Radiantes y acogedoras charcas


Interrumpen las charcas con su receptáculo de agua el paisaje monótono de la llanura. Cada vez que nos topamos con alguna de ellas, miramos en su interior. Y nos preguntamos si está medio llena o medio vacía.

La respuesta seguro que la tienen sus huéspedes. Los habitantes itinerantes de estos hoteles de lujo para viajeros esforzados, con mucha ruta por detrás y por delante. ¡Cómo no loar a las charcas con un poema con la cantidad de clientes que usan sus instalaciones gratis et amore!

Los cúmulos se miran en la aurora. Esperan que el sol salga de sus entrañas para verse mejor, mientras que el astro rey se prepara para desvanecerlos. Antes y después, las charcas son espejo que depende de un cielo radiante. Para reflejar todo lo que sobre ellas acontece.

Rayos solares las penetran con la intención de vaciarlas en una guerra incruenta donde a veces el agua se evapora y a veces cae indolente. Plata en su lámina de agua si está nublado, azul si el día es despejado. Colores en el agua y en sus márgenes.

Juncos erguidos de un verde esperanzador que alguna vez doblaron aguas pasadas. Lecho que infiltra lo que se esconde de la avidez solar, para que el acuífero almacene el preciado líquido que algún día hará falta.

Charcas, jardines que se mueven cuando el viento los visita. Y la fauna que descansa o se abastece del tesoro guardado cuando el clima es benigno y las bombas no actúan en demasía.

Poema  dedicado a esas charcas tan humildes como generadoras y embellecedoras de paisajes. Se merecen ocupar su lugar en nuestra biblioteca.

 

Lorenzo Correa

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