Con las olas ruedan los recuerdos del olvido


El poeta otea el horizonte desde la playa. Es un día claro y ventoso en el que las olas golpean con fuerza las rocas exhalando periódicos suspiros de espuma. Espasmos en el marasmo del islote marino.

Escenario ideal para olvidar recuerdos que el agua lubrica, limpia y depura. También los vaporiza para que el viento se los lleve donde quiera, pero lejos.

Es un estruendoso embate de las olas contra el promontorio. Y a ese bulto que causa estorbo a los trenes de olas, el vate envía lo que de desagradable contiene su memoria. Sólo le falta esperar la llegada de la luna para que su luz ilumine los recovecos más oscuros del alma.

Entonces, llegará el reposo del espíritu y su cuerpo será confortado por los vientos de la poesía. Y esculpido toscamente por esa madrugada fresca que modela el sentido. Llega el día y el sol ilumina a un hombre nuevo, suspendido sobre el mar como el mascarón de proa de la nave de su vida cuando inicia una nueva singladura.

Ocre costa, mar azul y blanca espuma. La vida, con los recuerdos olvidados mientras las olas rompen, se expande sin obstáculo alguno que sortear hacia el mar abierto. Impulsada por el viento sin saber hacia dónde. Llegará el día en que se deje de mover, cuando las velas del barco se desinflen. Y habrá llegado la hora de olvidar nuevos recuerdos con la ayuda del agua que al ondularse, consigue llegar tierra adentro hasta la memoria.

Pasa la vida en la playa, bajo azules puros y ante parajes de agua. Verde se divisa una nueva primavera. Y el poeta sigue allí contando olas y cambiándolas por recuerdos. Viendo su sombra cada vez más larga y añorando su inocencia, cada vez más lejana e irrecuperable. Ola tras ola

Lorenzo Correa

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