¿Deconstrucción o destrucción?  Dos caminos para llegar al futuro del agua


Parece que está de moda destruir. En España entre el espasmo de la sequía y el marasmo de la gestión politizada del agua, se ha abierto un debate. Unos dicen que el gobierno está destruyendo presas y otros que es un bulo, ahora denominado con el horrible anglicismo de «fake news». Que solo son azudes obsoletos sin uso y con concesión caducada. Nosotros no somos de destruir, sino de deconstruir. Por eso, entramos en el debate sin pintarnos de verde, rojo o azul. Solo nos distinguimos con el arcoiris de la deconstrucción.

Porque la deconstrucción del discurso del agua es uno de los retos más apasionantes del su futuro. Por ello, nos preocupa y nos  ocupa. Y por eso nos ocupamos de este concepto con la misma profusión que nos ocupamos de la confianza y la seducción. Así pues, deconstrucción, seducción y confianza son el hilo argumental que nos lleva hacia el futuro. Y que nos hace espantar el fantasma del aburrimiento que nos invade cada vez que escuchamos, o leemos, un discurso destructivo de la gestión del agua. Con ese hilo en una mano escribimos con la otra. Aunque solo sea para diferenciarnos del resto de los que de esto escriben. Para encontrar la manera de realizar el imprescindible cambio de paradigma de la gestión del agua en el siglo XXI.

La primera respuesta a las incertidumbres que plantea este reto es: reflexionemos. Pues hagámoslo ahora.

Las dos disciplinas filosóficas que luchaban por llevarse el gato al agua al comenzar nuestro siglo, defendían dos maneras muy diferentes de pensar: una, se basa en la deconstrucción y la otra en la hermenéutica.

Como futurodelagua.com bebe del caudal que discurre por el cauce siempre ameno de la de la ontología del lenguaje, nos decantamos por la primera. Porque nos permite apostar por deconstruir tradiciones basadas exclusivamente en la razón y en la metafísica y apartarnos (con todo el respeto), de las maneras tradicionales de entender la gestión del agua.

Por lo tanto, huimos de tradiciones destructivas del adversario, aunque reconocemos que su alternancia da mucho juego en cada bando a sus guerreros. Y así, la guerra del agua, nunca se acaba.

Pero vayamos a lo nuestro. Que lo otro, como acabamos de indicar, aburre. A ese pulso de titanes entre Derrida y Gadamer. El primero define la deconstrucción como el deshacer analíticamente, o sea, descomponiéndolos, los elementos que constituyen una estructura conceptual. El segundo presenta a la hermenéutica como la verdad y el método que expresa la universalización del fenómeno interpretativo desde la concreta y personal historicidad. Aunque no haga falta proclamarlo, nosotros nos decantamos por Derrida.

Porque presenta una visión optimista de la realidad, en la que estamos inmersos en un universo (en nuestro caso, el de la gestión del agua), en el que siempre es posible la comprensión, el consenso y el diálogo. Y la enfrenta a la versión hasta ahora imperante, muy crítica con el oponente al que se le enfoca desde la determinación histórica de la tradición.

Centrémonos en lo nuestro y establezcamos distinciones: la primera “Deconstrucción- destrucción”, la que anima este artículo. La segunda, “Seducción- Convencimiento”. Y la tercera “Víctima- Responsable”. Como ya hemos escrito sobre las dos últimas, nos centraremos en la primera. Aunque dejando claro que todas ellas van destinadas a animar a quien se anime a cambiar radicalmente el discurso de la gestión del agua. Eso sí, con una novedad: la de deconstruir (aprendiendo a ello), en lugar de destruir, desaprendiendo algo que dominamos desde nuestra más tierna infancia en este ámbito.

Todo debería hacerse desde la inexperiencia de quienes quieren aprender para poder enseñar, huyendo de la visión de los que nos quieren enseñar lo que saben o creen que saben, “convenciendo”, dándole al lector u oyente un criterio hecho sin ningún coste para las neuronas.

Interpretamos el concepto de deconstruir en el sentido de descomponer analíticamente los elementos que constituyen una estructura conceptual. Al ser la deconstrucción una postura, ¿se podría crear una “Fundación para la deconstrucción del discurso del agua”?

