¿Por qué nos inundamos siempre en septiembre? Cuando lo imparable topa con lo impenetrable


Cuando llueve intensamente, seduce oir el  agradable sonido del agua que se precipita sobre la tierra y sus habitantes. Si estamos a cubierto, dusfrutamos comprobando cómo la lluvia refresca el ambiente y  lava el aire que respiramos. Además, lleva las sales minerales de la tierra a los alimentos que necesitamos para vivir. Es una suerte que la lluvia sea imparable cuando se necesita.

Esa agradable sensación conecta a algunos con otra virtud de la lluvia,  la de llenar los embalses para que dispongamos de agua cuando no llueva tanto. Por suerte, los embalses son penetrables por las lluvias, cuando no están llenos. Aunque a veces los vuelen como en Kajovka o se abran en canal como en Libia.

Pero a veces la lluvia furiosa no llena los embalses, porque se precipita intensamente en las zonas más bajas de las cuencas. Esas que no son impenetrables, porque han sido urbanizadas e impermeabilizadas. Las que han sufrido el imparable efecto de la urbanización. Porque en ellas es más viable y barato hacerlo, ya que la población tiende a residir cerca del mar.

Algo parecido, aunque no tan habitual, es que ocurra en lo mismo en zonas urbanas del interior peninsular o insular. Ambos fenómenos se parecen en que suceden en municipios que han sufrido el imparable efecto de la urbanización.

Hace pocos días,  por segunda vez en este loco septiembre, una nueva inundó barrios de Madrid, se llevó a un ciclista en Paterna y convirtió por unas horas  en Venecia la estación de Alcalá de Henares. De nuevo muchas vías de comunicación terrestre han vuelto a sufrir estragos. Otra vez.

Tanto en las zonas costeras como en las interiores,  lo imparable ha vencido a lo impenetrable. Y las consecuencias son terribles. Hoy nos ocuparemos de las costeras. Por desgracia, aquí también hay embalses que se llenan. Son los construidos (sin querer  o queriendo), para que la playa no interrumpa su atractiva continuidad  arenosa sin cortes abruptos. Y es que a nadie le gusta  topar con la zanja playera necesaria para dar salida al cauce. Así, no se puede disfrutar del día de baño  en plenitud.

Embalses playeros, muros de paseos marítimos… inundación inducida. Más elementos para aumentar el riesgo en las poblaciones turísticas de las costas mediterráneas. Además el embalse playero facilita la sedimentación en su vaso. Allí recibe el regalo inesperado  de la proliferación de cañas…cañas y barro

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En el Levante español  y por extensión en todas las cuencas mediterráneas peninsulares e insulares, el paisaje “original” ha sido severa e irreversiblemente alterado por la urbanización. Ha dejado de ser impenetrable.

Como acaba de ocurrir la semana pasada en media España. Atlántica en el centro y  mediterránea en el este. Allí donde casi nunca llueve. Pero, cuando llueve, los estragos son terribles. Como ahora mismo.  Aunque sorprendentemente siguen siendo inexplicables para muchos vecinos. La mayoría, declara a los medios de comunicación cuando son preguntados que “nunca habían visto una lluvia como esa”.

Y esos medios, difícilmente se ocupan de señalar (como parece sensato que hicieran), las causas reales del problema. Para contribuir en la parte que les corresponde a analizar y valorar sus posibles soluciones paliativas. Porque soluciones integrales que resuelvan el problema ya no las hay. Además,  casi siempre se dedican a señalar y denunciar lo siempre insuficiente que las administraciones competentes hacen por resolver el problema.

Los menos “verdes”, exigen faraónicas obras de encauzamiento . Los más sensibles a la preservación del medio, echan la culpa a “la especulación”. Constantemente piden que no se draguen ni «limpien» los cauces. Y ahí se queda la denuncia eternamente.  Abogando por una política de no intervención en las cuencas. Porque en su opinión no hace falta “limpiar los ríos”.

Nosotros defendemos una postura más elástica: limpiar sí, pero con condiciones y  no en cualquier tramo ni de cualquier manera.

