Nieva en buena parte de Europa en este fin de otoño. Pero el lecho vacío de nuestro río, que también está en Europa, sigue seco. Sorprende verlo tanto tiempo sin agua, aunque sigue vivo. Así lo comprobamos en estos jueves en los que vamos a visitarlo.

El agua en el cauce es corriente de emociones que se deja llevar por el río. La fuerza de la gravedad la acompaña en su largo y tortuoso viaje hasta el mar. Pero ahora el cauce está sediento. Los márgenes desnudos, la ribera exhausta. Y las emociones carecen de humedad.

Se quemó el agua cuando el sol se la llevó. Los árboles ya no pueden mirarse en el espejo acuático. Añoranza de lluvia en otoño, la estación lluviosa por antonomasia. Huyen las nubes sin dejar nada en el lecho vacío. Solo polvo que se levanta al ver pasar esas nubes que no tienen alas.

Y el cauce se embelesa con nosotros admirando su ligereza y libertad de movimiento. Le hace llegar a las nubes su mensaje: «Adiós nubes pasajeras, decidle a vuestras hermanas que cuando lleguen descarguen su inmensa riqueza en mi lecho vacío. No me hagáis sufrir más«

Añoranza de lluvia en el tercer otoño seco. Rauda, la gota escapa de la tierra sedienta. Y el lecho sigue vacío. ¿Volverán las nubes oscuras? Porque solo su presencia nos devolverá la esperanza.

Cómo recordamos hoy ese embrujo del río mecido por las evocaciones que arrulla el agua. Porque solo se oye la música callada del viento en un paisaje hasta hace poco ameno. Aquel olor a jara y a tomillo que nos permitía bañarnos en sueños y escribir.

Lorenzo Correa

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