Nos pareció oír rumor de hadas en el río. Frufrú de espíritus protectores de la naturaleza, pertenecientes a la misma familia de los elfos, gnomos y duendes. En un principio creímos distinguirlas, verdes entre lo verde de la ribera. Pero no estaban allí, el ruido venía de arriba.
Miramos al cielo, entre el follaje de los sauces. Y allí, entre las nubes, estaban las hadas vestidas de gris. Parajes de agua lamidos por las nuevas hojitas de los sauces. Agradecidos por el regalo de las grises hadas. No me digan que este hallazgo no merece un poema para ir iniciando nuestro segundo libro.
Versos que juegan con las hadas con el agua rizada del río caudaloso. Y estrofas que, desde la orilla nos cuentan la historia del regalo que llegó de nubes empujadas por el viento y los colibríes ayudantes de las hadas.
Cae la tarde en el río, las nubes se desvanecen después de haber hecho de Reyes Magos, aunque no estemos en enero. Regalos de agua, siempre bien recibidos, para que el gris consiga abrillantar y dar vida al verde. Aunque ahora, el ocaso lo vaya tiñendo todo de negro.
Ya es de noche, no podemos ver el regalo. Pero lo oímos al leer este poema de hadas grises, nubes y colibríes. Y el río sigue haciendo sitio en su cauce a todos los regalos que las nubes sigan dejando caer.
Y si alguna vez sobran, ya se encargará la tierra de darles cobijo
Lorenzo Correa
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