Todos tienen algo de razón en sus interpretaciones. Porque al no existir la realidad única  e  indiscutible , las interpretaciones del más fuerte o del más espabilado, son las que se imponen. Pero todas son respetables, siempre y cuando se escuchen las demás. Y que nadie se crea que su interpretación es la única existente, o sea, que es la realidad.

Vamos con la nuestra. Para ello, elijamos un ejemplo ya antiguo pero que sigue sirviendo. El de las tormentas del  12 de octubre de 2016 en la comarca catalana del Maresme.

Para alejarnos 7 años en el tiempo, aunque en el espacio siga pasando siempre lo mismo. Y también para situarnos sobre una cuenca costera en la que afortunadamente en esta DANA no ha pasado nada. Porque no llegó a ella, por supuesto. Preferimos dejar para los periódicos y los tiempos venideros el análisis de las recientes lluvias torrenciales del levante y el centro español. Con su terrible secuela de muerte y desolación.

Analicemos por los tanto algo ya pasado. Un ejemplo de lluvias que no llenan embalses. Pero sí garajes y sótanos de la urbanizadísima fachada costera catalana. Y que otra vez, por desgracia, segaron la vida de un vecino que pasaba por allí en el peor momento.

Situada entre el mar y la montaña, con  la desembocadura del río Tordera al norte y casi, casi la gran Barcelona al sur, está la comarca del Maresme. Es una franja estrecha y alargada surcada perpendicularmente al mar por más de treinta cuencas fluviales de escasa superficie y reducidas longitudes de cauces que salvan un desnivel de centenares de metros en muy pocos kilómetros de recorrido.

Una bomba de relojería hidráulica cuando cada otoño,  con mayor o menor intensidad, las tormentas la visitan. Porque lo que no es ladera pronunciada o vía de comunicación rodada o ferroviaria, está urbanizado.

Tiene muchos atractivos para el turista. Porque dispone de largas y arenosas playas que reciben el aporte de las múltiples rieras que cruzan el territorio. Además, goza de un clima suave. También está cerca de la gran urbe barcelonesa.

Por todo ello, gracias a las excelentes vías de comunicación que la atraviesan, la afluencia de residentes perennes y estacionales es constante. La riqueza de la comarca, provoca terribles efectos cuando llueve intensamente.

El clima mediterráneo y  la fertilización producida por los aluviones arrastrados por las ya citadas rieras, dibujan también una fisonomía agrícola peculiar que produce buenos productos hortícolas. Y  vinos tan famosos como los de Alella. Las suaves laderas acogen una enorme zona de invernaderos de plástico dedicados al cultivo del clavel y otras flores ornamentales.

Pero tanto plástico, que protegen el crecimiento de estas flores, también evita que la lluvia llegue a la tierra y se infiltre. En lugar de ello,  escupen literalmente lo que del cielo cae y lo envían hacia el mar de la manera más rápida y brusca posible. Otra manera de impermeabilizar el terreno que impide la infiltración hacia el acuífero y disminuye los tiempos de concentración.

La red hidrográfica del Maresme solo tiene cuatro cauces permanentes. El río Tordera y algunos tramos de las rieras de Pineda, Vallalta y Argentona: El resto, son ramblas secas casi todo el año que discurren sobre areniscas tan permeables como erosionables.

Los acuíferos de la comarca están sobreexplotados por el aumento de las extracciones y por la ya citada impermeabilización del terreno.

Los periódicos nos cuentan que las “históricas” lluvias (duraron pocas horas), de los días 12 y 13 de octubre de 2016, dejaron  un rastro de daños en la comarca valorados en más de 6 millones de euros. Solo en la riera de Cintet, los daños se acercaron al millón de euros. En la de Cabrils, el sistema de saneamiento que discurre paralelo o por su cauce, reventó. Los deslizamientos en el torrente de la Viña afectaron  seis viviendas. Se inundó un recinto arqueológico en Cabrera de Mar.

No es muy distinto de lo que ha ocurrido en otras ocasiones y ocurrió la semana pasada. Y es que no puede serlo, porque la situación de partida, la combinación de un territorio accidentado cuya orografía  y composición, es muy favorable a enviar agua y sedimentos a gran velocidad hacia la costa cuando llueve. Gracias a la impermeabilización severa provocada por los invernaderos y la urbanización. Así se construye el escenario perfecto para sufrir una enorme vulnerabilidad ante inundaciones. Y así lo imparable penetra lo impenetrable

Esto no es más que un ejemplo de situaciones que se repiten desgraciadamente con cada vez más frecuencia allá donde las condiciones orográficas, climáticas y urbanísticas coinciden o se parecen mucho.

