Cómo terminó la apasionante historia del seductor Viktor Schauberger


A los que nos dedicamos a otear el futuro del agua con el leit motiv de “a la gestión por la seducción”,  nos seduce escribir algo sobre los perdedores. Elucidar sobre los olvidados protagonistas del pasado con las características de todo seductor. Por todos los que lucharon, con más o menos acierto pero con muchísima pasión, para generar nuevos paradigmas de gestión.

Recogemos el estupor que en su día generó la noticia de la nueva moda (que no es nada nueva como veremos más abajo), de la publicidad de las bondades del agua cruda.

Todo comenzó cuando hace ya unos años, The New York Times publicó un artículo satirizando una nueva moda adoptada en el centro tecnológico de San Francisco. Se trataba de consumir botellas de agua de manantial no tratada. Un ejemplo, la de la empresa Live Water, que costaba US$36,99 por botella.

Inmediatamente, las start-up más avispadas comenzaron a hacer lo mismo. Y se produjo la ascensión a los altares de la modernidad de los beneficios de beber «agua real … dentro de un ciclo lunar de captación«. Se produjo la inmersión en un ciclo de seducción que acabó pronto. Hablemos pues  de un seductor

Volviendo la vista atrás, recordamos a Viktor Schauberger, austriaco de la primera mitad del siglo XX.  Porque fue uno de los generadores mayores de seducción que se conocen en el universo de la gestión del agua. En este caso, sí sabemos cómo acabó. Y ahora lo vamos a contar

Como todo gran seductor, generó tantos seguidores entre los amantes de la naturaleza como detractores entre los amantes de la ingeniería hidráulica tradicional. Hizo del agua una “religión”. Por eso,  conviene acordarse de él ahora que tan poco de religioso le queda al agua.

Nació en 1885 en el seno de una familia con casi medio siglo de dedicación a las labores de la  silvicultura, o sea “culta”. Bosques y montes fueron su hábitat natural. Sus biógrafos nos cuentan que al estar tan integrado con la naturaleza en los bosques de su infancia y juventud como guardabosques, se convirtió en un sagaz y preciso observador del medio. Gracias a ello, percibía energías naturales que escapan a las posibilidades de captura de la ciencia, al no poderse medir con los métodos científicos tradicionales.

Tanto le gustó esa vida que a los 18 años dejó el hogar familiar y se internó en el bosque para vivir allí como un  asceta. Y se dedicó a observar la naturaleza y el comportamiento de sus meteoros. Sobre todo,  el agua en movimiento. Así adquirió unos firmes valores y unas arraigadas creencias que marcarían toda su vida en el futuro.

Se convirtió en un auténtico hidráulico empírico. Y lo demostró en 1922 cuando, ya en la madurez cercana a la cuarentena, fue capaz de implementar un sistema novedoso de transporte fluvial.   Unos toboganes de agua capaces de transportar troncos por el río desde lugares en los que nunca antes se había conseguido acceder con garantías de transportarlos. Tal fue su éxito que exportó su solución, desde Austria, a Baviera y Yugoslavia.

En este “negocio”, el primero de los que montó en su vida, ya tuvo su primera decepción. La del  “no hay mal que por bien no venga”.  Porque el «bien» de conseguir que la madera llegara sin gasto alguno extra de energía a los puntos de transformación, se convirtió en mal al deforestarse zonas antes vírgenes e intactas.

Y la bondad de haberse convertido en un inventor “verde” se convirtió en maldición. Porque fue  envidiado y vilipendiado por los ingenieros que hasta entonces dominaban en el negocio de los balseros. Aprendió de lo ocurrido y descubrió que la ausencia de bosque, enfermaba al agua.

Fracasó  en su primer intento de divulgar sus conocimientos sobre la energía natural del agua y aplicarlos en la práctica. Y para quitarse el mal sabor de boca, cambió de tercio.  Del transporte y la industria pasó , en 1928 a la producción de agua de manantial mineralizada. A la que aplicó   todo lo necesario, ya que defendía que ese agua era la panacea universal para tener salud y larga vida.

Como ya citamos más arriba,  no hace mucho saltó la noticia de que “la nueva moda de Silicon Valley es beber #aguacruda, es decir, agua de manantial no filtrada, no tratada y no esterilizada”.

La vida es así, parece que nos quieren vender algo nuevo cuando hace casi un siglo, Viktor, el gran seductor, ya lo predicaba. Pero esta noticia de hoy ya tuvo innumerables detractores que se ocuparon de ella.  Sigamos pues con nuestro héroe de hoy y permanezcamos en 1928.

