El dios de la lluvia se olvida de la Amazonía. Sequía y asientos de coche 


Cuando oímos hablar de la cuenca del Amazonas, nuestra imaginación se llena de selva y agua. Ese es el paisaje asociado a la cuenca del río más caudaloso del planeta, que cuenta con una selva tropical a la que solemos calificar como el pulmón de la Tierra.  La Amazonía

En ella yace el 20% del agua dulce del planeta. Y como es de esperar en el mundo en el que vivimos, ese tesoro es codiciado por muchos. Por eso la deforestación campa allí a sus anchas y las derivadas directas de esta práctica son letales. Hablamos de la ausencia de lluvias suficientes para que el escenario verde y azul que imaginamos se mantenga impoluto. 

Como tantos otros años, éste también es especialmente seco. Y gracias a que el dios de la lluvia está llorando en otra parte, los incendios forestales arrasan la selva  y contaminan el aire hasta hace poco saludable que respiran los habitantes de la cuenca 

Así las cosas, el nuevo escenario es el de bosques quemados y cauces secos. Las centrales hidroeléctricas dejan de funcionar al no tener agua que mueva sus turbinas. Y los delfines rosados se acercan cada vez más a la extinción de su especie. Además, los vecinos que hasta ahora se movían como en Venecia, no pueden trasladarse a sus lugares habituales de trabajo o de compras, porque sus “góndolas” no pueden navegar 

Todo está cambiando por culpa de la sequía. La selva va dejando de ser un almacén de gases que retienen el calor. Para convertirse en un terrible emisor de esos gases a la atmósfera. El resultado es que se acrecienta el calentamiento y disminuye la biodiversidad. Y la selva, desaparece, porque cada vez es más difícil domeñar las afecciones negativas de la sequía. Porque cuando se está saliendo de un episodio, llega el siguiente con más fuerza destructora todavía.  

Como ejemplo, la sequía de este año ha superado todas las marcas negativas, llegándose en octubre a mínimos de caudal histórico en muchos ríos.Y los ribereños y las tribus del interior están aislados sin el agua que les une. Tanto, que hay que llevarles alimentos en helicóptero. 

Por desgracia, a la recurrencia más o menos esperada de los episodios de sequía se ha unido el calor abrasador. Y ahora, nos encontramos inmersos en una crisis humanitaria que dispara las epidemias, además de la ya clásica crisis ambiental. Y es que ni siquiera los niños pueden acceder a la escuela, mientras las barcas que los transportaban yacen en los lechos secos de los ríos. El terreno es un inmenso barrizal impracticable para el transporte.  

Por otra parte, no hay ya pozos utilizables y de los arroyos no puede extraerse más que algunas gotas de agua de ínfima calidad que enferma a quienes la beben. Y en las escasas charcas que sobreviven, los mosquitos viven felices inoculando por doquier el dengue y la malaria. 

Como ya indicamos, en los lagos, se cuentan por centenares los cuerpos sin vida de los delfines rosados. Y las elevadas temperaturas del agua hacen proliferar algas tóxicas. Las aguas son rojas y nadie sabe aún qué nuevos problemas podrán originar. 

Como es natural, la sequedad del bosque hace que cualquier labor de quema de maleza por parte de los agricultores suponga un altísimo riesgo de incendio forestal incontrolable. Por ello, en 2023, ya sea han quemado en la Amazonía una superficie de más de 46.000 km2   

La inmensa humareda llegó a Manaos, que con sus 2 millones de habitantes ya es una de las ciudades más contaminadas del mundo. Aire caliente que quema los pulmones y hace crónicas las neumonías y los catarros  

Pero por desgracia, esta sequía no afecta solo a la inmensa Amazonía. También se extiende por sus alrededores. Y golpea duramente a Bolivia. Aquí se cuentan por decenas las ciudades y pueblos donde ya no hay agua. Una catástrofe para sus humildes pobladores que ven cómo sus cultivos no prosperan y sus masas de agua superficiales se secan  

 ¿Por qué está sucediendo esto? Parece que se debe a la coincidencia de dos patrones climáticos. El primero es el fenómeno de El Niño por el que se calientan las aguas del Océano Pacífico en las inmediaciones del Ecuador. Este año está siendo muy potente. Además, desde el suroeste, las elevadas temperaturas de las aguas del Atlántico Norte han acelerado el flujo de aire hacia la Amazonía, evitando la formación de nubes de lluvia sobre sus selvas tropicales. 