Nuestra interpretación, es la siguiente: la denominada “cultura del ladrillo” ha dejado una secuela aún más duradera que la crisis económica que azotó España durante una década y la de la pandenia juntas.

Las consecuencias del “tsunami urbanizador” que ha provocado un crecimiento del 25% del suelo urbanizado en España en algo menos de dos décadas, son las que son y hay que asumirlas. Lo imparable (la urbanización), pudo con lo impenetrable (el espacio fluvial). Y ahí estamos.

Empecemos desde cero: La sensación que nos produce un episodio de inundación, hace brotar espontáneamente el recuerdo de episodios similares. Nos genera una nítida imagen  del poder de la naturaleza y de nuestra indefensión ante cualquier muestra de su enorme potencia. Entonces, el ser humano es auténtico y se propone no olvidar nunca la lección aprendida… Hasta que,  pasado un tiempo sin  sobresaltos, el olvido vuelve a enseñorearse de todo y comienza de nuevo el ciclo.

La inundación, el tsunami, la sequía, el huracán, cualquier fenómeno natural imprevisible o difícil de prevenir, no es más que la sensación que provoca automáticamente el recuerdo  y nos pone en  nuestro sitio como modestos seres humanos que somos.

Es el aviso que la «Dea Mater», nos envía para que no olvidemos nunca las obligaciones que, como madre, tenemos con ella. Una inundación es un desbordamiento, una salida de la madre que es el cauce. En el caso de las grandes urbes costeras, es una invasión de las cotas más bajas por el agua dulce que el mar no deja salir, porque él se empeña en entrar, con la fuerza de la marea y la altura del oleaje en tempestad. Cotas naturales rebajadas por el trazado del metro, de los estacionamientos subterráneos. Cauces cubiertos por las actuaciones urbanísticas. Terrenos impermeabilizados por asfalto, tejados, hormigón. Se rediseña la costa perjudicando el drenaje. Y  mientras, el nivel del mar sigue invariable o asciende lentamente.

¿Qué esperamos que suceda aquí cuando llueve con intensidad?

El drenaje urbano sigue siendo la asignatura pendiente de quienes gestionan las inundaciones. Intuimos  que habrá que estudiar mucho, que habrá que equivocarse mucho y aprender de los errores, para aprobarla. En las zonas rurales, ya estamos sacando buenas notas, pero en las zonas urbanas….

No existe solución técnica alguna que garantice el riesgo cero ante avenidas extraordinarias con un coste asumible por la sociedad. Los parámetros que definen la hidrología de las cuencas cambian continuamente. porque cambian las costumbres. Así, el “geometrismo enervante” aparece, sobre todo en sociedades afectadas de cierto deterioro ecológico. En ellas, los edificios, cultivos, plantaciones forestales, tienen tendencia a la linealidad. Mientras que la naturaleza y los cauces siempre tienden hacia la curva.

Cambian, como hemos indicado más arriba los usos del suelo, impermeabilizando grandes superficies de cuenca y ocupando con el metro o los estacionamientos de autos su subsuelo. O a causa de incendios forestales, que provocan un importante incremento del volumen de arrastres de materia vegetal y materiales sueltos en avenida. También es letal su influencia sobre les estructuras de comunicación que cruzan los cauces y sobre las obras de cobertura. O de invernaderos, el problema del plástico que impermeabiliza las areniscas…

La recuperación del respeto al cauce y a la cuenca, unida a la posibilidad actual de utilizar la técnica en beneficio de todos, apunta una solución viable y asumible, nunca milagrosa. Para ello, hemos de interiorizar, comprender,  valorar y sufragar con nuestros impuestos, tasas y cánones las medidas a adoptar.

Ello supone, allí donde aún es posible, limitar les actuaciones que puedan incrementar los riesgos en caso de inundación. Reservando franjas de terreno con amplitud suficiente para permitir el paso de caudales de avenida con la mínima afección a vidas y bienes de gran valor económico o estratégico.

