Dicen que la lluvia se deja caer tierra adentro allá donde el viento  y la orografía se ponen de acuerdo. Viéndolas, imagina el poeta la génesis del agua en el cielo mientras mira hacia arriba y delimita una porción de aire en la que se va a producir el milagro. Y allí, pequeñas gotitas de agua líquida o cristalillos de hielo enturbian esa zona hasta entonces transparente del cielo. Entonces nace la nube ayudada por minúsculos núcleos de condensación.

Al multiplicarse las gotitas, van chocando unas con otras, manteniéndose en equilibrio gracias a las dos fuerzas que actúan en el cielo. La gravedad, que quiere atraerlas a la tierra y las corrientes ascendentes dentro de la nube. Balance justo en el cielo, nube asegurada y bien visible.

Después llega el viento y el efecto Foehn. La nube se ve impulsada a ascender al encontrar una montaña. Y la masa de aire se enfría hasta que el vapor de agua que contiene se condensa. Entonces llega la lluvia y se deshace la nube.

Hoy el viento está moviendo nuestra pluma mientras miramos al cielo. Las nubes vienen y van. Aparecen  y desaparecen.  Todas estimulan nuestra imaginación haciendo levar anclas a cualquier objeto que contempalmos. Para viajar de la prosaica tierra al cielo de nuestra imaginación poética.

Allá arriba todo se funde en las aurorales nubes de nuestra fantasía. E imaginamos dónde caerá la lluvia  y cuántos arroyos generosos formará el agua en la tierra hoy tan sedienta y necesitada. Algunas nubes dejarán caer la lluvia en el mar, dode el efecto Foehn descansa.

Agua sobre agua. Ideal fundido en otro ideal con el cielo siempre por testigo

Lorenzo Correa

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