Cómo combatir la sequía adaptándose como en la la Caatinga.


El mes de marzo avanza y  las cuencas internas de Cataluña siguen sin recibir las lluvias que, desde hace tres años, han dejado de visitarlas. La administración hidráulica competente ya ha decretado la entrada en el estado de excepcionalidad.

Este es el cuarto de los cinco estados contemplados en su Plan de Sequía. Asoma la nariz, y todo el cuerpo si no llueve, el entorno del último escalón. El temido estado de emergencia, donde ya se verán afectados los ciudadanos cuando abran los grifos de sus hogares. Por su parte, la administración competente, desliza un mensaje de aceptación y adaptación a lo que avisa que va a ser la nueva normalidad. «Hay que irse acostumbrando a vivir en sequía»

Por si acaso es cierto, veamos entonces cómo combaten la sequía en los lugares en los que esta situación es ya normal.  Ya hemos visto que en China usan tecnología aeroespacial. Convencen a las nubes para que pasen a otra vertiente. Otros hacen más desalinizadoras o ahorran reutilizando. Algunos simplemente, se adaptan. Para hablar de sequía y adaptación, iremos al brasileño estado de Bahía, situado en el nordeste del país. Allí existe un desierto del tamaño de los Países Bajos . Paradigma moderno de ejemplo de sequía y adaptación, al que hoy dedicaremos estas líneas. Es tan original y fascinante como susceptible de verse en un cosmorama. Rico en intransferibles identidades geográficas, topográficas y biológicas.

Es el “Sertão”, intraducible vocablo que en español denominamos “Sertón” y que no es más que el aumentativo de ese desierto al que nos referimos. Del desertão, desierto en portugués, desertón en español, al Sertão y al Sertón solo hay un paso. Y por ser un super -desierto, sus habitantes saben mucho de sequía y adaptación. En la falda de una cadena de sierras que se alinean hacia el nordeste, paralelas al monzón reinante

El Sertón tiene fama literaria. Euclides da Cunha, escritor e ingeniero militar brasileño lo popularizó cuando participó en la expedición militar que sofocó la llamada “guerra del fin del mundo”, a finales del siglo XIX. Tuvo que atravesarlo para acabar con la sobrehumana resistencia de Antônio Conselheiro en Canudos. Y de ahí salió su libro, “Los Sertones”. Y otro más conocido, la novela del Premio Nobel Vargas Llosa, titulada “La guerra del fin del mundo”.

Sequía y adaptación de sertones y caatingas

Por eso se merece también, por sus esfuerzos en combinar bien el binomio sequía y adaptación, tener fama en el ámbito de la gestión del agua.

Travesía torturante por un siniestro y desolado paraje. Así nos va adentrando el ingeniero cronista Euclides en el fiero desierto, al que el ejército brasileño tuvo que adaptarse, entre penurias sin cuento. Para llegar a Canudos y aniquilar a unos iluminados que nada tenían. Ellos, resistieron tanto porque estaban acostumbrados a la dureza del clima. Todos eran miembros de las subrazas sertaneras: yagunzos, tabareus y caipiras. Maestros en sequía y adaptación. Por eso resistieron los embates de tres cuerpos de ejército entre 1896 y 1897.

La Caatinga

Para llegar al escenario de la guerra, había que atravesar la caatinga. Se compone de un entramado vegetal de árboles retorcidos, espinos y cactus entre los que prolifera la caatinga, planta de la familia de las bignoniáceas. Ella da su nombre a estos parajes poblados por árboles, arbustos y trepadoras. «Caatinga» para los indígenas tupis, significa “bosque blanco”. De ese color es durante la seca, cuando caen todas las hojas. Que afortunadamente, cuando llueve, renacen reverdeciendo.

Uniforme horizonte que enerva al soldado, dominado por un color pardo que engaña a la vista y entristece al vidente, que se enfrenta a un interminable paisaje requemado, si atisbo de agua. Solo animan un poco al caminante escuálidas lagunas de aguas muertas. Sequía y adaptación, no hay otra en este clima feroz. Hay que buscar en pozas y grietas del granito azotado por el sol, el agua de la lluvia.

Fúnebres oasis, según escribe Euclides, visibles gracias a la capa verdosa de algas unicelulares que las recubren.

El clima es feroz. Régimen marítimo en ámbito continental. Oscilación térmica diaria enorme, porque el suelo desnudo absorbe calor de día y lo suelta rápidamente al irse el sol. Cielos transparentes. Vientos huracanados desencadenados por la aspiración de los yermos. Solo cuando sopla el viento del nordeste, los nubarrones cubren el cielo y se instala un insoportable bochorno. Noches de fuego insoportable. Pero la mayor parte del año, nada se agita, la humedad del aire es inexistente. La sequía lo abarca todo, en intervalos de entre nueve y doce años, coincidiendo con los intervalos de aparición de determinadas manchas solares.

