Acaba el año en las cuencas internas de Cataluña como empezó. Con nostalgia de agua y sin que la visita de la lluvia haya provocado algo de alegría en el sediento vaso de los embalses. La sequía estructural se une a la climatológica. El resultado son cauces ahítos de que ni una gota de agua viaje por ellos. Y embalses rezando para que sus ríos tributarios dejen caudales que reposen en sus lechos.
Pasear junto a un cauce modesto como el que hoy traemos a nuestra sección de humanos ríos da nostalgia. Acontece en el paseante observador una tristeza melancólica. La que nos trae el recuerdo de la dicha perdida del agua. O sea, de la lluvia.
La administración competente en la gestión de la sequía también provoca nostalgia. Nos dice que » el agua no cae del cielo». Triste slogan que no podemos compartir con amigos que residen en otras cuencas en las que el agua sí cae del cielo.
En nuestros cauces, sí debemos reconocer con nostalgia que el agua ahora no cae del cielo. Ni siquiera les llega del mar. La apuesta de futuro es que el agua caiga de la desalinizadora o de la depuradora. Que la produzcan las bombas y las membranas, en un infinito rugir de motores enchufados a energías que vienen de muy lejos. Quizás ellas sí que caen del cielo.
Contemplar el cauce seco nos retrotrae con nostalgia a recordar las palabras del rey Alfonso VI al Cid:
Cosas tenedes, el Cid,
que farán fablar las piedras,
pues por cualquier niñería
facéis campaña la iglesia.
Pero hoy no se trata de conquistar Cuenca, sino de llevar a nuestros grifos en pleno siglo XXI el agua que cae del cielo con garantías y eficiencia. Porque siempre cae del cielo en alguna parte y lo que cae es de todos los seres humanos.
Nostalgia en nuestro último río humano del seco 2023.
Lorenzo Correa
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