En el principio el río es solo un gota a gota que va formando chorro. Ese penacho blanco que cae al vacío y comienza tímidamente a buscar la vaguada, donde con amor y paciencia, acaba conformando el cauce.
Desde la divisoria se reparte el agua que cae del cielo. Entonces, por la vertiente, cada gota se suma a sus compañeras que van dando un último adiós a las nubes de las que se desprendieron. Y así comienza el río a crecer. Pero antes, aquí en su niñez se prepara para la adolescencia y la madurez.
También en la elevada soledad del nacimiento de la catarata, se encuentra la nieve. Y ella, también gota a gota va deshilachándose en la ladera. Rocas erosionadas y verdor arbóreo contemplan la apoteosis del viaje de cada gota. Y su despedida de la primera tierra en la que se abrieron sus ojos.
Boeques silenciosos, águilas que pasan surcando el azul cielo, plenas de luz y de alegría. Sinfonía callada del nacimiento de un río.
Lorenzo Correa
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