De nuevo la mítica Atlántida, entre el miedo y la amenaza .


Este agosto, también los desastrólogos hacen su agosto. Y nuestra sensación es la de que estar viviendo en la mítica Atlántida. Porque en estos tiempos de incertidumbre, la desconfianza y el miedo invaden corazones.

Surgen nuevas preocupaciones tras haber dejado atrás la pandemia. Y se añaden, con la guerra destrozando una parte de Europa,  a otras ya presentes desde hace años en el imaginario colectivo.

Como consecuencia de todo ello, aunque cada vez estamos más informados de todo lo que sucede y hasta de lo que sucederá, nuestra falta de confianza en el mensajero aumenta.

La otra cara de la moneda es la de los que creen sin dudar el mensaje que reciben. Pero en ambos casos, la conclusión es descorazonadora. Se traduce en inquietud porque no sea cierto, o porque lo sea.

Cuenta Platón que en una noche apocalíptica, los númenes ordenaron la destrucción de la mítica Atlántida. Fuego y cataclismos se desencadenaron por doquier hasta provocar el hundimiento del reino de la utopía.

El agua lo engulló y nunca más se volvió a saber de él. El Rayo de Poseidón catalizó las energías devastadoras que acabaron con todo.

Todo un mito en el que el agua adquiere un papel protagonista. Aunque en realidad, conocemos muchos lugares donde ha pasado lo mismo.. Santorini, fue engullida hace más de 3.000 años.

Más recientes son los hundimientos del golfo de Kharbat , de Plavopetri,  de la jamaicana Port Royal o de la india Dwarka.

Pero hace poco, fue noticia Yakarta  y con ella, otras muchas ciudades que están realmente amenazadas por el fantasma de la mítica Atlántida. Subida del nivel del océano y calentamiento global son las nuevas formas que toma el rayo de Poseidón

La Atlántida, para los que prescinden de mitos y leyendas, es una alegoría platónica. La de la arrogancia de las naciones.

La de los que solo se guían por la codicia y la mezquindad, hasta que los dioses colman su paciencia  y manifiestan su enfado en forma de maldición, sumergiendo bajo el agua que cura y  matando a todos los pecadores.

Recordando esta leyenda, cada vez más personas temen que el castigo divino ( o la venganza de la Naturaleza), planee sobre nuestras cabezas. Y paguen justos y pecadores.
Surgen por doquier profetas que lo proclaman. Y se expande el miedo y la desconfianza, mientas el mar del que vivimos va ganando terreno a la tierra en la que habitamos.

Nuestra época nos lleva a introducir en la gestión del agua, en tanto que vector ambiental por antonomasia, un debate emocional. El crecientee agotamiento de los recursos provocado por el progreso humano de los últimos siglos, tiene una consecuencia amarga.

¿Es por el ego y la codicia? ¿Eso es el progreso?. ¿Se venga el clima de nuestros pecados capitales? Quien esto cree, desarrolla un complejo de culpa que genera miedo por un lado y desconfianza ante los gestores por otro.

Las redes sociales y los medios de comunicación, se encargan de recordarnos constantemente lo que puede pasar si seguimos así.

La cuestión se convierte en arma arrojadiza para los partidos políticos y está presente en la intención de voto de los ciudadanos que viven donde  se puede votar y en las oraciones de los que residen en países en los que no.

Nadie quiere empeorar nuestra relación con la naturaleza. Por cuestiones estéticas evidentes y ahora también por cuestiones éticas.

Todas las personas, consultadas individualmente sobre si eligen esforzarse por obrar bien (eso es la ética), responden afirmativamente.

Las grandes corporaciones llevan el verde en todas sus acciones. Pero la realidad es otra. La amenaza de la mítica Atlántida alimenta el miedo, que ya de por sí ganó muchos puntos con la pandemia.

Dejemos aquí el debate ético. Y centrémonos en los que tienen miedo de acabar bajo el agua. Los habitantes de los países que se hunden.

Los nuevos atlantes, que ven cada día más cerca su reubicación en otras tierras de cota más elevada. Se expande el pánico al agua.

Observan con preocupación la carrera de marea, que ya no depende solo de la atracción gravitatoria ejercida por la luna.

También están influidas por un agua marina cada día más caliente. Porque hoy, algunos afirman  que es muy similar a la que tenía hace 125.000 años, durante el último período interglacial.

