Demografía, desalinización, reutilización y futuro del agua. Israel ya ha elegido


Si hay un país en el mundo que pueda tomarse como ejemplo de gestión acertada y eficiencia en el uso del agua en un entorno reducido, árido y de constante conflicto político con los vecinos , ese es Israel.

Hasta el año 2005, en el que las desalinizadoras comenzaron a aliviar las carencias de agua dulce, el abastecimiento de agua era uno de los principales problemas del país. Fundado como estado moderno en 1948, la escasez crónica de agua se convirtió en una pesadilla para los que optaron por afianzarlo dentro de unas fronteras muy endebles. Porque para lograrlo, necesitaban que la población se incrementase en progresión geométrica. A continuación había que alimentarla y después generar una potente industria que captara divisas mediante la exportación. Y para beber, regar el campo y fortalecer el tejido industrial, era necesaria el agua.

En 1950, Israel no llegaba al millón trescientos mil habitantes. Veinte años más tarde, ya se acercaba a los 3 millones. A principios de siglo, ya eran casi 6 millones. Y hoy, la población alcanza los 9 millones. Por lo tanto, en menos de 75 años, el número de bocas se ha casi decuplicado. Y todos residen en una superficie de algo más de 22.000 km².

En el principio, la fuente con mayor garantía de abastecimiento era el bíblico lago Tiberíades. Porque era la única reserva importante de agua dulce del territorio. Y por ello, su capacidad en cada momento era un dato crucial para que los gestores del país decidieran qué se podía hacer para conseguir sus objetivos de crecimiento y bienestar.

Pero su explotación, además de depender de la climatología, debía tener en cuenta que de este lago nace un río internacional como es el Jordán. Y como es lógico, sus aguas debían repartirse con otros países ribereños como Jordania y Palestina.

Debido a la importancia del agua en el desarrollo del país, su gestión era únicamente política. Se consideraba un bien público estatal, cuyo uso y disfrute privado estaba sujeto a estrictas medidas legales de concesión.Y en ello intervenían 6 ministerios y otras tantas entidades públicas.

Así fue hasta el año 2007 en que se creó la Autoridad Nacional del Agua, organismo estatal independiente. Ella se ocupa de concesiones, tarifas, planificación y resto de competencias correspondientes a la administración pública del agua.

Cuando la escasez de agua empezó a ser preocupante, Israel aplicó las tres medidas clásicas para ganar eficiencia y evitar el derroche. Publicó el programa de reutilización de aguas residuales domésticas a gran escala. También impulsó medidas de eficiencia como el riego por goteo. E inició campañas de concienciación pública para promover el ahorro.

Pero el Tiberíades seguía teniendo cada vez menos agua almacenada. Llegó un momento en que ya no se pudo garantizar la disponibilidad de suficiente recurso para abastecer a una población creciente. Ni para regar las tierras que debían alimentarla, ni para satisfacer las necesidades de la industria . Y en 1999 el gobierno israelí decidió apostar por la desalinización a gran escala. Creyó que era la mejor estrategia para revertir la situación. Afortunadamente, tan pequeño país posee 273 km de costa.

Entonces Israel comenzó a construir plantas desalinizadoras. Hasta hoy dispone de cinco instalaciones de ósmosis inversa. En Ashkelon (2005), Palmachim (2007), Hadera (2009), Sorek (2013) y Ashdod (2015). Y está prevista la inauguración de una sexta planta desalinizadora para 2025 en el norte, así como una segunda planta en Sorek.

Ahora, el agua de mar desalinizada proporciona casi la mitad del agua doméstica del país. Gracias a ello, Jordania recibe del lago Tiberíades 100 hm³/año a un bajo precio. Similar cantidad recibe la Autoridad Nacional Palestina . Y Gaza, aunque Hamás se niega a cualquier acuerdo con Israel, tiene asignados otros 20 de los que actualmente sólo usa la mitad.
Llegados a este punto, cuando acabamos de repasar el pasado de la gestión del agua de Israel, nos encontramos en un presente en el sigue habiendo dudas sobre si esta apuesta, tan decidida como costosa, habrá solucionado definitivamente los problemas del agua en el país.

