Llegó la ola


Nos encanta contemplar la llegada de la ola a la playa. Una tras otra, van presentando sus respetos a la arena, sin cansarse jamás de hacerlo.

La ola cuando el mar está tranquilo, es educada, constante y siempre acaba sacando espuma por la boca. Cuando el viento arrecia, devienen en violenta. Entonces, todo el mundo saca a los niños y ancianos del agua al grito de «¡que viene la ola!

Juguete infantil, reto para los surfistas, solaz para la vista y el oído. Mirando al horizonte, la vemos venir desde profundidades intermedias. Siempre ganando altura e impulsada por la inseparable celeridad de grupo que la asocia con sus congéneres.

Agua sometida a una velocidad de propagación que transmite energía. A veces, es refractaria y cambia su dirección de propagación. Un privilegio para los sentidos que siempre acaba muriendo a nuestros pies.

La vemos llegar rauda e imaginamos el proceso de propagación de la onda elástica, que nos enseñaron de estudiantes bajo el nombre de celeridad. Nos apasiona la elasticidad del agua, condensada en la trocoide del círculo que rueda sobre una línea recta. A ella nos encomendamos para que se contagie a nuestra mente y genere en nuestro corazón otra ola poética de similares características.

Y rememoramos la frase de nuestro venerado Víctor Hugo, dedicada a la docilidad del agua derivada de su incompresibilidad. Se desliza, se escapa y se convierte en ola basando en esa conversión su libertad. Pero cuidado, que podría llegar a ser tsunami si nos empeñamos a quitarle su sagrada libertad. Y toda la construcción poética realizada, se vendría abajo con su fuerza destructiva

Merece la ola un poema dedicado a su destino Que huela a su fragancia y nos salpique el alma con su espuma. Pero que no nos arrastre

Ola

Lorenzo Correa

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