El vaso de la presa embalsa las aguas para que no se pierdan. Allí el agua nunca es veneno sino elixir que cura la enfermedad de la sequía. La del desamor del agua por la tierra que en este inacabable verano esrtamos viviendo en  buena parte del hemisferio norte.

Tristeza por las nubes que no aparecen. Confusión en los medios de comunicación con esa insoportable mención a los «PANTANOS», suministrando también  veneno al vaso de la comunicación argumentada y libre de injerencias malsanas.

Melancolía de ver el vaso tan lleno como el de nuestra foto. Y muchísimas ganas de sustituirla por esperanza. Oía el poeta al presidente de FENACORE. Decía que sin obras de regulación en España, en verano solo podría dotarse de agua bendita a 5 millones de personas. Pero en nuestros días veraniegos, se acumulan 15 veces más de consumidores. Todos quieren llenar su vaso sin ningún veneno.

Ahora que el otoño se asoma por la esquina de las tormentas y las DANAS, se nos ocurre componer un poema al veneno. También a las emociones positivas y, como tantas veces hemos hecho, al agua.

En este caso a la escasa agua todavía embalsada en nuestros vasos ibéricos. Continentales e isleños.

Todos son buenos para almacenar y contener agua inoculada con el veneno. El del amor a lo que nuestros antepasqados hicieron y nuestros contemporáneos conservan. Esos vasos de los que ahora no podemos beber. Pero de los que beberemos dentro de muy poco con fruición. Cuando caiga del cielo el agua de la esperanza y poir los desagües de fondo y los aliviaderos se marchen en buena hora las tristezas y las melancolías de los desastrólogos

 

 

Lorenzo Correa

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