Jeremy S. Hoffman ha escrito: “Durante el último período de interglaciación, las capas de hielo en Groenlandia y la Antártida eran más reducidas que las actuales. El nivel global del mar estaba entre seis y nueve metros por encima del actual y las temperaturas del océano fueron las más cálidas de la historia reciente. Sin embargo, esas estimaciones muestran un alto nivel de incertidumbre, lo que dificulta proyectar con precisión el calentamiento en el futuro y sus impactos en el aumento del nivel del mar”

Entonces, el nivel del mar estaba entre seis y nueve metros por encima del actual y las temperaturas del océano fueron las más cálidas de la historia reciente. 

Ahora, solo hay hipótesis, modelos de elevación que estiman que, en un siglo, los niveles del mar continuarán aumentando entre 60 cm y 2,1 metro

Sin embargo, los modelos matemáticos no han sido capaces de simular este calentamiento para la última interglaciación… Queda la incertidumbre, la desconfianza y el miedo que produce el intuir pero no saber. La leyenda de la  mítica Atlántida vuelve a preocupar

Y lo hace porque hay millones de personas que viven en zonas inundables costeras. Ya hay predicciones de que, a principios del  próximo siglo, 200 millones de personas podrían estar afectadas por el hundimiento de la Atlántida moderna.

Sorprendentemente, la nueva Atlántida está localizada hacia el sudeste asiático y  Oceanía. Ahí viven casi todos esos cientos de millones de personas, amenazados por la inundación. 

Concretamente, más del 70%. Y viven (todavía) en la línea costera de ocho países asiáticos: China, Bangladesh, India, Vietnam, Indonesia, Tailandia, Filipinas y Japón.  El resto viven entre esas costas y el continente de Oceanía

Se trata de pequeñas Atlántidas isleñas repartidas por los océanos. El caso más flagrante es el  del archipiélago de la República de Kiribati.

Es un conjunto de islas situadas sobre la línea del ecuador, entre Australia y Hawai. Allí solo el mar es capaz de dar de comer a sus habitantes. No hay nada más aprovechable.

Pero tienen 33 atolones de coral, playas de arena blanca, y pesca. Además, hay lugares fantásticos para practicar el buceo y  observación de aves. Turismo, pesca y poco más.

Terrible, tras las secuelas de los recientemente pasados  tiempos de pandemia. Además,  si el nivel del mar sube 1,2 centímetros al año, el panorama es desolador. Y la gente tiene que emigrar.

Porque cada temporal marino engulle bienes y haciendas, debido a que la cota media es de solo 3 metros sobre el nivel del mar. Fueron de los primeros refugiados climáticos de nuestra era. Y tres de sus islas desaparecieron en 2009.

Otro archipiélago en peligro  es el volcánico de Tuvalu, el país de los “4”. Porque ocupa el cuarto lugar entre los más pequeños del mundo y su cumbre más alta está a la vertiginosa altura de 4,6 metros sobre el nivel del mar. 

Es uno de los cuatro países que conforman la Polinesia y de los catorce que componen el continente de Oceanía.

La erosión marina que sufre su línea litoral es cada vez más grave. Porque el mar ya inunda campos de cultivo. Cocoteros, bananos y taros notan en sus raíces la salinidad. Y desaparece el cultivo y la tierra en la que se sustenta.

Solo con que la subida del nivel del mar sea la esperada de unos 30 cm, el próximo siglo estas islas ya formarán parte de la mítica Atlántida sumergida.

Los nuevos atlantes, tienen cada vez menos esperanzas de que sus nietos sigan allí pisando tierra firme.

A menudo, el aumento del nivel del mar se siente como una amenaza lejana que afecta a lugares desconocidos. Sin embargo, a miles de kilómetros de Kiribati y Tuvalu, más de 30 pueblos de Alaska están igualmente amenazados por el problema.
De ellos, 12 se ven obligados a explorar opciones de reubicación como resultado del deshielo y la erosión de la tierra.

Cambiemos de continente. Veamos cómo están los esquimales que podrán ser atlantes. En este caso, los nativos iñupiaq, que residen en la isla de Sishmaref, ubicada a siete kilómetros del continente, al norte del estrecho de Bering que separa Estados Unidos de Rusia.

Ya han perdido un kilómetro de costa en los últimos 50 años. Shismaref es un caso extremo en regresión litoral marina, porque su línea costera retrocede más de 3 metros al año. La culpa la tiene la subida de la temperatura.

