China pretende acabar con la sequía mediante tecnología aeroespacial


Si hay algún lugar en el mundo en el que no solo la gestión del futuro del agua, sino también el propio futuro está “de moda”, por sus dificultades innegables y por las incertidumbres del presente, es en China. Ya nos hemos ocupado aquí de la incertidumbre del abastecimiento, que se ha querido resolver con un trasvase sin alcanzar el éxito deseado. Generando más ansiedad, si cabe, con las secuelas ambientales de las obras.

También nos hemos ocupado de las tensiones con los vecinos indios y paquistaníes . De las guerras del agua de la región que también generan la incertidumbre de saber si el solidario reparto de lo que hay entre tantos usuarios será posible mediante un acuerdo pacífico.

Ahora los medios de comunicación nos bombardean con noticias de calor y sequía a diario. Y China, con su inmenso territorio y su no menos inmensa población, es la protagonista estelar.

Leemos en el diario «El Mundo«:

«En varias regiones chinas alrededor del Yangtsé, los aviones están disparando cañones hacia el cielo, utilizando varillas de yoduro de plata para sembrar nubes y tratar de forzar lluvias que sofoquen la peor sequía que se recuerda en el gigante asiático en más de 60 años. Los programas de modificación del clima se extienden por el centro y el suroeste de un país abrasado por una ola de calor sin precedentes».

El seguimiento de la evolución de la gestión del agua actual y la futura en China es apasionante. Porque  el problema fundamental a resolver por los gestores es el de la superpoblación y la ubicación de las personas en grandes ciudades. Esas  que deberían ser «smart cities» pero que en el mejor de los casos solo aspiran a ello, con el consiguiente abandono del ámbito rural. Ahí China se convierte en el lugar al que todos miran. Porque  si son capaces de resolver sus problemas, el resto del mundo podrá aprovecharse de las soluciones para mejorar también su gestión.

En la búsqueda de soluciones, destaca la que ya hace tiempo que cada vez que hay una sequía severa adoptan  las autoridades del noreste de China. No es un tema novedoso. No es ahora la primera vez.  Hace lustros que se recurre  a la lluvia artificial. Bombardeando nubes para que la química alivie la situación. Y para que las escuálidas cosechas se recuperen gracias a la benefactora lluvia. Alejando el fantasma del hambre y de la inflación.

Ya en el año 2018, el diario South China Morning Post mencionó  la adopción, por parte de los gestores del agua, de una contundente medida para conseguir más recursos del cielo en una enorme cuenca. Aplicar tecnología militar aeroespacial de última generación para desarrollar un sistema de modificación del clima a bajo coste. Y que consiga hacer llover sobre la meseta tibetana, la mayor reserva de agua dulce de Asia.

Y en 2021,  la agencia China Sinhua News publicó una noticia impactante: El gobierno de Xi Jinping estaría buscando aumentar sus precipitaciones, con lluvia artificial, para llegar a cubrir 5,5 millones de kilómetros cuadrados en 2025. Esto representa casi el 60% de su extenso territorio. Y hace solo unos meses, el diario South China Morning Post informó que están probando una tecnología que podría aumentar las precipitaciones en la meseta tibetana hasta en 10.000 hm³ / año.

Esto sí que es cambio climático, amigos. Y es el primer resultado visible de las investigaciones  que China, como Rusia y Estados Unidos, han estado desarrollando para desencadenar inundaciones, sequías y tornados, utilizando la generación de desastres naturales como arma letal contra sus enemigos en caso de guerra abierta. Como la que hoy en día ya tenemos en Ucrania, es decir en Europa.

¿Por dónde van los tiros? Hagamos un poco de historia. Cuando colisionaron Asia e India, el resultado fue lo que hoy conocemos como la meseta tibetana, cuya forma es rectangular, con lados ligeramente superiores e inferiores a los 1.000 km de longitud y a una cota media superior a los 4.000 msnm.

La surca un valle con dos enormes lagos y su barrera natural son las cordilleras de Kunlun y el Himalaya, que detienen los vientos cargados de humedad.  Se pretende conseguir que estos vientos monzónicos no se detengan allí, sino que utilicen su humedad para generar nubes al otro lado de la muralla.

Porque en el último medio siglo se han venido registrando temperaturas cada vez más altas, lo que ha supuesto una importante reducción en la longitud de los glaciares, con el consiguiente incremento de la aridez y la desertificación. Tan importante que ha desparecido el 15% de su longitud total, equivalente a 8.000 m² en los últimos 30 años.