Cuando finaliza la seca, los primeros chubascos no llegan a dejar ni una gota de agua en la ávida tierra que las ve caer. Se evaporan antes de tocarla, entre las capas ascendentes de elevadísima temperatura y vuelven a la casa común de la nube húmeda sin fecundar la tierra, cayendo una y otra vez sobre ella, como sobre una chapa hirviente, hasta que acaban venciendo su resistencia calorífica y comienzan a formar hilos de agua, más tarde arroyos sobre el terreno y al final temibles avenidas en las que el agua, por fin dueña de la tierra, arrasa con todo lo que atraviesa, generando erosiones imparables. Entonces, solo entonces, por un momento, el sertón reverdece. Es un espejismo. El terreno drena hasta la última gota de agua caída y la aridez vuelve a enseñorearse de la caatinga. Aquí tenemos un paradigma de sequía y adaptación

Un siglo y cuarto más tarde, la caatinga, se está utilizando como laboratorio para evaluar los efectos del calentamiento global, gracias a que sus ecosistemas, tan variados como vulnerables, permiten sacar suculentas conclusiones en sus 850 000 km² de extensión.

En ellos habitan 1226 especies de animales (mamíferos, reptiles, pájaros y peces), además de una gran diversidad de invertebrados. Su vegetación xerófila adaptada a la sequía, compuesta de umbuzeiros,  catingueiras, aroeiras, barrigudas, palos de hierro, amburanas, xique xiques y mandacarus, es muy apreciada para las explotaciones frutales, producción de  fibras, aceites vegetales y  cera.

Desgraciadamente, desde que Euclides escribió su relato, tres cuartas partes de la caatinga ha desaparecido, estando protegida menos del 0,3% de su extensión. La explotación de sus maderas, la recolección de leña y la expansión de la agricultura han alterado el paisaje que Euclides describió. Pero su protección es clave para preservar lo que queda y para garantizar la producción agrícola de sus actuales habitantes. Por eso es tan importante actuar en términos de sequía y adaptación

Seis años de intensa e inacabable seca se han vuelto a presentar entre 2010 y 2016. Las temperaturas medias aumentan. Ya son 2ºC desde la era pre industrial. El riesgo de perder todo lo invertido en la agricultura es enorme. Para los inversores y para los habitantes de la Caatinga.

Rio de Contas parcialmente seco. Destaca el margen derecho, de Caatinga pura y el izquierdo aún vegetado.

Ya no se puede volver a la época de Euclides, al desertón, sino que se necesita mantener la agricultura y el paisaje actual. Y a ello no ayuda la seca ni del aumento térmico. Porque si se llega a este indeseable escenario, una de las regiones más pobres de Brasil caería en la indigencia. Y hablamos de 20 millones de personas repartidas por 10 estados brasileños Más de la décima parte del territorio brasileño.

Ante este dilema, regresar al estado prístino de la caatinga o mantener el “progreso” agrícola y extractivo de recursos naturales, la solución está clara. Sequía y adaptación deben caminar juntas. Se opta por deconstruir el paisaje, buscando más resiliencia al clima cambiante

No hay experiencias en este ámbito semiárido, porque las experiencias brasileñas más exportables se extraen de las zonas forestales amazónicas. De estas oímos hablar cada día. “Venden” mucho. De la Caatinga, no. Aquí se ha trabajado poco en este ámbito. Parches dispersos sin valor de aprendizaje.

Lo que sí está claro es que trabajar aquí en sequía y adaptación  y tener éxito, repercutirá en las regiones más extensas del mundo. Que son las secas, las más necesitadas de deconstrucción y adaptación.  Como siempre ocurre, aunque mucho no se hace, preguntar a los viejos del lugar es la mejor forma de empezar. Los libros de Euclides y de Mario, que dan todo el protagonismo a los indígenas, lo demuestran. Tipos duros, esforzados y adheridos al terreno. Han sido capaces de sacar provecho a su entorno sin afectarlo durante siglos.

El pequeño agricultor es la clave: yagunzos tenaces y resistentes, vaqueros que disfrutan con la boleadoras. Siempre alegres en sus jinetadas. La seca no asusta al sertanero. Solo es la otra cara de la moneda de su vida trágica. Con estoicismo la afronta. Sin perder jamás la esperanza. Dos o tres meses antes de su siempre anunciada (para el avisado), llegada, refuerza el azud, limpia la acequia, rotura la zona inundable de las ramblas.

Deja todo preparado para cuando lleguen las benditas lluvias del fin de la estación. Las de octubre que apagan la fiebre de la tierra y empapan por un momento sus fisuras. Y el 12 de diciembre, Santa Lucía, como relata magistralmente Euclides, hace una prueba.” Expone al relente seis piedritas de sal, que representan de izquierda a derecha los meses venideros”. Si al amanecer del 13 están intactas, la seca será terrible. Si la primera de diluyó, lloverá en enero. Y así sucesivamente con todas las demás.

