También la sequía tiene su pasado


Las sombras del pasado siempre dejan paso a las luces del presente. Aunque a veces sean luces negras de padecimiento, sed y rabia. Son las luces de la sequía, cuyo pasado era lluvia abundante. Aguas limpias y frescas que discurrían por los cauces.

Pero hoy, los destellos de la luz del sol hacen añorar esos viejos y buenos tiempos de aguas turbulentas. Porque el presente no nos deja verlas ni oírlas. Hemos pasado calores primaverales y relativamente escasos fríos invernales. Las nieves vinieron, pero hace mucho que nos enseñaron cómo se convertían en agua. Y ya no vinieron más.

Todos nos preguntamos cuándo volverá aquel pasado esplendoroso que recordamos. Su añoranza nos hace sufrir de nostalgia de aquellas aguas que nos parecían tan normales y hoy recordamos con envidia. De otros tiempos mejores, claro.

Surgen los versos del recuerdo. Y con ellos el deseo de que la sequía pierda la partida pronto. Una vez más, porque por fortuna nunca la gana. Que vengan con ella las flores vestidas de smoking. Invitadas de honor a la gran fiesta del fin de la sequía.

Piedras preciosas que surgirán sin saber cómo de las arenas resecas del desierto. Antaño, el agua modeló con su sangre las esculturas del cauce. Y depósito los frutos de su rapiña de la cuenca en forma de sedimentos en el lecho. Hogaño yacen yertos en el desierto de la sequía. Pero hoy llueve con timidez, mientras la luz grisácea que filtran las nubes va sacando de las rocas los versos que componen el poema del pasado de la sequía.

Psasado

Lorenzo Correa

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