Cuando el agua se va, llega la hora del silencio. El poeta recuerda esa pose virtuosa de la naturaleza, que apreciarse puede por doquier en algunas ocasiones. Para verla así, el agua debe estar presente.

Puede ser en la nube del amanecer o de la puesta del sol. O en la ola y por supuesto en el caudaloso río. Es la hora de la ruidosa alegría que sus cantarinas gotas jalean. De la exuberancia que trae consigo la lluvia o la abundancia de caudales que colman el cauce de promesas de feracidad.

Pero el agua se escapa siempre. Hacia abajo o hacia arriba. Como la vida. Y entonces llega la hora del silencio. No parece en ella tan virtuosa la madre natura. ¿O sí?

Porque sin agua y sin ruido, aunque la tristeza se imponga, también hay vida, Tanta, que es posible extraer del paisaje seco unos versos de esperanza. Y declamarlos para que acabe la hora del silencio.

Antes, se ha vivido un momento de reflexión y quietud. El que ocurre cuando algo esencial, como el agua, se retira. En este contexto, «llega la hora del silencio», un período de introspección o pausa en la vida.

También es una buena metáfora para describir esos momentos de cambio o transición en la vida. Ahí, la fuga del agua podría representar un cambio repentino o una pérdida, mientras que «la hora del silencio» abre un período de adaptación, asimilación o eclosión emocional.

Nosotros con un poema nos contentamos con capturar la sensación y transmitir emoción particular a través de las palabras que lo componen.

Se va el agua y llega la hora del silencio. Y la interrupción de un recurso vital, nos provoca un momento de reflexión profunda y un cambio en la vida. Ventajas de la sequía en la poesía

Lorenzo Correa

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