Cuando llevamos mucho tiempo sin ver llover bien desde nuestra ventana, apetece recordar ríos caudalosos. Esos en los que las aguas fluyen por el cauce con alegría. Como si no hubiera un mañana.

Sus márgenes encauzados se dejan lamer por aguas azules o verdosas. Con todas las tonalidades que reflejan el cielo y contiene el agua circulante. Caudalosos cauces preñados de vida. Ictiofauna en su seno, naves de todos los tamaños que flotan en su superficie y puentes que conectan márgenes.

Los ciudadanos observan con indiferencia este paisaje fluvial urbano. Los visitantes admiran la estructura de los puentes y se extasian ante la abundancia del agua. Sobre todo cuando proceden de lugares en los que las cuencas son modestas y el clima no permite que las lluvias se presenten con asiduidad.

Caudalosos ríos que dan envidia a unos, miedo a otros y trabajo a muchos. En ellos se resume una parte fundamental de la historia de la ciudad, del país y de la cuenca.

Admirad el río Neva en San Petersburgo, acostumbrado a traer flotando a la urbe témpanos de hielo. Y el Ródano en Lyon antes de su fecunda y a veces letal unión con el Saona.

Ríos caudalosos en tiempos de sequía desde nuestra ventana. Unos tanto y otros tan poco. Nunca llueve a gusto de todos. Aunque siempre acabe lloviendo, por ahora, no hay signos en el horizonte.

Consolémonos con la contemplación de ríos ufanos. Todo llega en esta vida. Y despidamos a Lyon y a San Petersburgo deseando que cuando podamos volver los ríos que atraviesan las ciudades sigan tan alegres y sobre todo, limpios como en nuestras últimas visitas se nos mostraron.

Sin olvidar nunca a esos airosos puentes que los cruzan y a quienes los construyeron para garantizar la movilidad urbana y el paso del agua.

Lorenzo Correa

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