Después de todo un larguísimo verano sin agua en los cauces, hemos disfrutado de un azud ufano y rebasado por las aguas. Lluvias recién caídas que parecen regalo de los ángeles.

Imaginamos desde nuestra privilegiada situación de admirador de azudes a los ángeles «esbeltos y adolescentes» que cantara el poeta. Sobrevuelan el cauce revrestidos con su dalmática azul y verde, mimetizados con el paisaje fluvial que circuda el azud.

Su vuelo, incita suave a calmar las tormentosas lluvias de un otoño incipiente. Las que trae aguas indómitas como hace la vida misma. Pero los ángeles no cuidan solo el río y sus azudes. También se ocupan de los pobres mortales que atormentados pasean el paisaje fluvial y cuzan los puentes.

Y el poeta, que ve a todos, imagina escuchar el diálogo del humano atormentado y los ángeles guardianes. El primero se preocupa porque las aguas se detengan. Tiene miedo a que cuando rebasen el azud, no vuelvan en una larga temporada. No quiere que fluyan.

Pero este miedo es aplacado por los ángeles que le susurran, con el susurro del agua, palabras que son un bálsamo para su alma. Deja fluir las aguas y así te dejarás fluir a ti. Porque también eres agua.

Sabias palabras de los ángeles del azud que condensamos y ordenamos en un poema. Fluyen las aguas por el azud y por nuestra alma atormentada. Derrame constante alimentado por generosas lluvias que se traduce en palabras. Que, con el agua, van regateando en versos los obstáculos en la vida y en el río. En la dinámica de la poesía que fluye hasta que la sequía agrieta los tejidos del corazón y las entrañas de la tierra.

¡Adiós ángeles! Gracias por traernos las nubes, aunque sean fogueantes. Y por permitir que las agujas transparentes que caen de ellas lo hayan hecho en nuestro azud. Por dejarnos fluir una vez más

Lorenzo Correa

Visita nuestro rincón de la poesía.

¡ Síguenos en las redes sociales !