentido, la importancia de las decisiones políticas en la gestión futura del agua es un factor clave para recorrer el camino al futuro sin sobresaltos. Gran cantidad de políticos del ámbito local, provincial , regional y nacional intervienen cada día en la toma de decisiones. Los planificadores y consultores, siguen su estela.

Sin embargo, agua y política son dos conceptos que al mezclarse no producen casi nunca un cóctel atractivo. Como mucho, pedagogía y anuncios publicitarios para lucimiento de los creativos. Mucho ruido y pocas nueces. Porque no hay seducción

Las proclamas de los políticos decepcionan a los que esperan mucho más de su contenido y fondo argumental. Nadie apuesta fuerte por nada. No hay lugar para la ambición positiva, imprescindible para que algo se ponga y marcha genere confianza.

El receptor del mensaje se queda con sos conceptos claves. Él es culpable del cambio climático y para purgar sus culpas, le toca adaptarse a la que se avecina y acostumbrarse a vivir con el agua que vivían su bisabuelos. Gasta poca agua y serás feliz. Ese es el mensaje.

Pero el futuro que nos espera, exige una percepción de lo costosa, que no es lo mismo que cara, que será la gestión del agua. Porque es imparable el aumento inmediato de las tarifas, tasas, cánones y otras mandangas derivadas de su uso,

Por ejemplo, en las ciudades, los problemas son inquietantes:

  • Dar garantía de suministro constante, mediante redes adecuadas y sostenibles de abastecimiento y saneamiento. Con la espada de Damocles, siempre de la presentación de sequías e inundaciones, cada vez más prolongadas y frecuentes.
  • Resolver las carencias y las afecciones de los vertidos mediante la introducción de los principios de la economía circular, indispensables para conseguir los ODS, especialmente dirigidos a la reutilización de aguas depuradas.
  • Introducir en la planificación urbana el desarrollo de las redes de abastecimiento. Del  drenaje de pluviales y saneamiento. Expandiendo su presencia hasta los asentamientos suburbiales espontáneos e informales. Y drenando todo lo que se impermeabilice. Si las ciudades quieren ser todas inteligentes, habrá que comenzar porque la planificación urbanística lo sea.
  • Involucrar a la mayor cantidad de actores ciudadanos posible. El enfoque intersectorial es indispensable. La puesta en común de experiencias entre ciudades es necesaria. Porque así se dan a conocer y homogeneizan las buenas prácticas.

En el campo y la industria los problemas también crecen. Acuíferos explotados, cada vez mayor superficie dedicada al riego, vertidos industriales que deben evitarse con el coste que ello supone, aumento del precio de las materias primas, de los abonos, de la energía y los combustibles.

Se impone una gestión seductora. Analicemos en qué pilares debe basarse. Solo son tres. Autoridad, legitimidad y autenticidad.

La forma esencial de la gestión del agua configura su estructura profunda. Y sus elementos particulares, constituyen su estructura superficial. Al movimiento de las estructuras profundas Ken Wilber lo denomina transformación, mientras que a los cambios en la estructura superficial lo llama traslación.

Gestión

Desde este punto de vista, la gestión será legítima si promueve la traslación. Y auténtica si valida la transformación. La legitimidad es horizontal. Solo mide el grado de integración, organización, significado, coherencia y estabilidad que tiene una administración del agua o sus adláteres. Los clientes buscan legitimar su existencia mediante la conservación y defensa de la seguridad del suministro en cantidad y calidad. Algunos más implicados, buscan legitimidad a través de la adaptación conformista al regulador u operador del servicio. Necesitan sentir su pertenencia.

Sin embargo, los más avispados sólo pueden legitimar su existencia siguiendo los dictados de su propia conciencia e interactuando con los gestores

Pero, ¿qué pasa con la autenticidad? Porque ella es una escala vertical que permite medir el grado relativo de transformación que ofrece la administración gestora. Para ser autentica, deberá proporcionar herramientas concretas que permitan las distintas transformaciones. En cualquier caso, la evolución debe considerar tanto la legitimidad como la autenticidad. Confirmando el estado de adaptación actual y transformarlo hasta niveles de crecimiento y desarrollo superiores.

Y aquí entra en juego la autoridad. En este concepto es preciso diferenciar lo que es una mala autoridad. Conviene dejar claro que es aquella impregnada de una dinámica de jefes con personalidad autoritaria y de una subordinación de los equipos a las proyecciones de sus superegos. Por eso, la gestión seductora exige una buena autoridad. La que implica que la mayor parte del equipo esté de acuerdo en la necesidad de esa autoridad.

Solo entonces, la autoridad será funcional. Y no presentará problemas, porque su aceptación será voluntaria, al tener solo una sumisión involuntaria: la de la ley. Un ejemplo de buena autoridad es el de la educación coercitiva. Se acepta porque está basada en un argumento evolutivo y en la necesidad de que la sociedad actúe como una especie de marcador del desarrollo de los individuos hasta que alcanzan el nivel de adaptación promedio esperable por el grupo.

Su jerarca es el maestro. Y cuando un alumno le pregunta por qué debe acatar sus lecciones o recomendaciones, él responde: » Porque lo digo yo. Una vez hayas aprendido a hacerlo así (cuando te hayas graduado), podrás hacerlo como quieras. Pero la experiencia nos ha demostrado que la mejor manera de realizar esta tarea es ésta. Y eso es lo que deberás hacer en mi clase si quieres aprobar».

Es una autoridad coercitiva, pero no problemática. Por eso es necesaria. Porque favorece el desarrollo, y es provisional, ya que va desapareciendo en la medida en que el grado de comprensión del discípulo se aproxima al del maestro. En ese momento, el alumno puede convertirse en un maestro e incluso estar en desacuerdo con sus maestros anteriores. Es una autoridad SEDUCTORA, como la que debería impregnar a los líderes de la gestión del agua

Por el contrario, cualquier autoridad que no sea funcional o específica de fase, corre el riesgo de ser muy problemática. Porque si una autoridad no cumple con ninguna función necesaria (objetiva) ni tampoco favorece el crecimiento específico de fase (subjetivo), corre el peligro de convertirse en una «<mala» autoridad. Y toda la pedagogía desplegada, no servirá para nada.

Valga esta metáfora para explicar nuestra visión de la gestión seductora del agua. Y para que en el nuevo paradigma de gestión se imponga con autenticidad, legitimidad y autoridad benigna. Todo cambiará más pronto que tarde. Comenzando por la factura del agua que nos llega a casa, al campo o a la fábrica. A ello obligará el cambio climático, el aumento de todos los costes asociados a las materias primas, el transporte y la energía imprescindibles para que haya agua buena y garantizada en el tiempo y en el espacio para todos.

Explicarlo bien, por mucha pedagogía que se haga, no tendrá el éxito deseado si las tres bases de la seducción aquí expuestas no entran en juego. Y ya hemos explicado aquí que solo la seducción genera confianza.

Esperemos que los políticos comiencen a verlo así. Porque si ellos no predican con el ejemplo, la noria seguirá girando. Y el agua se moverá mucho, pero no avanzará su gestión ni un milímetro. A ver si hay suerte y amanece un día que no sea el de la marmota.

Lorenzo Correa

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