Es un invierno armonioso, aunque poco pródigo en lluvias. Los cauces llevan corrientes mínimas y escasas, paralizadas por el hielo y la sequía. Y el poeta solo puede inspirarse pensando en una primavera próxima y amable. Como se espera de esta estación en la que lo armonioso destaca entre flores y aguas cantarinas.

Miramos el río con ojos iluminados por un sol todavía manso, sin fuerza para hacer otra cosa que acariciar la piel. Y en sus mínimas aguas percibimos emociones capaces de enamorar. porque el amor siempre fluye por el arroyo, aunque esté cubierto con manto de hielo.

Esperamos el armonioso tañer de la campana de la lluvia, convertido en son de gotas que todo lo alcanzan y humedecen. Esa lluvia que funde cielo y suelo trayendo la vida, aunque a veces su sonido no sea nada armonioso y la quite.

Cuando el agua de la lluvia llegue al arroyo, abrillantará la ribera sacando el lustre de hojas y ramas, de rocas y de hierbas. En un armonioso chaparrón que lave la tierra y haga sentir al alma sus efluvios.

Lluvia en lo verde, agua que reblandece el duro lecho fluvial hasta hacerlo barro. Hielo que se deshace para devenir en terrosa agua. Del impoluto blanco al marrón sedimentario. Quizás la niebla se adueñe del paisaje fluvial, reteniendo la humedad, tan necesaria. La condenación de agua y niebla, hará surgir el llanto, predecesor de la alegre primavera que nos espera. Cada día hay más luz y menos tinieblas. es el mejor augurio para el esplendor de la nueva estación. Que la poesía nos traiga de nuevo cuando llegue.

El arroyo seguirá fluyendo y la niebla ya se habrá ido. Nos esperará el sol para enseñarnos flores en un eterno renacer de la vida.

Lorenzo Correa

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