Cierto es que la situación vivida desde que en 2005 los israelíes dejaron de preocuparse por la lluvia, es mucho mejor que antes. Pero la confianza plena puede ser traicionera. Porque la población sigue creciendo. Y la tranquilidad que viene dando el disponer cada vez de más y mejor agua, puede producir el efecto de relajar el esfuerzo de ahorro y la eficiencia conseguida cuando los recursos eran escasos y no estaban garantizados. Los israelíes miran el mar y respiran aliviados. En sus aguas confían.

Sin embargo, en las tres últimas décadas, la tasa de crecimiento de la población está algo por encima del 2%. Y eso es muy alto para cualquier país industrializado. Pero las previsones son aún peores. Porque se espera llegar a tener entre 15 y 25 millones de habitantes en 2065. Son alicientes inherentes a cualquier país próspero y cada vez más seguro.

Estudios recientemente publicados por la Universidad Hebrea de Jerusalén definen tres escenarios de crecimiento de la población para las cuatro próximas décadas, entre el 0,8% anual y el actual 2%. Y en cualquiera de ellos, demuestran que es probable que el crecimiento de la población requiera un aumento sin precedentes en la producción de agua desalinizada.

También avisan que la disponibilidad de recursos superficiales naturales disminuirá tanto en valores absolutos como per cápita. Y concluyen indicando que será peor el efecto de aumento de consumo provocado por el aumento de la población que el producido por el incremento de períodos de sequía achacado al cambio climático.

Como es lógico, una mayor dependencia de la desalinización supondrá un aumento de los presupuestos destinados a hacerla posible. Porque el crecimiento del país va unido al de la demanda de agua. Aviso para navegantes de otros “mares” como los españoles. Porque aquí la dependencia de las desalinizadoras también es cada vez mayor.

Los datos que en el caso de Israel cimentan la argumentación del estudio universitario citado son claros. En 2020, el consumo de agua fue de unos 2.400 hm³. Y para 2065 la demanda total aumentará a 4, 5 o 6 mil hm³ en función del escenario de crecimiento considerado.

Nótese que entre 1960 y 2020, el consumo de agua de Israel aumentó de 1,3 a 2,4 mil hm³ . Es decir, un 85% en 60 años. Pero para 2065, el porcentaje de aumento sería de un 160 % en el escenario de alto crecimiento. Y se necesitaría aumentar en los 32 años que quedan para esa fecha un 280% los recursos aportados.

Esto supone que el volumen de agua desalinizada deberá crecer entre entre 2700 y 3750 hm³/año. Escalofriantes cifras. Para ello, se necesitarán entre 19 y 37 nuevas plantas desalinizadoras en función del escenario de crecimiento elegido.

Ello supone construir 7 nuevas plantas antes de 2035 y acabar el plazo construyendo otras 11 en la década anterior a 2065. Nótese que la demanda nacional de agua desde 1960 hasta 2022 se ha cuadriplicado.

Sin embargo, solo con agua de mar no se arregla el problema. Debe también incrementarse la regeneración de aguas residuales. Hoy en día, ellas ya son el principal recurso empleado por los agricultores. Y el objetivo es convertirlas en el segundo recurso en importancia después de la desalinización.

Así pues, la producción de aguas residuales tratadas deberá incrementarse exponencialmente. De los 0,5 hm³/año actuales a más de 1.000 en 2065. Prepárense los contratistas a construir depuradoras y plantas de regeneración de agua agrícola. En cualquier caso, es evidente que, aunque los regantes israelíes son líderes mundiales en eficiencia, no podrán triplicar el efluente tratado.

Por ello, se impone una definición clara y legal de los cultivos que pueden regarse con estas aguas. Además, la escasez de terreno para construir viviendas es cada vez más acuciante. De hecho, cada año se urbanizan 30 km² de tierras fértiles con este fin. Y esto supone un gran problema para la absorción de cantidades significativamente mayores de efluentes.

