El río de la buena Muerte


En estos tiempos de sequía contemplamos la muerte del río (con minúsculas). Es una muerte en el mal sentido. Porque es su impulso hacia la menor unidad por medio de la contracción. La que provoca la fragmentación del agua y de la vida que contiene su cauce.

Pero la Muerte del río, (con mayúscula), puede ser buena. Así ocurre la desembocadura, donde el río llega a revestirse de trascendencia en su último aliento antes de Morir (con mayúscula), en el mar.

Por eso la Muerte del río en la trascendencia del mar no tiene absolutamente nada que ver con el tánatos freudiano de la ausencia de caudales. La trascendencia supone el final de su estructura presente. Y por ello, una liberación, o un abandono. El que le permite al agua acceder a una nueva estructura, que es la nube.

Y en la desembocadura el río pierde su ego, luego muere con minúscula. Sin embargo, al fenecer libera sus caudales a través de su expansión en el mar trascendiendo a la vida. Para volar a una unidad de orden superior.

Paso de la masa de agua superficial a la marina. Y desde allí, del cuerpo de agua a la mente vaporosa de la nube. Acepta su muerte dulce y la liberación que el sol le provoca. Y así descubre una nueva vida. El poeta lo sabe y aquí lo cuenta en su poema. Porque la poesía es vida que nos lleva al siguiente estadio superior, en el que cesa el crecimiento y la conservación. Así, el río resucita en la Gran Muerte, en la trascendencia final, en la unidad última con el agua .

Esa es su Muerte en el buen sentido, su factor liberador. El que permite el ascenso de sus aguas. El sentido que le queremos dar viendo el río muerto en un miércoles poético que buscamos hacer trascendente

Muerte

Lorenzo Correa

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