La eternidad del agua en un acróstico.


Con el verbo estremecer hemos compuesto un poema acróstico. De cada una de sus letras, va saliendo un verso que rezuma agua por todos sus poros. Porque realmente estremece contemplar el agua de un río vivo, entre el sol y la sombra, cuando el día va despidiéndose de nosotros. Oímos el rumor del agua, un ruido sordo, vago y continuado.

A veces avisa del peligro. Por eso estremece.  Otras, acompaña en el conticinio y relaja el cuerpo y el alma. Y es precisamente este último tipo de ruido el que también nos estremece, aunque sea de otra manera. En su forma de rumor poético que susurra en nuestro oído los versos que transcribimos. Oímos agua versificada, vemos nuestra sombra en el margen y sentimos algo que nos estremece. El tejer y destejer del agua en el cauce que nunca se detiene.

Dejaremos este mundo y el agua eterna atraerá a otros paseantes en ríos. Su sombra en el margen que  se estremece al ver como el agua tiembla al recibir el reflejo del aliso. Y como el alma del agua y la del árbol, dejan de ser solitarias para establecer una relación fugaz mientras dure la luz del día.

El gran poeta Gamoneda también sintió la eternidad del agua que estremece cuando se sentó una tarde a la orilla del río.   Y compuso un poema magistral al ruido del agua. Lo acogimos en nuestra biblioteca de poesía acuática. Por inspirador, véase la muestra de hoy, y por plasmar nítidamente sobre el papel ese acto de liberación total que se produce cuando, cabe el  río, tocamos, oímos y vemos el agua,  y se generan emociones que extraen de dentro nuestra angustia, en un ejercicio  de seducción pura.

¿Os estremece mirar el río? Probadlo, y dejaos llevar por la lírica estela de la barca del poema  que viaja siempre hacia el mar.

Lorenzo Correa

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