Es verano y el río aprovecha la ausencia de lluvias para desnudarse y dejarnos ver sus interioridades. El río desnudo en nuestras fotos,es un río de gravas. Y por ello, sus intimidades son bolos, cantos rodados que ocupan lecho y márgenes sin orden ni concierto.
O, como en la foto de portada, con el orden concertado que el ser humano ha impuesto para crear un margen artificial dentro del cauce. Un río dentro del río, rectificado y canalizado para que los ribereños puedan pescar sin dificultad.
Río desnudo que enseña sus esculturas. Esas que se hacen rodando y por las que circula la sangre de los caudales que las modelaron. Materia prima arrancada de la madre tierra, en un parto de varón. Arrancadas de la carne fluvial y dispuestas en exposición itinerante cuando el río está desnudo.
Los caudales circulantes demuestran su amor por el terreno que los acoge. Lo besan, acarician y miman con las yemas de sus dedos-gotas. Y así van arrancando y depositando rocas que van tomando formas en su desintegración, hasta convertirse al final de su viaje en arena para la playa.
Pero aquí el mar aun está muy lejos y el río desnudo nos muestra sus esculturas, ahora que la luz puede sacar de la piedra todos sus matices. Esa luz del sol que espanta la lluvia pero permite que se abra y se visite el museo .
Contemplamos hoy al río desnudo en su cauce embelesado. Admiramos sus inmóviles esculturas. Pero sabemos que quizá mañana, el agua lo vuelva a vestir y traslade esas obras de arte a otro tramo del cauce. O a la zona inundable. Mientras esto no ocurra, deleitémonos en el museo del río desnudo.
Lorenzo Correa
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