Escribir sobre el futuro del agua se parece mucho a hacerlo sobre el de la agricultura. No en vano es la actividad humana más consumidora de nuestro elucidado recurso. No hace mucho que se ha puesto de moda el concepto de soberanía alimentaria, como una de las maneras de enfrentarnos a los retos más importantes que nos acechan.
Para extendernos sobre las relaciones existentes entre este tipo de soberanía y el agua que nos impulsa a escribir, comenzaremos mencionando ideas de nuestro maestro Humberto Maturana. El venerado epistemólogo y biólogo, fallecido en mayo de 2021.
Decía Maturana que “la intención de aunar la armonía del quehacer de la agricultura y cualquier actividad productiva con la ética es fundamental. Y enfatizar eso es muy importante.
Porque la agricultura, como “toda actividad humana es pública. Y tiene que ver con la comunidad a la que uno pertenece. Debemos por ello conversar para armonizar las transformaciones que hacemos. Porque de todos modos con cualquier cosa que hagamos estamos alterando el medio ambiente.
Para eso tenemos que conversar, entender, hacernos cargo de lo que nosotros decidimos, el mundo natural somos nosotros. Darse cuenta que hemos cometido errores es magnífico, porque quiere decir que podemos hacer algo para corregir las consecuencias”
Y eso es lo que hacemos aquí. Conversar con nosotros mismos para que otros al oírnos (leernos), hagan lo propio. Comencemos a conversar para entender, recordando a Maturana de nuevo.
“La cultura matriarcal es la que precedió a la aparición de la agricultura y el pastoreo. En ella, las madres cuidaban de su familia en armonía con la naturaleza. El mal en esta cultura solo era un error y se corregía con el conocimiento. Con el tiempo, llega el pastoreo que supone un hito indeleble en la historia de la humanidad: la exclusión del lobo, originalmente realizada por hombres, por los patriarcas. Se quiebra la confianza en la relación con la naturaleza, porque hay que defenderse del lobo.
El pastoreo (vayan haciendo sobre la lectura las similitudes con el “agüeo”), surge cuando una pequeña comunidad que vive siguiendo animales migratorios comienza a impedir que el lobo, que también vive de los mismos animales, siga alimentándose de ellos.
Al hacerlo, la familia establece un límite que impide al lobo el acceso a su fuente normal de alimentación. Y lo excluye en una acción que de hecho constituye un acto de apropiación.
En la vivencia de ese acto como legítimo, surge el emocionar de la apropiación en una dinámica progresiva. Esa que lleva a matar al lobo en lo que se vive como la defensa de lo conquistado a la madre Natura de la misma manera que se defiende la vida. Cuando esto pasa a ser algo normal (porque las familias crecen al estar mejor alimentadas y los lobos decrecen por lo mismo), surge el pastoreo como modo de vida. Del nuestro actual. Y surge también la desconfianza en la naturaleza, el control, la enemistad y la guerra. Porque los instrumentos de cacería se tornan en armas.
Partamos de la base de que, hoy en día, los que usan la tierra para darnos de comer, se encuentran en una encrucijada. Son acusados por algunos de ejercer una actividad que es una de las principales causas del cambio climático y la degradación de la tierra.
Por ello se ven abocados a introducir prácticas regenerativas para que el uso de la tierra se convierta en parte de la solución al problema generado. O a seguir como hasta ahora.
Una de las prácticas más saludables y recomendables para cambiar la forma de trabajar la tierra es la agrosilvicultura. Podríamos definirla como un sistema productivo que integra la gestión de bosques, ganado y pastos o forraje para su efectividad y sostenibilidad ecológica. Sin embargo, esta no es la única forma. Porque hay muchas más soluciones agroecológicas para un uso de la tierra más resiliente. Y solo hay que desarrollar herramientas para hacer realidad su implementación.
