Reflejo vital entre hojas de guayacán


El guayacán nos fascina. Es un árbol de nuestra querida América hispana tropical, que nos ha dado mucha sombra en el exuberante Panamá. En la época seca, cuando pasan meses sin que una gota de agua caiga sobre el istmo panameño, nos produce mucha ternura.

Imaginamos a sus largas raíces horadando la tierra para buscarla. Y cuando la encuentran, allá en lo más hondo, se apropian de ella sin necesidad de concesión administrativa alguna. Para conducirla por su tronco y ramas y estimular el crecimiento de sus hojas.

Su objetivo no es otro que el de dar sombra a ese inclemente astro rey que nos atormenta cuando nadie nos cobija de sus rayos verticales. En latitudes tan próximas al ecuador, si no hay sombra, no hay vida para plantas y hierbas, ni comodidad para humanos sin sombrero.

Agradecidos por su albergue fresco, nos afanamos en componer un poema de ensoñación con el guayacán. Con ese árbol que une a 12 países iberoamericanos. Y que incluso fue declarado árbol nacional venezolano, en esa variedad de guayacán que allí se conoce como araguaney.

Pero el espectáculo que hace explotar los versos del poema se produce entre los meses de febrero a abril, cuando la seca comienza a manifestarse. Florece el guayacán en un estallido de amarillos vibrantes y rosados. Y sus hojas, huérfanas de agua, comienzan a caer sobre el brocal del pozo.

Entonces el poeta ya no ve su cara en el fondo del pozo e imagina que el guayacán está llorando hojas amarillas. Por el agua que se fue y ya no encuentra allá abajo. Implorando que vuelva pronto, reflejo de la vida que se escapa entre tanto verde perenne

Guayacán

Lorenzo Correa

Visita nuestro rincón de la poesía.

Safe Creative #1608240244452

¡ Síguenos en las redes sociales !

Recibe un email semanal con nuestras publicaciones

Te das de baja cuando quieras.


Deja un comentario