Este es el origen del problema, puesto que los principales ríos de Asia nacen en la meseta: los chinos Amarillo y Yangtsé de China, el Indio Brahmaputra, el Mekong y el Salween. Por eso los chinos quieren compensar con tecnología las lluvias que ya no caen naturalmente. Esta es una de sus estrategias del futuro del agua.

Por eso China está instalando una extensa red de cámaras de combustión en las cumbres de las montañas de las cordilleras. Así el Tíbet volverá a ser de nuevo un lugar “sagrado” para los chinos, como lo era antes de la invasión maoista del siglo pasado, aunque en esta ocasión lo será también por la generación artificial de lluvia.

Considerarán algunos como milagro el que las cimas de las montañas difundan al cielo desde estas calderas que queman combustible sólido el producto resultante, yoduro de plata, el famoso siembra nubes, del que tanto nos hablan ahora, cuya estructura cristalina es muy similar a la del hielo. Así, si todo va bien, aumentarán las precipitaciones en la zona, generando volúmenes de hasta 10 km³ anuales, agua suficiente para asegurar el consumo del 7% de toda la que usan para la industria, el riego y el hogar los chinos.

Utilizarán la tecnología del combustible sólido en las cámaras de combustión de sus cohetes para provocar un radical cambio climático y disponer así de más agua.

En un principio, la cuenca sobre la que precipitarán estas esperadas y tan deseadas lluvias supera el millón y medio de kilómetros cuadrados. Es decir que su superficie es equivalente a la de Irán o Libia. Desde las divisorias de cuenca de mayor cota, las calderas emiten el yoduro de plata. Ese que se encuentra con las corrientes ascendentes de vientos húmedos frenados por las escarpadas vertientes montañosas. Así inducen la precipitación sólida o líquida. Ya hay medio millar funcionando en el Tíbet y en la provincia de Xingjiang. Allí están las míticas Montañas Celestiales y sus hermanas las Montañas Flameantes. Ambas ocupan el inmenso imaginario emocional de los chinos.

Pasemos de la emoción a la razón. La tecnología empleada procede de la  Corporación de Ciencia y Tecnología Aeroespacial de China. Y en ella ya llevan realizados casi medio centenar  lanzamientos al espacio, lo que supone el mayor número de misiones de su historia.

Incluyen a la sonda lunar Chang’e-4, al cohete portador Gran Marcha-5 y a diversos satélites de navegación BeiDou. Al ir tan lanzados, se comprende que también se ocupen de la lluvia. Y hagan coincidir en el tiempo tres retos muy importantes. Generar más agua, expandir la exploración lunar y construir la primera estación espacial de China.

En este sentido, el presidente de la corporación aeroespacial, fue muy claro. La industria espacial de China integrará su programa de modificación climática con el proyecto Sky River de Tsinghua

Curiosa relación del agua con los cohetes espaciales. Esa que los chinos fomentan aprovechando su elevada experiencia en el diseño y desarrollo de los cohetes espaciales. Con ella hacen posible estas misiones, aplicando la tecnología puntaa  sus motores. Para fabricar cámaras de combustión destinadas a la producción de lluvia. Así pueden quemar eficazmente combustible sólido de alta densidad en un medio muy poco oxigenado, ya que están trabajando a más de 5.000 metros de altura.

Las experiencias de la investigación que les  permite ir en cabeza de la carrera espacial son fructífereas. En el caso que nos ocupa, los chinos ya han adelantado a los norteamericanos que habían hecho algunas pruebas piloto, pero sin lanzarse a hacerlas a gran escala. Y los chinos las están haciendo, recogiendo ya diariamente datos en tiempo real. Lo consiguen mediante 30 pequeños satélites meteorológicos que efectúan el seguimiento continuo de los monzones en el Océano Índico. Y reforzando los resultados finales con el empleo de métodos convencionales, más cercanos a la tierra. Sembrando nubes, con bases artilleras, aviones y drones. Eso es lo que ahora los diarios publian como noticia bomba.

Esta medida es solo de apoyo y refuerzo, ya que las cámaras, al revés que los aviones y drones no exigen el establecimiento de una zona de exclusión aérea. Y eso es lo que hace perder mucho tiempo. Además de generar conflicto con los permisos.

Curiosamente, esta zona es una de las más secas del planeta. Tiene precipitaciones mínimas típicas de un desierto, pues cae menos de 1mm al año. Sólo se genera lluvia cuando el aire húmedo se enfría y colisiona con partículas que flotan en la atmósfera. Entonces crea gotas de agua pesadas. De ahí que el yoduro de plata sea la materia prima, en forma de partículas, necesaria para generar más lluvia.

