Cuando éramos niños, nuestros mayores nos decían justo después de llover que olía a » tierra mojada». Los ingleses denominan a esta benéfica sensación olfativa «petrichor». En español se denomina petricor, neologismo que  la Real Academia de la lengua está todavía estudiando su incorporación al diccionario académico del español.

Ahora que ya sabemos de qué hablamos, podemos reproducir esa emoción que nos embarga cuando, tras un período prolongado de sequía, la lluvia nos visita empapándolo todo. Vemos correr el agua por las calles y encharcarse en los campos. Oímos crepitar a las gotas cuando encuentran algo sólido con lo que chocar cuando caen del cielo. Y olemos el ptericor.

Petros, piedra e ichor, el fluido que corre por la sangre de los dioses. Estas son las palabras  con las que los griegos nos legaron una emoción lluviosa. El petricor. Y en 1964 dos científicos australianos, Bear y Thomas, las unieron y publicaron por primera vez en un artículo de la revista Nature

Ellos descubrieron que este olor del petricor procede de un aceite exudado por algunas  plantas durante la sequía. El suelo arcilloso lo absorbe y al llover se libera en el aire junto con otro compuesto Es la geosmina, producida por bacterias, que emana del suelo húmedo, provovando el olor que nos emociona.

Interesante definición científica del petricor. Con ella en el olfato y en el corazón, el poeta se lía la manta a la cabeza y redacta la suya propia en forma de poema. El que hoy les regalamos a nuestros lectores. Sobre todo a los que hace ya algunos meses que no ven llover. Que no oyen a la lluvia golpear sobre los tejados. Los que no podemos disfrutar a conciencia del aroma del petricor.

Lluvia, te esperamos.

Lorenzo Correa

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