Para ganar amigos, los fundamentos de su teoría del agua viva consistían en que la estructura del agua se destruye por efecto del movimiento antinatural. El producido cuando se transporta a través de tuberías rectas fabricadas con materiales artificiales. Imaginen la reacción de los tuberos contra el balsero. En fin, en este segundo intento, consiguió dar a conocer su apelativo de “Water Wizard” que ya le acompañó toda su vida.

Para ello, fue progresando en su magia, introduciéndose en el apasionante mundo de la restauración de cauces. Ese  ahora tan de moda en los países favorecidos por el bienestar. Aunque en los demás haya otras prioridades. Por aquello del “primum vivere deinde philosophari”. En este ámbito logró un reconocimiento con sus innovaciones en las técnicas por él aplicadas en ríos austriacos. Y usó el Danubio como paradigma. Le fue tan bien, que han llegado hasta nuestros días, en los que se siguen aplicando.

El tramo final de su vida profesional lo dedicó a investigar sobre generación óptima de la energía. Y desarrolló su conocida teoría de la implosión. En ella, distingue las maldades de la energía generada por explosión, que destruye el medio, de las bondades de la generada por implosión que la concentra. Y estudia a fondo los vórtices, que tan bien conocía desde que en 1930 escribió su tratado “Turbulencia”. Sorprendió su descripción de la función de freno de los vórtices y su relación con la temperatura del agua.

El ascenso de Hitler al poder, generó una llamada a Viktor desde lo más alto y una confrontación cara a cara con Max Planck. Quien, preguntado en su presencia sobre las teorías del silvicultor, respondió con una lapidaria frase: “La ciencia nada tiene que ver con la naturaleza”. Y así acabó con la carrera «académica» de Viktor en el Tercer Reich.

Menos mal  que su faceta de creativo e inventor, le permitió ser dado de alta de nuevo para el servicio en el ejército con 58 años. Y entonces , fue elegido por Himmler para desarrollar una nueva arma secreta, consiguiendo que le permitieran extraer su equipo de ingenieros de entre los internados en el campo de concentración de Mauthaussen. Lo que siempre le agradecieron hasta el final de sus días.

Finalizada la guerra, se entregó a los norteamericanos, evitando así su secuestro por los rusos. No quedó ni rastro de sus patentes ni de sus investigaciones. En la posguerra, sobrevivió como pudo. Hasta que, cuando creyó que iba a poder desarrollar en EEUU su teoría de la implosión, perdió la confianza en el grupo empresarial que le había contratado  y volvió a Austria donde murió poco más tarde.

Para conservar su memoria y continuar su labor, su hijo Walter fundó el Instituto PKS en Bad Ischl (Austria). En él, se muestran algunos de los inventos de Viktor y allí se celebra cada dos años  la  conferencia ICOST (International Conference on Schauberger Technologies)

Schauberger quería vislumbrar la realidad dinámica que se esconde tras la apariencia de la ilusión física. Por eso  es adalid  y recuerdo de esa constante en la  gestión tradicional del agua. La guerra entre la academia y sus integrantes y los heterodoxos que van a su aire. Esa lucha feroz contra los que desprecian el verdadero funcionamiento interno de la Naturaleza. Ellos, como Planck había puesto de manifiesto, le ignoraban, teniéndole algunos por loco.

Quizás por esto nos interesa recuperar su memoria a  los que nos dedicamos a otear el futuro del agua con el leit motiv de “a la gestión por la seducción».

Abogó por la conexión total entre agua sanadora y bosque productor de ese líquido tan saludable. Creyó en la influencia nefasta de la sobreexposición del suelo a luz solar. la que provocan la deforestación y  la extensión al bosque de los terrenos cultivables.

Amante de las curvas, siempre abominó de la rectificación y la rectilinización aportada por la técnica del transporte de fluidos. Y lo apostó todo por el vórtice como demostración del movimiento abierto, fluido y flexible. Haciéndolo precursor de su querida idea de la implosión generadora de energías a base solo de agua y aire.

Creyó que el agua era la sangre de la Madre Tierra. La que mana del seno del bosque. Y se empeñó en demostrar que su constante estado de movimiento y transformación, tanto externa como interna, era la proyección de la vida.

Nunca estuvo de acuerdo con la visión química del agua como sustancia inorgánica. Porque  para él, era un ente vivo. Y como tal la trató para evitar que se convirtiera en un enemigo cuando era una aliada. Viktor culpó al hombre moderno de no entenderlo así  y de provocar por ello la perturbación de la unidad de la naturaleza.

Defendió las llamadas impurezas del agua. Para él no lo eran, porque acababan transformándose en  oligoelementos, minerales, sales y originales aromas. Decía que el agua era como un niño, porque recién nacida, toma y no da. Solo da cuando, ya en la madurez, se ha nutrido de materias primas suficientes que le permiten sembrar vida y sostenerla.