Para controlar y conocer mejor el movimiento de sus partículas, se apoyan en datos del radar. Y comprueban que, en un régimen de suaves brisas, las partículas ascienden gracias a ella a más de 1000 m por encima de las cumbres. Así consiguen situarlas del otro lado. O sea llevar el agua a su molino. Afirman también que cada cámara llega a generar una franja de nubes gruesa.Y que se extienden a lo largo de más de 5 km. Ella , en ocasiones desata espectaculares nevadas nada más comenzar a funcionar.

Todo el sistema se nutre de energía solar. También  las cámaras se pueden operar con una aplicación de teléfono móvil. Funciona a miles de kilómetros de distancia a través del sistema de pronóstico vía satélite.

Por último los costes de cada cámara son relativamente moderados. Unos 8.000 US $. Aunque  descenderán si la producción se intensifica. Por su parte, un avión de siembra de nubes cuesta cientos de miles de dólares. Y cubre un área más pequeña.

Como siempre procuramos hacer, después de conocer la cara amable de la noticia, vamos a darle la vuelta a la moneda. Averigüemos cuáles son las incertidumbres que ensombrecen tan halagüeño panorama. La primera incertidumbre es espacial. No se puede elegir el mejor lugar para instalar una cámara de combustión que produzca lluvia. Por eso, en este caso el lugar elegido es un espacio multinacional. Lo malo es que en él hay  otros países ávidos de asegurar su futuro del agua.

Por lo tanto, el escenario elegido ya supone una fuente de tensión, independientemente del resultado obtenido. Porque  en la situación de partida, por escasa que sean las precipitaciones, las únicas cuencas que aportan recurso tienen ahí sus cabeceras. Además de  sus glaciares, acuíferos y neveros.

Otra incertidumbre es la de encontrar la mejor forma de mantener la operatividad de las cámaras en uno de los lugares más remotos y hostiles del mundo. Primero para evitar que la llama se extinga en la casi total ausencia de oxígeno. Ello ha exigido importantes y constantes mejoras en el diseño. Hasta conseguir que funcionaran durante meses e incluso años, sin requerir mantenimiento.

En segundo lugar para que la quema de combustible sea limpia y no emita gases que dañen el medio.  En este caso, aseguran que emiten solo vapor de agua y dióxido de carbono. Otro inconveniente más es el de conseguir que las cámaras funcionen en ausencia de viento. O cuando no sopla en la buena dirección, cosa que hasta ahora no se ha conseguido

Ya solo queda esperar y confiar. Creérselo o no. ¿Será esta enorme obra el milagro que en China esperan para tener agua en 2025? ¿Afectará al medio local y/o globalmente?

Del éxito de la actuación emprendida depende el futuro del agua de casi la mitad de la población de la Tierra. Los que usan el agua de la meseta tibetana y residen en China, India, Nepal, Laos y  Myanmar. Y también en otros países del sudeste asiático pertenecientes a esas cuencas.

Los científicos dudan. Porque un experimento de siembra de nubes de esta magnitud no tiene precedentes. Aunque  están esperanzados. Porque el éxito de la arriesgada actuación daría respuesta a muchas preguntas aún sin respuesta para la Academia

¿Afectarán al clima? ¿Se les puede ir de las manos? ¿Funcionarán bien? ¿Producirán suficiente agua?

La pregunta más urgente de responder es la de si el gobierno chino dará luz al proyecto cuando el período experimental finalice. Porque hay quien cree que “arrastrar” las precipitaciones interceptando la humedad podría afectar negativamente a otras partes de China, reduciéndolas.

Incertidumbres del futuro del agua. Futuro inquietante en China. Está comprando tierras por el mundo para tener alimentos. Pero el agua que necesitan no la pueden comprar. Difícil papeleta para el gobierno chino. Tiene que tomar una decisión sí o sí. Esperemos que ésta sea la buena. O que al menos que no desvistan a un santo para vestir a otro.

Mientras tanto, otro de los grandes trasvases chinos tiene dificultades en el avance de las obras. Se trata del túnel de 1.000 km, el más largo del mundo, para transportar agua desde el Tíbet hasta Xinjiang. Desciende desde la meseta tibetana, hasta la llanura. Con él se pretende  «convertir a Xinjiang en California«. Pero le cuesta avanzar.

Paradójicamente, los altos niveles piezométricos de los acuíferos atravesados causan continuas infiltraciones en lo excavado. Y afectan seriamente el cronograma de construcción

Pero de esto, ya hablaremos otro día.

Lorenzo Correa

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