Euclides quiere argumentar el cientifismo de la experiencia. Un naturalista de la época lo negó diciendo: “Luzia mentiu”. En cualquier caso, el sertanero se prepara con tiempo y aguanta hasta el 19 de marzo. Y observa que pasa en las doce horas primeras del día: si llueve, el invierno será lluvioso. Si no, la seca volverá. Y el esfuerzo a realizar será, una vez más, heroico, al rebelarse la tierra contra el hombre. Antes, la lucha era titánica. Contra el sol abrasador, excavando cada vez más hondo apara encontrar agua. Contra el jaguar, la temida sussurana que se come el ganado. Y contra la hemerolopia, la falsa ceguera de los días claros y ardientes que ciega al sertanero en cuanto se pone el sol. Mientras que el viento del noroeste sigue soplando impertérrito.

Llega un momento en que no puede aguantar más y tiene que irse a otras tierras más ambles con el hombre. Pero cuando el mal se acaba, vuelve alegre y comienza de nuevo. Resiliente como el junco en la ribera después de la avenida. Sequía y adaptación es algo natural para él.

¿No va a estar adaptado el sertanero con toda esta lucha acumulada en su memoria genética?

Adaptados, pues, desde siempre a altísimas temperaturas y secas quinquenales. Su único defecto fue el de no conocer técnicas agroecológicas adecuadas para sacarle aún más partido a esa adaptación. Y respetuosos siempre con el entorno.

Hoy en día, su vida es menos esforzada. Ya han llegado a la caatinga maestros que dan a conocer  estrategias deconstructoras para salvar los muebles, aprovechando la particularidad y dureza de las condiciones climáticas, siempre extremas, como ya hemos visto, en una oportunidad para restaurar el paisaje sin dejar de ganarse la vida con su profesión

Se ha tomado como muestra el pueblo de Pintadas, un pueblo de unos 10000 habitantes, famoso por el auge que en él han alcanzado las cooperativas agropecuarias. Las vacas ya no son atacadas por jaguares, pero sí que las afecta la seca. El río Jacuípe, a cuya cuenca pertenece ha sido objeto de un estudio de aprovechamiento óptimo del agua.

Pertenece al proyecto “Adapta Sertão” coordinado por la Red de Desarrollo Humano (Redeh), de Río de Janeiro. Los ganaderos han plantado cactus sin espinas, para el forraje. Pero en lugar de hacerlo como siempre, de manera dispersa, lo han adensado. Y esta planta xerófila resistente a la seca, está salvando al ganado por su cualidad de retener el agua del suelo durante esa estación.

La plantación adensada se une a la proliferación por la caatinga de balsas de hormigón que actúan como cisternas. Por menos de 3500 $, se almacenan 70 m³/año. En ellas, algunos introducen tilapias que luego venden en el mercado.  Así pueden sembrarse 0,4 hectáreas de cactus, que proporcionan 121 m³/año de agua. Negocio redondo. Sequía y adaptación. Plantas autóctonas que mejoran el suelo y restauran el paisaje. Más agua, alimento para el rebaño y mayor producción con las mismas cabezas.

Más soluciones: Cambiar la forma de roturar el terreno, haciendo surcos paralelos las curvas de nivel para contener escorrentías. Permicultura. Se plantan frutales, regados por goteo cuando lo necesitan. Y además estos árboles hacen de  barrera al viento y disminuyen la evaporación.

Cuando la seca arrecia, en lugar de irse como sus antepasados, mantienen el vegetal con el goteo, hasta que la próxima lluvia asegure la producción.

Además, esta deconstrucción dirigida a avanzar en el concepto de sequía y adaptación, tiene otras contrapartidas favorables. Es el caso de las sertaneras, de las que poco habla Euclides. Él solo habla de solteras, mozas-doncellas, mozas-damas, brujas y beatas. Hoy, afortunadamente, en un entorno tan masculino por su dureza extrema, ya han adquirido protagonismo

Doscientas de ellas se han agrupado en una cooperativa que gestiona una fábrica de pulpa de fruta: “Delícias do Jacuípe”, con 20 trabajadoras. Adquieren de pequeños productores locales mango, piña, tamarindo, guayaba y acerola y producen fruta congelada para zumos. Indirectamente incentivan a los pequeños agricultores la plantación de más frutales y restauran el paisaje con ellos. Así se incentiva la economía local y se fija la población en la caatinga en un entorno agradable, aunque no sea el prístino de hace un siglo.

Bienvenida sea toda acción que permita avanzar en sequía y adaptación. El WRI, ya hace un año que propuso una estrategia de seis pasos para la deconstrucción de paisajes desérticos. Ahí se define un marco de actuación concreto para recuperar paisajes con técnicas actuales respetuosas con el entorno.

En Brasil, o en cualquier otra zona árida del mundo, es otra forma de avanzar en la idea de la sequía y adaptación. El Acuerdo de París 2015, recoge el compromiso brasileño de recuperar  12 millones de hectáreas en la Caatinga.

Así, pronto podremos comparar la que nos definió Euclides da Cunha con la que saldrá de este reto. La sequía continuará en los sertones. Pero sus consecuencias, eso esperamos, serán muy diferentes. Al menos, los yagunzos no tendrán que emigrar periódicamente a tierras más fértiles  empezar de nuevo. Ya podrán quedarse para siempre en la Caatinga con mejores condiciones de vida. Sequía y adaptación para el futuro del agua y de las personas. Aviso para navegantes.

Lorenzo Correa

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