El alma y el agua se serenan en el remanso


El agua, como la vida, está siempre en movimiento si quiere conservarse en el mejor estado posible. Pero a veces, a ambas les conviene aquietarse y reducir su velocidad de crucero. Entonces, se introducen en un remanso.

En él, el agua y la vida se serenan. Aunque siempre hace falta una presa o un accidente natural  como un meandro para que la ira, la discusión, la angustia o el miedo se apacigüen. En esa tesitura, acontece el remanso de paz al que todos aspiramos en la vida. Y al que el agua necesita para serenar sus caudales y sedimentar sus sólidos en suspensión.

Remanso siempre poético el de los embalses. Aguas quietas que recuerdan su violento discurrir por la cuenca alta, sorteando obstáculos  y erosionando márgenes y lechos fluviales.

Como para nosotros es la madurez, el remanso en el que se sedimenta el aprendizaje con la contemplación de la experiencia. La lluvia envía el agua a la tierra. Y cuando se une a ella, se convierte en aguabrava, viva. La que mana y corre naturalmente. Si no se detiene al cabo de un tiempo, tan continuo movimiento acaba por enloquecerla.

Para eso está el remanso. Como en la vida,  para llegar a él, hay que superar varios estados. Tierra líquida, agua terrosa, cauce ufano, velocidad animada por la juventud. Y al llegar al remanso, agua tranquila, clara  y limpia.

Desde ahí, queda un plácido camino lento y tranquilo hasta el mar. El del futuro, ese al que no tenemos más remedio que echarnos si nos persigue el león  de la vida, sin miedo, porque venimos del remanso.

 

Lorenzo Correa

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