Cauces rocosos


Nos ha sorprendido encontrar dos tipos de cauces rocosos en el mismo río. Uno, natural y en estado prístino. El otro modificado por la humana mano. Pero los dos rocosos. Concertado de escollera en los cajeros del canal que conforma el tramo urbano.

Gravas viajeras durmiendo la veraniega siesta en el lecho. Cauce y márgenes cinceladas a mano son rocosos. Y dejan espacio para que los paseantes podamos caminar sin obstáculos ni contratiempos por la ribera, admirando el panorama del río hecho a medida, con sus dos paseos marginales, sus farolas y su contenedor de basura.

Veníamos de aguas arriba. Allí también márgenes y cauces eran rocosos. Pero se presentaban a los ojos del viajero de manera muy diferente. Río salvaje, lecho con posibilidad de dormir fresquito a la sombra de la vegetación de ribera. Márgenes abruptas con bruscas erupciones de granitos airados.

Un río fuerte  y acostumbrado a que sus caudales circulantes se hagan oír cuando se dirigen a la urbe. Un río de aurora, fuerte y vivo. Y otro de ocaso, domesticado y útil.

El primero hace lo que siempre ha hecho. No ha visto grandes modificaciones en su ser con el paso del tiempo. Porque los ríos rocosos dejan poco margen a la elasticidad de sus cauces. El segundo ha sido adaptado a la planificación urbanística municipal. Y puede preguntarle a sus artífices hasta para qué período de retorno está diseñada su sección.

En el tramo de arriba se siente la  atracción de la ribera hacia el cauce. En el de abajo, la vegetación está confinada en un dominio privado y jamás cruzará la calle para tocar el agua. Respecto al contenedor de vidrio, quién sabe si algún día conocerá mundo navegando por su cercano amigo río. Ríos rocosos, tan lejos y tan cerca.

Lorenzo Correa

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