Acercarse al río en el fragor de la avenida tiene un efecto mágico sobre el poeta. Desata emociones similares en intensidad y fuerza a los caudales circulantes. Se desata un fenómeno de atracción física que provoca un imparable deseo de acercarse al agua que vemos fluir libre y oímos rugir entre peñas y árboles semisumergidos.

Queremos sentirla en nuestro cuerpo  y también en nuestras manos. Pero, sobre todo, en nuestro corazón. Desaparece el miedo, se sueltan las amarras de la contención y de la prudencia. En el último momento, un ápice de cordura nos detiene. ¡Cuidado! Esa atracción es peligrosa.. Nos vienen a la mente imágenes de personas que están a punto de ahogarse y acaban hundiéndose y desapareciendo en la corriente sin remisión.

Pero el poeta tiene un último recurso para continuar disfrutando de la atracción sin perder la vida. Es, claro, el de refugiarse en su mente para sumergirse con ella en los caudales desatados de aguas libres, frescas y espumantes.

Y esa atracción se traduce en versos, tan apasionados como prudentes. Cantan la belleza  y la grandeza del agua en movimiento. Auguran un futuro venturoso para los que las usarán cuando un embalse o el propio cauce en su dilatado curso las tranquilice.

Así tenemos con nosotros este poema de atracción y de precaución. Exuberante y admonitorio. Lleno de imágenes bellas, como el fluir del agua por el río. Y evocador de riqueza futura, cuando riegue campos para hacerlos feraces y apacigüe la sed del hombre, la bestia y la tierra.

Es la poética atracción del agua libre.

 

Lorenzo Correa

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