Recorremos el humano río alterado por la antigua pulsión de extraer de sus caudales todo lo que nos pueda beneficiar a los humanos. En el principio fueron el agua y los peces. Después las gravas y la arena. Y hace poco más de dos siglos, la energía hidroeléctrica. En esta antigua central nos imaginamos al río remansado por la presa como si tuviera su propio castillo.
En un solitario día veraniego, sentados en una roca, observamos todo lo que el hormigón le ha dado al río. Una presa, un canal y un castillo. Es el nuevo paisaje de este tramo fluvial. Mejor sería decir que fue nuevo cuando lo construyeron, porque este castillo con su foso infranqueable está a punto de cumplir un siglo.
Reflexionado ante el castillo, nos damos cuenta de que muy pocas personas aún vivas podrán haber conocido este tramo antes de la intervención humana. Solo en antiguas fotografías en blanco y negro podrá averiguarse el aspecto anterior a la obra.
Sin embargo, para cualquier persona de menos de 90 años, el río aquí siempre ha sido así. Con su castillo en forma de caseta y su foso en forma de canal de desagüe. Con su remanso que ensancha el tramo aguas arriba y su presa que retiene el agua para permitir con su derivación la generación de energía eléctrica.
Estática y misteriosa la presa, dinámica e incansable la turbina. Quietas las aguas en un río que parece un lago. Bravas al volver al cauce ya turbinadas por el canal de desagüe.
Y la caseta- castillo vigilando impertérrita el paso de las aguas. También la salida de los kilovatios por la línea eléctrica centenaria. Nos marchamos recordando a Joaquín Costa, «castillo y león del escudo español, soledad y garra contra un laberinto de poniente ideal y sentimental» en genial definición de JRJ
Plenitud de la obra hidráulica
Lorenzo Correa
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