Para  conseguir una “descompresión natural del cauce”. Si no, cuando esta descompresión es obligada por causas naturales, solo nos queda el recurso de la queja y la reclamación. Y así nunca se podrá jamás recuperar el valor de lo perdido, sobre todo cuando se trata de vidas humanas.

Para empezar a dar los primeros pasos en este sentido, la sociedad, protagonista de la adopción de soluciones importantes en cualquier sistema democrático, tiene que adoptar actitudes tendentes a la paulatina toma de conciencia de las personas y organismos que la representan.

Hasta hasta llegar al convencimiento de que hay que tomar decisiones que, sin duda, desde la costumbre imperante, suponen un sacrificio, sobre todo económico, para algunos.

Estas medidas son, entre otras:

Que la modificación del perfil natural del terreno provocada por cualquier obra futura en zonas limítrofes con los cauces, (polígonos industriales, urbanizaciones, edificios de viviendas de primera o segunda residencia, vías de comunicación), tenga en cuenta la existencia de estos cauces. Así como su elasticidad periódica. Porque es imposible de predecir con exactitud. Hay que incluir en su proyecto un estudio hidrológico e hidráulico, con un nivel de detalle e importancia, como mínimo similar a la imprescindible definición topográfica del terreno, necesaria para cubicar el movimiento de tierras, definir y situar las estructuras previstas.

El correcto diseño del drenaje longitudinal de las aguas pluviales hasta su definitiva conexión con el cauce público. La definición de la sección de cobertura de estos cauces necesaria para la eficaz comunicación de viales. Tener en cuenta que siempre deben permitir el acceso a su interior para su limpieza. Y también la definición  de quién gestiona la red y de los presupuestos necesarios para ello.

Por eso, el trazado de la red de saneamiento y las obras de drenaje transversal, deben estar proyectadas con el máximo respeto al cauce. Sobre todo, si éste es torrencial y no dispone de estaciones de aforo que aporten datos fiables de caudales de avenida

En zonas adyacentes a cauces fuertemente afectadas por la urbanización, sólo puede adoptarse una línea de actuación. La de la información ciudadana. Para que los usos permitidos o recomendados en zonas inundables sean lo menos peligrosos posible.

Delimitar y señalizar con claridad estas zonas. Y hacerlo en los tramos en los que una gran avenida pueda ser peligrosa para las personas. Incentivar la contratación de seguros. Por parte de la Administración de cuenca, redactar planes directores de avenida de las diferentes cuencas, en los que se determinen los tramos más peligrosos. Y se definan las correcciones estructurales y no estructurales a adoptar.

Hay que gastar mucho dinero en adecuar las estructuras que cruzan los cauces. para dotarlos de secciones adecuadas para absorber los caudales de avenida. Es muy costoso, pero imprescindible

Tanques de tormenta, ideales si hay donde situarlos. Pero sabiendo que su construcción y mantenimiento (gasto de energía en bombeo y reubicación de los sedimentos en lugares inocuos), son muy costosos

¿Quién lo va  a pagar?  La respuesta ha de quedar muy clara a la ciudadanía para evitar sorpresas.  Muros y barreras: bienvenidos sean, si además de evitar la entrada del agua, permiten que salga la contenida en su interior, procedente de la lluvia intramuros o de  los caudales invasivos del desbordamiento. Si el agua no sale por sí sola después del episodio, hay que sacarla y eso cuesta dinero.

Cuidado con la falsa seguridad que dan las obras de defensa. No podemos olvidar las consecuencias de la rotura de motas en cualquier cauce que ya no puede contener las aguas desbocadas, como ocurrió en el río Segura en septiembre de 2019.

Asumamos que siempre habrá riesgo. Y definamos cómo salir de ahí en el peor de los casos. también a qué cota debemos almacenar los bienes más preciados. Los habitantes de ciudades inundables (mejor sería decir ya, alguna vez inundadas), deben conocer el riesgo que corren  y asumirlo. Solo así estarán preparados cuando llegue la emergencia para actuar con rapidez y acierto.

Y por último, cuidar los cauces en su discurrir final por los núcleos urbanos antes de llegar al mar. Porque ahí es donde está el peligro. Por eso, deben estar  en condiciones de desaguar la mayor cantidad de agua posible en avenida.