Volvamos por un momento la vista atrás. En la década de 1960 del pasado siglo, la Revolución Verde provocó que las grandes multinacionales entraran a saco en el sistema alimentario. Se presentaron como salvadores de los muebles. Su tesis era que el libre mercado globalizado de exportación de alimentos eliminaría la escasez de alimentos y crearía riqueza.
Cierto es que esta revolución provocó un crecimiento exponencial en la producción de alimentos en la segunda mitad del siglo XX. Pero también que impactó gravemente en el medio. Por eso la agricultura industrial, con su dependencia de la mecanización, los abonos químicos y las semillas genéticamente modificadas, fue cuestionada por los más verdes. Debido a su impacto en la fertilidad del suelo y la biodiversidad.
Además, esta revolución originó el desplazamiento de los indígenas para la expansión del monocultivo. Y con ello, la extinción de las semillas autóctonas a causa de la modificación genética. Polémica y debate abierto que trajeron como consecuencia la creación en 1993 de la Vía Campesina. Y este movimiento mundial de agricultores declaró su intención de buscar caminos para un futuro más justo de la alimentación.
Así defiieron el concepto de ‘soberanía alimentaria’ en 1996. Tal soberanía es ni más ni menos que el “derecho de los pueblos a una alimentación sana y saludable». Y surgió ante la agricultura industrial una alternativa de producción de alimentos culturalmente apropiados. Aquellos que nacen de la adopción de métodos ecológicamente racionales y sostenibles.
En la estela de Maturana, la soberanía alimentaria es un llamamiento a la acción y un marco de valores para encajar en él una reconceptualización holística de nuestro sistema alimentario.
El espaldarazo definitivo a esta iniciativa se consiguió en 2007. Ese año se presentó la Declaración de Nyéléni por la transformación del sistema alimentario. Y en ella se enumeraron seis acciones de soberanía alimentaria.
– Alimentos para las personas.
-Valoración de proveedores de alimentos.
-Localización de los sistemas alimentarios.
-Control local.
-Desarrollo de conocimientos y habilidades.
-Y trabajar con la naturaleza.
La soberanía alimentaria, por otro lado, aboga por apoyar la producción local y empoderar a los productore. Se presenta como una alternativa a la ayuda alimentaria y a las subvenciones otorgadas a las corporaciones de agronegocios
A nadie se les escapa que no es sencillo dedicarse a la agricultura. Pero lo cierto es que, en muchos países poco avanzados, es menester de pobres. Tanto, que el 65 % de los adultos pobres que trabajan en el mundo lo hace en ella. Por lo que, recordando de nuevo a Maturana, hay que meter ética en este noble modo de ganarse la vida. ¿Cómo?, pues valorando y apoyando su trabajo que nos da de comer. Y respetando los derechos, sobre todo de los pequeños agricultores, silvicultores y ganaderos. Porque ellos cultivan, cosechan y procesan alimentos. La ética es fundamental en el marco de la soberanía alimentaria.
También la estética. Porque usan semillas y productos químicos como abono, para entre otras cosas, transformar el paisaje. Trabajan sobre, con y desde la naturaleza. Por eso la soberanía alimentaria se opone al uso de organismos genéticamente modificados, fertilizantes y pesticidas químicos. Además del impacto ambiental, tienen enormes costes económicos para los agricultores.
E impactos, no solo en su salud a largo plazo, sino también en la de todos. Entre otras cosas, por esas aguas que contaminan.
En cualquier caso, el objetivo perseguido por los defensores de la soberanía alimentaria es el de satisfacer las necesidades alimentarias de las personas a través de la producción local. Y que las cadenas alimentarias locales que no afectan al medio, generen ingresos en las zonas rurales. Para lograr la creación de una conexión potente entre productores y consumidores. De eso trata la conocida “Agricultura apoyada por la comunidad” que pretende despertar el interés de los consumidores por los productos locales.
Y lo hace fomentando la distribución de productos frescos directamente de las granjas a los consumidores locales. O lanzando programas en los que los suscriptores visitan regularmente una granja cercana y participan en el proceso de cosecha. Tras la pandemia, vino la guerra de Ucrania. Y ahora las huelgas de transportistas planean siempre sobre la garantía de que lejanos productos lleguen a los supermercados.