¿De quién es la culpa? ¿Somos los malos los humanos y la buena la Naturaleza? Lo cierto es que el vínculo entre el calentamiento global causado por el hombre y la sequía aún no está claro. Tampoco que el ser humanos sea el único culpable. En cualquier caso, los modelos climáticos sugieren que, en las próximas décadas, con el aumento de las temperaturas causado por quien sea (en el fondo qué más da), estos eventos se volverán más frecuentes.  

Amazonía

Y en nuestra Amazonía, estos efectos climáticos imposibles de controlar se incrementan debido a la creciente deforestación en la zona. Es imposible evitar que los agricultores sigan desbrozando terrenos para cultivar de soja y dar de comer al ganado. Es su principal medio de subsistencia. Porque hoy, sus productos ya pueden exportarse por todo el globo. La tala de árboles, unida al calentamiento global, provoca que las lluvias disminuyan y las temperaturas sean más altas. Porque los bosques amazónicos liberan humedad, lo que baja la temperatura y forma nubes de lluvia. Justo lo que ahora no sucede. 

No podemos dejar de mencionar una circunstancia que está agravando el problema de la deforestación. Se trata de la exportación del cuero del ganado. Es bien conocido que Brasil es uno de los mayores exportadores mundiales de carne de res. Pero ahora también se exporta el cuero de esas reses.

La cada vez mayor a industria brasileña de mataderos, exporta cientos de toneladas de cuero al año a grandes empresas de Estados Unidos y otros países. Esto ocurre gracias a que el ganado procedente de tierras amazónicas deforestadas ilegalmente rebasa los controles sin ser detectado en las curtiembres de Brasil y llegue a compradores de todo el mundo.

Los datos de comercio internacional indican que algunas empresas propietarias de las curtiembres que se abastecen de las pieles luego enviaron el cuero a las fábricas de México dirigidas por un importante fabricante de asientos de automóvil que suministra a las plantas de montaje de automóviles de todo Estados Unidos.

Solo en el año 2018, alrededor del 70% de sus pieles en bruto provenían de Brasil. Los cueros también van a Italia, Vietnam y China, para su uso en las industrias automotriz, de moda y de muebles.

Muchos exportadores son de tierras que el gobierno brasileño identifica como deforestadas ilegalmente, territorios indígenas o zonas de conservación.

Abandonamos por hoy la Amazonía observando además de lo expuesto, sus cauces secos y exhaustos. Ellos provocan terribles secuelas a la economía de la región. Aquellos barcos rudimentarios que transportan el maíz con destino a China y otros países, no han tenido más remedio que reducir su carga a la mitad. No hay calado en el cauce. Ello incrementa además la erosión en las riberas. Y los puertos colapsan viniéndose abajo los embarcaderos y los diques. 

Así ocurrió el pasado mes de octubre en Itacoatiara. Su puerto fluvial, ya estaba muy afectado por la erosión provocada por las «terras caídas«, un fenómeno común durante los períodos de sequía en el Amazonas. En esta ocasión, ya no pudo aguantar más y colapsó. El Ayuntamiento de confirmó la relación entre el colapso y la sequía.

Y qué podemos decir de los aprovechamientos hidroeléctricos. En ellos se produce la décima parte de la energía eléctrica brasileña. Sin lluvia, las turbinas no pueden mover sus álabes y sus instalaciones van cerrando una tras otra. a 

Cierto es que ha habido situaciones terribles de sequía. Hace 8 años se dio la última grave en la Amazonía. Pero no fue tan terrible como la de ahora. Y aquella fue generadora de enormes incendios forestales. En cualquier caso, los expertos creen que esta sequía será aún más devastadora porque el océano Atlántico está más cálido y El Niño aún no ha alcanzado su punto máximo. 

Lorenzo Correa

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