El regalo del mar en una concha.


En este octubre de cielos despejados, apetece acercarse a la playa. Ayer, el mar estaba tranquilo, y las olas rompían suavemente en la orilla.

Invitaba a disfrutar del sol y del sonido del mar. De repente, vi algo que me llamó la atención: una concha brillante, que había quedado atrapada en la arena. ¡Cuántas proteínas mezcladas con carbonato de calcio habría en ese bello exoesqueleto!

Me acerqué a la concha y la levanté con cuidado. Era de nácar, de un color blanco y rosa precioso. La observé con asombro, maravillado por su belleza. La dejé en la arena y seguí caminando. Poco después, vio otra concha, esta vez de color verde. Y luego otra, de color rojo.

Todas estaban esparcidas por la playa, como si las olas las hubieran dejado como regalo. Entonces aparecieron unos niños y se pusieron a recogerlas con alegría. Se hacía tarde, así que abandoné la playa mientras un poema iba germinando en mi cabeza

Al día siguiente, después de la tormenta nocturna en la playa había aún más conchas y también innumerables restos vegetales. Al contemplar el paisaje playero, el poema fluyó solo. Y aquí lo tienen

Regalo

Lorenzo Correa

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