Esto exige un mantenimiento similar al que se hace en las vías públicas. En ellas, la señalización horizontal y vertical siempre está en condiciones óptimas para el conductor y el peatón. Y el pavimento, cumple las condiciones de seguridad para garantizar una circulación sin sobresaltos. Es decir mantener el tramo final del cauce libre de vegetación alóctona. Nunca rellenar con arena de playa, para garantizar la estética continuidad de la misma, la zona en la que el cauce se encuentra con el mar.

Las fotografías que ilustran estas notas, lo dicen todo: si el cauce es un cañizar y el agua no puede salir al mar por encontrarse un muro de arena, la inundación está servida

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Cuanto más información se tenga, y mejor señalizada esté la franja de riesgo, menos problemas habrá. Y si los hay serán de menor importancia. Hay que adoptar estas medidas. Si no, cada vez que una tormenta se concentre sobre una pequeña cuenca drenada por un cauce torrencial, densamente poblada, volveremos a leer los mismos titulares en los periódicos. Lo peor es que cada vez nos vamos acostumbrando más a ellos.

Lo imparable topará contra lo impenetrable.

A todos nos toca adaptarnos a tiempos difíciles. Porque esa «dificultad» es inherente a la época, sea cual sea, en la que le toque vivir a un ser humano. Por eso, la adaptación siempre ha sido la clave para alcanzar el futuro. También el futuro del agua.  Y, para adaptarnos correctamente, nada mejor que quedarnos con lo positivo de la situación y hacer que haga olvidar lo negativo, aunque sea un rato cada día.

Sin duda, leer es ideal para cambiar el pensamiento y aprender algo mientras tanto. Por eso, en futuro del agua, les seguimos suministrando unos minutos de lectura semanal, con poesía incluida, que colaboren en hacer el trago más llevadero en estos tiempos de inflación, sequía y  post coronavirus

En esta ocasión, se nos ocurre que plantear algunas preguntas y respuestas sobre la gestión seductora del agua.

Algunos lectores de futuro del agua se preguntan qué pinta la seducción en un ámbito tan “científico” e incluso tan político como es el de la gestión del agua. Su argumento es que los conflictos del agua son muchos. Que los bandos de “pros” y “antis”, son aparentemente irreconciliables. Así las cosas, la controversia no tiene fecha de finalización prevista y la seducción no es una solución.

Quizás, alguien entre nuestros seguidores, en los 10 años que llevamos escribiendo,  tuvo la esperanza de encontrar aquí una fórmula infalible. E ideal  para resolverlo todo de manera sencilla, rápida y económica. Pero no la encuentran.

Respondamos a sus oportunas preguntas con nuestros argumentos. Para encontrar soluciones y dirigirnos hacia ellas, primero tendremos que conocer cuál es el problema y en qué parte se origina en nuestra actitud. Porque no todo es culpa de “los políticos”, de “los demás”, de “los malos técnicos”, del “cambio climático”, del “Niño”… sino que también es culpa de todos y cada uno de nosotros en tanto que individuos que somos.

La confusión tiene su origen, en nuestra opinión, en que la emoción, tan presente en el  futuro del agua como el hidrógeno o el oxígeno, solo entra en juego cuando dejamos de escuchar, cuando perdemos la confianza en quienes deberían darnos esas soluciones con el dinero que pagamos de nuestros impuestos.

Nuestra apasionada propuesta de cambio de paradigma se fundamenta en dejar que la emoción entre antes en juego y no después. Para ello, en lugar de dar soluciones, nos hacemos preguntas y preguntamos. Reflexionamos y reflexionamos de nuevo sobre nuestras reflexiones. Eso es lo que hacemos al escribir aquí y lo que hacen todos los que nos comentan algo o se lo comentan  a ellos mismos y a sus prójimos más próximos. Comunicarnos. Con preguntas y respuestas

Prediquemos entonces con el ejemplo y formulemos las preguntas, acompañadas de nuestras respuestas:

 ¿Para qué gestionar el agua?

Para llegar a tener una garantía universal de suministro, de preservación del patrimonio, de respeto máximo a un derecho humano y de que los pueblos aborígenes tengan también su acceso garantizado.

