Chorro vivo que muere en el remanso


En la cascada que hemos visitado para inspirarnos, el chorro está vivo. Fluye con fuerza, tintada de un marrón arcilloso extraído por las lluvias. El entorno huele a tierra mojada.

Y el chorro nos advierte de la presencia de esa agua corriente cercana. Es un agua que no debemos tocar hasta que se remanse después de que el chorro haya hecho volar el agua por el tobogán transparente de la caída.

Llovió sobre la tierra y el agua terrosa llegó al cauce. Ahogadas en aire y agua, las notas musicales de la cascada llegan a nuestros oídos para inspirarnos con la magia del chorro.

Caída sucesiva de gotas iguales y menudas que se convierten en terrosa sábana en su precipitado descenso  y se serenan en el remanso donde parecen apetitoso chocolate que nos invita a llenar la taza.

Soledad en el bosque lleno de árboles recolectores de agua que verdean. Así le  agradecen a las nubes que se fijaran en ellos para abrir su boca grande y gris  y soltar su carga mirífica. Entonces, el chorro recoge todas las aguas. Y las unifica sin importarle su color.

Fusión de tierra, ramas, hojas y lluvias. Llueve en el bosque de la cascada panameña. La humedad nos hace sudar entre evaporaciones  y licúa la tierra. Melancolía en la jungla.

Chorro en el que converge la suave tierra carne. Ya tenemos tu poema para guardarlo  en nuestra biblioteca. Porque en ella nos recordará la tarde en la selva en plena época de lluvias. Con él nos alejamos mientras cae la noche parda.  Mientras,  el sol se hunde en la tierra y el chorro nos murmura rumores de cascada

Lorenzo Correa

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