Quedan como tercera aportación en importancia a las redes de abastecimiento doméstico e industrial y de riego, los recursos naturales. Quién lo diría hace unas décadas. Pero así es la gestión del agua en nuestros días. El estudio cuantifica en sólo 40 m³ por persona y año el uso de este recurso para el año 2065. Tremenda reducción ya que en el año 2000 era de 300 m³ por persona y año


Difícil de asumir este reto. Porque es más barato y consume menos energía producir agua a partir de fuentes naturales que en cualquier otro escenario. Y los regantes siempre prefieren aguas naturales a regeneradas. Además, las aguas residuales tratadas, incluidos los efluentes de calidad relativamente alta de Israel, siguen teniendo un alto contenido de sal, lo que puede reducir el rendimiento de las plantas y aumentar el riesgo de degradación del suelo a largo plazo

Veamos cuál será el impacto social de esta estrategia de suministro de agua, del mix mar-depuradora y algo de agua dulce. Y ese aspecto es, obviamente, el relacionado con el impacto ambiental

Las desalinizadoras más eficientes requieren de 3 a 3,5 kWh para tratar 1 m³ de recurso marino. Por eso, Israel necesitará 11 TWh adicionales por año, o alrededor del 15% de la generación eléctrica actual del país. El equivalente a una central de gas de 1600 MW operando con un factor de capacidad del 80%. Estos números incluyen solo la electricidad requerida para el proceso de ósmosis inversa. No incluyen el costo o la energía asociados con el bombeo de agua del mar a la planta ni el bombeo hasta los depósitos de los puntos de alamacenamiento en el interior del país.

Pero la generación de energía renovable todavía no da para muchas alegrías. En concreto, si se decide incidir en la energía solar fotovoltaica, se necesitará espàcio abierto para instalar los paneles. Porque la demanda superará lo que los tejados pueden ofrecer. Como hoy por hoy, Israel genera más del 90 % de su electricidad a partir de combustibles fósiles, principalmente gas natural a corto plazo, la desalinización dará lugar a un aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Siguiendo con las malas noticias, tantas nuevas plantas en la línea costera afectarán negativamente tanto el paisaje costero como su el ecosistema marino. Limitará accesos a playas y dañará las praderas marinas con los efluentes de salmueras. Pero si las plantas se ubican lejos de la primera línea de mar, aumentarán los costes energéticos del proceso.

Por otra parte, Israel es un país en continua defensa de sus fronteras de ataques de sus vecinos más próximos. De hecho, en conflictos militares anteriores, sus instalaciones de desalinización han sido objetivo tanto de misiles como de ataques cibernéticos. Hasta ahora, la Cúpula de Hierro de Israel ha resistido estos ataques. No obstante, si una planta desalinizadora fuera obligada a desconectarse durante un período prolongado, podría interrumpir el suministro de agua. Y cada vez habrá más.

Además, el agua desalinizada carece de ciertos minerales, como el magnesio, considerados esenciales para la salud humana. Y aún no se conocen las consecuencias a largo plazo de consumir agua que no contiene estos elementos.

Una de las conclusiones más interesantes del estudio es que el efecto del cambio climático es mínimo en comparación con el aumento de la población. Sus proyecciones muestran que el suministro de agua de Israel seguirá siendo precario incluso si no se materializan las peores consecuencias del cambio climático global.

Hemos repasado las principales conclusiones de un estudio interesantísimo que puede servir de guía para todos los gestores del futuro del agua. Por supuesto, que el caso de Israel es difícilmente extrapolable a otros países en los que se refiere a escasez de superficie, densidad de población y conflictos bélicos constantes. Pero hay otros muchos que pueden enseñar a los demás las dificultades del camino.

En este caso , Israel ha decidido un modelo de gestión que abandona la primacía del agua “natural” en su abastecimiento nacional. Y asume el riesgo de provocar grandes impactos ambientales.

No hay otra solución, por los motivos ya expuestos en este artículo. Por eso, el plan maestro hidrológico prevé una disminución constante en el consumo de recursos naturales hasta de un 20% en 2065. Y continuará tratando y reutilizando el 60% de sus aguas residuales domésticas para la agricultura, a pesar de los importantes desafíos ambientales. Así son las cosas allí.

El agua “natural” ya no puede resolver los problemas derivados del incremento de la demografía. Y el cambio climático no es el principal problema. Los clientes del agua, que cada vez son más, le ganan la partida

Lorenzo Correa

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