¿Cómo se gestiona?

Planificando cíclicamente con participación de todos, concesionarios, propietarios en su caso y resto de usuarios miembros de una red pública o privada. Adaptando la planificación a los cambios “naturales” (cambio climático, aumento de población y de nivel de vida). También a los  “artificiales” (mejora de las técnicas y modificaciones en la legislación). Y definiendo los costes de la gestión, quién los paga, cómo se financian y cómo se satisfacen.

¿Cuál es el papel de lo público?

  • asegurar el cumplimiento de la ley
  • regular con eficacia e independencia al operador y controlarle,
  • respetar la preservación del medio,
  • garantizar un reparto solidario a todos los usuarios
  • proteger de las inundaciones,
  • establecer una tarifa justificada para pagar los servicios del ciclo del agua desde que llega al usuario hasta que vuelve al medio y los costes ambientales de la no derivación del cauce del agua necesaria para preservar el patrimonio con la calidad y la cantidad adecuada, y
  • generar confianza en el cliente para que pague el servicio distinguiendo el pago: por lo que usa, por lo que deteriora, por la preservación y restauración del medio (con sus controles exhaustivos, continuos y carísimos) y por la protección contra las inundaciones.

¿Quién lo hace?

Una administración pública del agua compuesta por personas. Que habrán de estar formadas y disponer de experiencia también como funcionarios, no solo como gestores empresariales del agua. Conviene distinguir entre funcionario del agua y ejecutivo del agua…no es lo mismo. Ello exige formación (aptitud) y proactividad entusiasta (actitud).

¿Qué papel juega la política en la gestión del agua?

El de promover y aportar una legislación adecuada las circunstancias  sobre el agua en un país concreto o en una comunidad de países y homogeneizar dicha legislación con el derecho internacional y la de los países con cuencas compartidas o intereses y tratados comunes, como es el caso de la Unión Europea

¿Cómo se hace una política del agua eficaz?

Legislando para conseguir un objetivo. Legislar solo  por disponer de leyes, no es suficiente: antes hay que definir el objetivo para el que se legisla. Y cumplirlo y hacerlo cumplir

¿Qué objetivo definimos?

Gestionar los recursos existentes en un país o comunidad de países para garantizar usos diversos a la ciudadanía. Eso sí, sin afectar al patrimonio hídrico de las cuencas (ecosistemas). Ese objetivo debe ser asumible por el país, previo inventario de sus recursos propios (aguas superficiales y subterráneas). Pero también de los que puedan ser aportados (aguas reutilizadas, desalinizadas, recicladas…).

Además, debe estar  tasado en el tiempo,  mediante una planificación cíclica con objetivos intermedios al final de cada ciclo. Que ha de ser asumido por los usuarios, presentando las propuestas con tiempo y en la forma adecuada para que sean inteligibles por todos ellos. Y  con un presupuesto asumible  que garantice su viabilidad económica. Por último, debe ir acompañado de un compromiso de estado que garantice su cumplimiento con independencia del color del gobierno en el poder. Agua, convivencia y supervivencia

¿Quién lo lleva a cabo?

Una administración tecnificada, experta y humana, formada por personas que asuman que su trabajo es un trabajo vocacional y de servicio a sus conciudadanos. La ética personal y gremial, el hecho de darle importancia a la vertiente emocional de la gestión del agua, debe ser la garantía de independencia en el funcionamiento de la administración del agua. Así se ganará la confianza en el administrado. Así se seducirá al cliente, que es quien paga y juzga cada día.

Definido nuestro objetivo, el siguiente paso es escuchar a todo el mundo hasta llegar al consenso en lo básico, que es lo emocional. Y comenzar entonces y solo entonces, a trabajar en lo técnico. Ese es el momento del tan cacareado pacto del agua, ni antes ni después. Pacto del que siempre se habla, pero que nunca llega.

Hay otras muchas maneras de hacerlo, pero solo hay que comprobar el resultado que dan. ¿Probamos con la seducción?.

Hagan sus preguntas, esa es la mejor manera de iniciar el camino para hacer realidad el pacto. y mientras tanto, sigamos caminando juntos, si así les parece, hacia el futuro del agua

Lorenzo Correa

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