Por eso ésta agricultura está alcanzando cada vez un éxito mayor y la aceptación del consumidor. Porque es la mejor garantía contra la imprevisibilidad de las cadenas alimentarias internacionales.
Por los datos disponibles, no parece ningún sueño inalcanzable. Según la FAO, el 80% del suministro mundial de alimentos es producido por agricultores familiares. A diferencia de otros de mayor calibre, no tienen que comprar semillas a las grandes multinacionales. Almacenan las mejores año tras año. Y usan las variedades más adaptadas a su zona y clima. Es lo contraio de la proliferación de las semillas transgénicas.
Esas que hacen que desparezcan muchas variedades y técnicas agrícolas tradicionales. Por eso la soberanía alimentaria insiste en conservar el conocimiento local. Y además, en establecer redes para transmitir estas habilidades a las futuras generaciones de agricultores.
Para finalizar, echemos un vistazo a la protección del medio agrícola. La agricultura es una de las principales actividades emisoras de gases de efecto invernadero. Más de la tercera parte proceden de ella. Hay que modificar esta realidad. Porque el aumento de la inseguridad alimentaria y el rápido crecimiento de la población mundial, constituye una amenaza de futuro.
¿Cómo reducir mediante la soberanía alimentaria los impactos ambientales de la producción de alimentos?. Mediante técnicas agroecológicas que disminuyan el impacto ambiental actual de la producción de alimentos. La lucha es contra la deforestación. Porque actualmente provoca el 11 % de las emisiones humanas de gases de efecto invernadero. Y casi todas ellas son debidas a la expansión de la producción agrícola y la gestión ganadera a gran escala.
Sin embargo, las prácticas locales, a pequeña escala y agrobiodiversas de la agroecología evitan la deforestación masiva y los costos de las exportaciones de alimentos. Por otra parte,la aplicación de pesticidas y fertilizantes químicos está afectando a la fertilidad del suelo. Y amenazando gravemente la futura producción de alimentos. Por ello, la soberanía alimentaria aboga por una producción orgánica que regenere los suelos agrícolas.
En este caso,el obstáculo mayor al que se enfrentan es que no parece posible alimentar a una población en constante crecimiento utilizando métodos orgánicos. Aunque la FAO argumente que los terrenos que han recibido abonos químicos durante décadas necesitarían una transición cuidadosamente planificada para mantener los rendimientos.
Por el contrario, los terrenos que hasta hoy solo se abonan prescindiendo de la química, podrán aumentar los rendimientos con métodos orgánicos bien administrados. La pelota está en el tejado por ahora. Y solo el futuro dirá cuál de los dos argumentos se acerca más a la realidad.
La producción sostenible de alimentos es un reto ya de presente. Que atrae al sector público, al privado y a las ONG. No hay más que constatar el éxito del documental “Besa la tierra: agricultura regenerativa” en la plataforma Netflix. En él, expertos científicos y celebridades revelan las formas en que la tierra cultivable puede ser la clave para combatir el calentamiento global y preservar el planeta.
De momento, el Programa Horizonte 2020 de la UE, ha financiado en el último lustro con 3700 millones de euros la investigación e innovación para los desafíos de la sociedad. Y la mitad fue destinado a agricultura y silvicultura.
Toca ahora integrar la soberanía alimentaria en el seno de este programa. Y que esta última década de trabajo hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas en la que nos encontramos le otorgue su protagonismo al cumplimiento del ODS 2 (Hambre Cero).
Para hacerlo, hay que realizar un quiebre y cambiar nuestro enfoque de la seguridad alimentaria a la soberanía alimentaria.
Mediante sistemas agrícolas resilientes. Herramientas clave para ayudar a la prreservación de nuestros paisajes y sociedades en el futuro.
Lorenzo Correa
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