El filósofo franco-argelino Jacques Derrida, padre de la criatura, propuso hacer una lectura minuciosa de cualquier discurso existente para llevarlo al extremo de darle una significación diferente de lo que parecía estar diciéndonos. O sea, provocando un cambio de observador.

En el debate de la gestión del agua, ya conocemos la estructura tradicional, basada en palabras ampulosas, en juicios infundados, tan manidos que para mí ya no significan nada, porque significan algo diferente para cada lector u oyente: cara, escasa, recurso indispensable, intereses del cemento, políticos ineptos, regantes despilfarradores, afecciones ambientales por trasvases, sostenibilidad, ecosistemas, ahorro, pozos ilegales, laxitud administrativa, anclajes en el pasado de una ineficiente administración, bla, bla bla.

Resultado hasta hoy: dos bandos enfrentados para destruir los argumentos del “enemigo”. Hoy, quizás, qué pena, más que nunca.

Pretenden lograrlo convenciendo de la bondad de los suyos al público, que asiste estupefacto a unas descargas de datos inconexos en una jerga ininteligible para la mayoría. El objetivo es convencer de la maldad intrínseca de unos y de la bondad absoluta de otros, emitiendo juicios poco o nada fundados.

Por todo ello, su objetivo parece ser el de destruir, es decir el de inutilizar algo no material, como puede ser un argumento o un proyecto. Mejor quedarse ahí y no ir un paso más allá aludiendo a la acepción de reducir a cenizas o trozos algo ya construido.

Deconstruir, es nuestra propuesta. Iniciar un camino al futuro en el que los “expertos” realicen pruebas deconstructoras. Y en el que se esfuercen en adoptar la postura de deconstruir la estructura rígida y anquilosada del cansino discurso. Sí, ese que desde hace poco se pretendió se bautizó como “nuevo”. Seguro que algunos sobrevivirán. Solo hace falta responsabilizarse y dejar de aparecer como víctimas del mal absoluto. Pero hay que asumir el riesgo… y empezar las frases por un “yo creo que”, porque con ese “yo”, me responsabilizo. Y sin él, solo me quejo.

Pongamos un ejemplo ya algo antiguo, protagonizado por un experto del agua, en este caso, jurista.  El eminente jurista Antonio Fanlo Loras, catedrático de Derecho Administrativo de la Universidad de La Rioja, ofreció, hace dos años, su última lección magistral. Y lo hizo con motivo de su jubilación, desde la atalaya del experto en derecho de aguas. El título de la lección magistral no pudo ser más oportuno: ‘La singularidad hidrológica de España. La dimensión ambiental del Derecho de Aguas‘.

Sostuvo Fanlo que el agua es un recurso esencial para la vida y para el desarrollo de actividades económicas. Y esa es la razón por la que el derecho se ocupa de ella. Porque solo así puede protegerse su calidad. Pero este no es el único objetivo. Además, hay que proteger del exceso y prevenir su escasez. Por eso, es imprescindible ordenar su uso. Y es en este “pequeño matiz”, el de ordenar su uso, donde se genera el conflicto.

Por ejemplo, tanto el concepto de ordenación del dominio público hidráulico como el de delimitación de zonas inundables contienen dos palabras que invitan a la discusión. Son ellas ordenar y limitar. A nadie le gusta que le ordenen ni que le limiten. Pero es imprescindible

Sobre todo, en España, el país en el que vive y trabaja Fanlo. Un país con enormes descompensaciones temporales y territoriales en la distribución y disponibilidad del agua. Y esta fue la causa por la que su legislación hidráulica fue pionera. Por eso las Leyes de Aguas de 1866-1879, constituyen el primer código de aguas europeo. Y por eso, también, la política hidráulica española ha estado influenciada y dirigida por una ya muy antigua regulación.

Este hecho diferencial debe hacernos reflexionar cuando comparamos el discurso del agua en la tradicionalmente regulada en España con los existentes en otros países cuya regulación es más moderna o todavía está en mantillas. Porque son casi 150 años de construcción y unos cuantos de intento de derribo. También se ha destruido patrimonio, por supuesto. Hay que darle paso a la deconstrucción.