Porque la ciudad se asienta sobre el permafrost. Es un gigante con los pies de barro. Si la base se derrite, todo se hunde. Edificaciones, redes de canalización, el caos.

Ni siquiera ha podido resistirse el mar helado que protege a la urbe de las marejadas ciclónicas. Cuando llegan vientos huracanados, coincidiendo con una borrasca profunda, la altura de la ola y el descenso brusco de la presión, generan inundaciones costeras. Hasta ahora, aquí las evitaba el mar helado. Ahora ya no.

Los iñupiag que habitan la zona dependen del agua para sobrevivir. Pesca para comer, hielo parar beber. Pensaron en largarse a un lugar más seguro, pero era muy costoso. 

Les salía a la friolera de $ 32.,000 por vecino. Ni con fondos federales pueden hacerlo. Así que siguen pensando en una solución que les libre de la suerte de la mítica  Atlántida

Otros no se han ido, sino que se han protegido detrás de un altísimo muro. Es el caso de los habitantes de Tangier Island en la Bahía de Chesapeake en Virginia. Viven de la pesca del cangrejo y del trabajo que da el mar. 

Y ahora , esta agua que desde finales del siglo XVIII les había dado la vida, se la amenaza.

Porque aunque el muro les vaya salvando del oleaje, el agua marina ya está debajo de sus pies, infiltrada en el terreno. Intrusión marina.

El terror de los acuíferos y la invitación a la subsidencia. Parece que en 50 años, ya no podrán vivir allí.

Las marejadas ciclónicas también arrasan con la australianas islas del  Estrecho de Torres. Además, la acidificación del agua del mar ataca a las línea costera, degradando sus minerales. Y la erosión avanza sin tasa.

Hasta los difuntos enterrados hace muchos años, están saliendo de nuevo a la luz debido a la erosión de los cementerios..

Ignorados en sus peticiones por el gobierno australiano, los aborígenes han presentado una denuncia por vulneración de derechos humanos ante las Naciones Unidas.

Se registró en Comité de Derechos Humanos de la ONU en mayo de 2019.  Y hace ahora un año, en septiembre de 2022 el Comité de Derechos Humanos  adoptó su dictamen.

En él, por primera vez, un órgano de protector de estos derechos falló que la falta de diligencia del Estado al adoptar medidas de prevención de los efectos del cambio climático vulnera los derechos humanos reconocidos.

Además, estimó la vulneración del derecho a la vida privada y de familia por el grave impacto del cambio climático sobre los medios de subsistencia, el estilo de vida tradicional y la dependencia de los denunciantes respecto de su territorio, así como la estrecha relación con la salud del ecosistema donde habitan.

Tras este cumplido repaso a las pequeñas atlántidas insulares, solo nos queda mirar a tierra. A las ciudades amenazadas por el agua. Sin llegar a ser devoradas por ella, sufrirán afecciones graves por su avance inexorable. Se trata de Shanghai, Hong Kong, Osaka, Alejandría y Miami, entre las más importantes

En fin, ojalá que un nuevo Platón no tenga que volver a escribir sobre tierras habitadas sumergidas. Pero, si la expectativas más pesimistas se cumplen, los refugiados climáticos podrían llegar a los 200 millones dentro de 20 años. Lo peor es que, al no estar esta figura recogida en la legislación internacional, nadie estaría obligado a hacerse cargo de ellos. A darles asilo.

Ahí queda la amenaza. Cierto es que muchos países están tratando de ponerle remedio al avance del agua, para no tener que presenciar el éxodo de sus habitantes, convertidos en nuevos atlantes del siglo XXII. Pero las medidas locales, no resuelven el problema global. Solo son gotas de agua en un pavoroso incendio.

Sin embargo, solo la acción decidida y coordinada de gobiernos y multinacionales podrá  poner remedio, aunque no lo solucione, a la amenaza planteada. Tomar conciencia es el primer paso para iluminar el oscuro futuro del agua que mata en los países afectados.

Para evitar en lo posible que la invasión por gua de la Atlántida moderna no se lleve por delante vidas y haciendas, sin dejar rastro como la mítica isla descrita por Timeo, Critias y Platón.

La unión de acciones puntuales, hace la fuerza necesaria para avanzar en la resolución de los problemas o, en su defecto, en la adaptación menos traumática.

Lorenzo Correa

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