El río, hilo en el telar


Subimos mucho para divisar un extenso tramo de cauce. Y al llegar, mientras descansábamos de la caminata, la visión de la corriente, modesta y seguramente regulada, nos relajó.

Entonces admiramos el lento pasar del agua en el silencio del paisaje, que carecía de signos de intervención humana en nuestro campo visual.

Solo los elementos modificaban el entorno. El río, erosionando la roca. La lluvia llevando sedimentos al cauce. El hielo y el agua, escultores con el escoplo del calor y el frío sobre las .laderas.

Nos preparamos para el poema  recordando a Azorín:

Vivir es ver pasar: ver pasar allá en lo alto,
las nubes. Mejor diríamos: vivir es ver volver.
Es ver volver todo un retorno perdurable,
eterno; ver volver todo -angustia, alegrías,
esperanzas-, como esas nubes
que son siempre distintas y siempre las mismas,
como esas nubes fugaces e inmutables

Estamos vivos, porque seguimos viendo volver. La sequía, la inundación, la nube, el agua. Todo va y vuelve y el río espera. Su caudal se va  y es reempalzado en el cauce cuando quiere la lluvia. La que trae y lleva esperanzas, pobreza, riqueza…vida en suma.

Y el tiempo pasa con el agua. A veces lentamente, otras con increíble rapidez. Pero hoy estamos aquí arriba, oteando con atención para ver nacer un poema. Con los cinco sentidos leyendo el paisaje.

Ya surge el poema. Lento porque no hay prisa, mientras vamos leyendo el lenguaje universal del río. Cuando ya lo tenemos, lo guardamos en la mochila e iniciamos el descenso atraídos por el tenue rumor del caudal y por la fugitiva eternidad de las aguas circulantes.

Nos acompaña la canción del agua que continúa su camino para llegar a tiempo a su cita con el mar.

Ya volverá.

Lorenzo Correa

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