                                                                                                       Ley de Aguas de 1879

Creemos que Fanlo, porque hace unos años, nos lo manifestó amablemente por escrito, está del lado de la deconstrucción. E intuimos que su lección postrera se dirigió a señalar los presupuestos fácticos de la singularidad hidrológica de España. Porque al exponerla y analizarla, nos envió su último mensaje en activo: interpretad correctamente la Directiva Marco del Agua.  Genial “touch of class” de un auténtico experto envuelto en deconstrucción.

Decíamos que Fanlo nos escribió hace años que “como jurista compruebo que hay un “catecismo” simplificador en la realidad del agua que nos está llevando al bloqueo institucional desconociendo las cosas más elementales que explican nuestra historia hidrológica, sin que ello signifique que ha de bendecirse todo lo hecho”.

Paradigma de deconstrucción, valga el ejemplo de un experto. Sigamos su estela y que nos siga acompañando en el camino durante mucho tiempo.

Sigamos con la teoría, después de esta clase práctica y volvamos a Derrida. Porque nos ilustró con la “artefactualidad” y la “actuvirtualidad”. Ahí queda eso, para corregir posibles “olvidos” del cuarto poder:

“La actualidad, precisamente, está hecha. Para saber de qué está hecha, no es menos preciso saber que lo está. No está dada, sino activamente producida, cribada, utilizada y performativamente interpretada por numerosos dispositivos ficticios o artificiales, jerarquizadores y selectivos, siempre al servicio de fuerzas e intereses que los “sujetos” y los agentes (productores y consumidores de actualidad -a veces también son “filósofos” y siempre intérpretes-) nunca perciben lo suficiente.

Por más singular, irreductible, testaruda, dolorosa o trágica que sea la “realidad” a la cual se refiere la “actualidad”, ésta nos llega a través de una hechura ficcional. No es posible analizarla más que al precio de un trabajo de resistencia, de contrainterpretación vigilante, etcétera. Hegel tenía razón al exhortar al filósofo de su tiempo a la lectura cotidiana de los periódicos. Hoy, la misma responsabilidad exige también que sepa cómo se hacen y quién hace los periódicos, los diarios, los semanarios, los noticieros de televisión.

La deconstrucción a la que aquí nos referimos, la relativa al discurso de la gestión del agua, con una atención concreta a la problemática española, exige a los responsables de la toma de decisiones remover lo que se les ha dado hecho. Y hacerlo para buscar, ante todo, sus propias interpretaciones usando la reflexión crítica. Para después plantearse qué tipo de “enseñante” quieren ser, analizando cómo lo transmiten a sus “clientes” (o votantes) en el Parlamento y fuera del parlamento.

A partir de ahí podrían construir un nuevo discurso fundado en la escucha. También , en la empatía, en la comunicación instructiva. En esa que se produce cuando el receptor es capaz de reproducir la información que se le está transmitiendo dándole sentido, cosa que no puede hacer una terminal de ordenador, ni un periódico de papel. Ni siquiera un aparato de televisión, o de radio. Porque ellos por sí mismos son capaces de transmitir y reproducir información, pero no de darle sentido. ¿Y a quien le gustaría ser sólo un televisor de pantalla plana?

Remover y emocionar. Porque el sentimiento es algo privado y personal y si no lo declaramos, nadie se entera. Pero la emoción es observable (significa “movimiento hacia fuera”), se detecta en la corporalidad y tono de quien la tiene. Pues eso, que emoción es “sentimiento hacia fuera”.

Y en la deconstrucción hay emoción.

La pregunta clave es siempre ¿para qué?. Ella es la que da sentido al mensaje. Porque su respuesta nos desvela la intención que hay tras ese mensaje. Su verdadera intención. Porque una acción que es coherente con su intención verdadera, con su razón, es una acción racional.

Construyamos desde ahí. Por eso hace tiempo que vamos lanzando esta pregunta: ¿para qué queremos el agua?. Porque no somos aparatos de televisión ni receptores de radio.

Elucubraciones sobre el futuro de la gestión del agua que nos dejen ver que hay vida más allá de los huracanes. Y del cambio climático, la sequía, las presas, el caudal ecológico y las inundaciones.

La vida que da deconstruir el discurso que nos vienen dando sobre cada uno de ellos desde un punto de vista concreto, visceral o científico y construir otra cosa más emocionante por vinculante y no excluyente. Elucubraciones, sí

El agua no tiene memoria, por eso es tan limpia. Ramón Gómez de la Serna.

Lorenzo Correa

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