El rumor del agua es lo menos enervante que existe. Da fuerzas y quita nervios. Por eso, nada hay mejor que el ruido sordo u continuado del oleaje para relajarse. mientras contemplamos el mar en un día tranquilo y soleado.
Espumas blancas que lamen las rocas y mecen las arenas de la playa. Placentera visión del paisaje envuelta en un rumor que trota en el aire y arrulla al paseante. Así cualquiera se anima a componer un poema de sal, agua, viento y sol.
De caracolas marinas en playas ignotas que al acercarse a nuestro oído nos traducen el rumor oceánico en versos que acarician. Son como olas del recuerdo que no sabemos quien dibuja en el horizonte. Tintadas de azul puro de parajes de agua, reflejados en un cielo huérfano de nubes.
Y surge un poema que nos hace olvidar los recuerdos desagradables de nuestra vida. Aunque vengan con el oleaje y oigamos su sordo rumor, conseguiremos olvidarlos al contemplar las aguas serenas. Mirando al mar y dejando que la vista vague por el horizonte infinito.
Melancólico poema nacido de un rumor de agua iluminada por el sol del mediodía. Reminiscencias de una primavera que regala caudales a las flores y aromas a las mariposas. Brisas marinas llevarán sus versos al otro lado del agua, cruzando el mar entre el rumor del oleaje. Pero nosotros permaneceremos quietos, observando su marcha en el sentido inverso al del tren de olas que nunca acaban de lamer la playa y llevarse algo de cada roca.
Mientras, la luz del sol continuará hasta la noche esculpiendo en la piedra una figura distinta onda tras onda. Y exponiendo un infinito museo de esculturas, gliptoteca mágica arrullada por el rumor de las olas.
Poema de mar en un día de primavera radiante que invita a soñar y a vivir
Lorenzo Correa
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