Por eso afirmaba que en cada gota de un manantial puro se almacena más energía que la que puede producir una central eléctrica de tamaño medio. Y utilizaba  la mítica fórmula de Einstein (E=mc²),  para calcular que en 1 cc de agua podrían almacenarse  25 millones de kW

Para Viktor el agua, como ser vivo podía enfermar y contagiar su mal a todos los organismos que tocara. De ahí su preocupación por cuidarla desde el origen, transportarla y almacenarla correctamente y su oposición frontal a la cloración por eliminar todas las bacterias, tanto las beneficiosas como las perjudiciales.

Se centró en la temperatura y en la forma de los recipientes y canalizaciones que albergan y llevan el agua. La temperatura de 4ºC indica la máxima densidad del agua, su anomalía respecto al resto de los fluidos. A esa temperatura tiende desde que nace en el manantial, tras ascender desde las profundidades y comienza a bajar fluyendo hacia el mar. Con ese movimiento oscilatorio que le permite enfriarse e ir girando mientas baja. Y conservar los minerales absorbidos en su ascenso,  evitando en lo posible la luz solar directa con la sombra de los bosques.

Los vórtices que señalan su fluir profundizan el lecho, erosionan las márgenes. Y lo hacen en una especie de bobinado interno, longitudinal, en el sentido de las agujas del reloj. Son vórtices espirales alternados en sentido antihorario por el eje central de la corriente, que constantemente la refrigeran. Y que así, permiten un constante flujo en espiral más rápido y laminar.

Según Schauberger,  el primer enemigo del agua es el exceso de calor o la sobreexposición a los rayos del sol. Porque mientras que su temperatura no supera los 9° C, su contenido de oxígeno permanece estable. Y ayuda a mantener su vida interna. Al superarla, comienza el crecimiento de las bacterias patógenas. De ahí la importancia de mantener la cubierta forestal. Y es que  sin ella, el agua pierde su alma y se hace mala. Hasta el punto de generar inundaciones catastróficas, al cambiar sus vórtices de longitudinales a transversales.

De la forma y composición de los dispositivos de transporte y almacenamiento, Viktor también opinó. Él creía que las canalizaciones lineales de secciones poligonales obligaban a moverse al agua de manera antinatural. Así, se aceleraba su degeneración. Y aumentaba su capacidad de propagación de enfermedades. Porque se almacenaba en los rincones y esquinas de todas las secciones poligonales que la contienen, generando allí bacterias patógenas. Por eso no soportaba la recta, solo la curva le satisfacía.

Plantar árboles y diseñar secciones ovoides. Menos luz, menos calor y más curvas. Oscuridad y  porosidad para que el agua respire sin agobios. Materiales “naturales” para el almacenamiento: roca, madera, gres y terracota. La teoría de nuestro tradicional botijo para mantener el agua fresca en verano. Nada de materiales impermeables, tales fueron los principios de su religión.

Ánforas de terracota selladas con cera de abejas, enfriamiento por evaporación. Su lema fue “Comprender y copiar la naturaleza

El final de Viktor fue el de un seductor desilusionado por no haber podido ni sabido seducir. Cierto es que le tocó vivir convulsos momentos durante su existencia. Pero no sedujo a la sociedad de su tiempo. Ni consiguió un socio capitalista que impulsara sus convicciones y teorías, hasta hacerlas reales y útiles. Solo le quedó un recurso. Encargar a a su hijo Walter, de sólida formación científica, que adornara sus teorías con la pátina de las ciencias exactas. Para ver si así las podía  hacerlas fiables para la Academia.

El heredero no pudo encontrar la envoltura técnica adecuada. La causa fue que no existía una terminología científica capaz de transmitirla. Ni tampoco la base matemática suficiente para construir las herramientas necesarias para ponerlas en práctica. Así, no pudo generar confianza en el bando opuesto.

Y ahí ha quedado todo, esperando que se produzca el cambio de paradigma necesario para darles el impulso definitivo.  Con un nuevo enfoque de la interpretación de las doctrinas y los hechos establecidos de la física, la química, la agricultura, la silvicultura y la gestión del agua. Cuando a Viktor le preguntaban si sabía cómo había que hacerlo, su respuesta era siempre la misma. Exactamente en la forma opuesta a como se hace hoy.

Mientras tanto sigamos  con la polémica del agua cruda, que seguro que dará mucho de sí en las redes sociales. Y nos hará aprender  a  los que nos dedicamos a otear el futuro del agua con el leit motiv de “a la gestión por la seducción».

Aunque Viktor no consiguiera ser un seductor, mañana podrían serlo sus teorías.

Lorenzo Correa

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