Ríos de vino. El Tanaro en un atardecer dorado y otoñal


El otoño trae reflejos dorados a los ríos mediterráneos. Por eso es la mejor época para visitar el Tanaro. Ese italiano río que recorre un sinuoso camino desde su nacimiento entre el Piamonte y la Liguria hasta desembocar en el padre Po. Y admirar su cuenca, entre alpina y apenina, que aporta los caudales que enriquecen al Po en su trayectoria hacia el Adriático.

Nuestro Tanaro, hidronímicamente trueno, alpino río en sus inicios que discurren entre valles estrechos y boscosos. En ellos se agita para calmarse después y serpentear entre las colinas de las Langhe. Esas bellas ondulaciones dese cuyas cimas se refleja el sol de un atardecer otoñal velado por la calima. Brillante «z» amarillenta que contrasta con el verdor apagado de los viñedos que pueblan las laderas de las colinas.

Además de disfrutar del paisaje, también podemos degustar aquí buenos vinos Barolo y Barbaresco, extraídos de uvas que crecen ufanas en suelos calizos. Microclima fresco y con abundantes nieblas. Donde las uvas se cultivan en laderas mirando al sur para aprovechar al máximo la luz solar. Las que nos regalan los caldos excelsos del Canaro.

Nos despedimos de este humano río admirando la entrada maravillosa del otoño y la luz áspera pero suavizada por la neblina. La uva recogida, los árboles dejando ir sus incontables hojas. Diáfanos aires nos acarician la piel. Y el cielo sin nubes contempla el tranquilo discurrir de las aguas por los meandros. Las despedimos en su camino hacia el Po que las conducirá al mar mientras llega el invierno.

Oda

Lorenzo Correa

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