Hoy, el poeta se inspira en el lugar donde nace un arroyo de montaña. Allá en las alturas, entre las rocas y el musgo. Como todos los alumbramientos, es un milagro de la naturaleza, un regalo del cielo.
Y qué mejor que una décima o espinela para celebrarlo con todos nuestros lectores. De las nieves eternas, de las nubes que se ciernen sobre las cumbres, de las lluvias que caen sobre las laderas, brotas el arroyo reuniendo pequeñas gotas de agua.
Con fuerza y tesón, taladra rocas, regatea obstáculos, abre su camino entre las breñas. Así va fluyendo su caudal, precipitándose por la montaña, cantando su alegría de vivir. Para contagiar al poeta.
Sus aguas son puras y cristalinas, como las lágrimas de los ángeles. Su canto es melodioso y alegre, como la música de campanas tañendo a boda. Y su presencia es refrescante y reconfortante, como el abrazo de una madre.
A medida que desciende, se va haciendo más grande y más fuerte. Su caudal aumenta con las aguas que incorporan a su cauce otros arroyos y riachuelos. Pronto, se convertirá en un río caudaloso, que recorrerá la cuenca media y la baja, llevando vida y fertilidad a su paso. Además de buques que surcarán sus aguas buscando el mar o un puerto fluvial acogedor.
¡Oh, arroyo de montaña, que te conviertes en un río! Eres un símbolo de esperanza, un ejemplo de superación. Nos enseñas que, con esfuerzo y perseverancia, podemos alcanzar nuestros sueños.
Tu historia es la historia de la vida misma. Es la historia de un viaje que comienza en la cima de la montaña, y termina en el mar. Es la historia de un camino que nos lleva a descubrir el mundo, a crecer y a madurar.
¡Gracias, arroyo de montaña, por tu ejemplo de superación!
Lorenzo Correa
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