Entristece contemplar un cauce que en pleno mes de noviembre nos muestra su desnudez más cruda y patética. Bajo el puente medieval, que contempla el fluir de las aguas del río desde el siglo XII, los ojos que abren sus cuatro arcos observan estupefactos la ausencia de caudales circulantes.

Las montañas de la cuenca, generadora del agua que la lluvia deposita en sus laderas también están tristes. Hace ya mucho tiempo que ellas también sufren la desnudez del fluido vitalizador que las nubes envían. No llueve ni nieva. Las estaciones del año se suceden y la tierra sigue implorando esas aguas que la nutren.

El cauce también muestra las consecuencias. Su lecho plagado de cantos rodados que ya no pueden seguir su camino, es testigo mudo del otoño seco. La desnudez de los árboles deja ver la realidad fluvial en toda su crudeza.

Los paseantes urbanos miran el panorama desolador y piensan que hay demasiado puente para tan poco río. Cruda desnudez del río sin agua. Rocas, polvo y grisura en la noche novembrina de negros presagios.

Hasta el azud vetusto se asombra del tiempo que lleva sin ejercer su función de retención y derivación hacia un canal que también enseña con vergüenza su desnudez. Así es la sequía en estas cuencas mediterráneas. Contraste entre un amplio y vetusto puente y un cauce seco al que tantos arcos le sobran.

Por suerte, pronto veremos al río ufano lamiendo con nuevos caudales los muros del encauzamiento urbano y demostrando al puente que quienes lo diseñaron no tiraron el dinero. Volveremos pronto a admirar el río vestido. Que las nubes sean propicias para acabar con esta triste desnudez

Lorenzo Correa

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