Hemos dado muchos paseos con sus consiguientes reflexiones por las márgenes de los ríos urbanos. Su reflejo de humanidad es tan intenso que nos seduce visitarlos y comentarlos. Pero hoy, hemos decidido visitar ríos vírgenes. Pasear por cabeceras de cuenca tan modestas como ufanas. Para así poder comparar paisajes y emociones. Y también valorar el esfuerzo que significa llegar a contemplar la humanidad de los ríos inalterados por el ser humano.

Paisajes inalterados. Caos natural en estado puro. En los ríos vírgenes no hay huella humana aparente. Sus aguas corren libres sorteando obstáculos que la climatología ha puesto en lugares inverosímiles. Los  caudales son abundantes, porque aguas arriba del tramo que visitamos, nadie los deriva para llevarse el agua a su molino. Y, como son vírgenes, tampoco ensucia sus aguas.

Vegetación exuberante, tonalidades en la corriente que permiten a los minerales del lecho y márgenes disolverse y fluir. Mezclas de colores, sedimentos, leña  y rocas.

El caos ordenado de la Naturaleza de los ríos sensatos. ¡Qué lejos está el mar! Hasta llegar a él los ríos vírgenes tienen por delante un recorrido tan difícil como natural…

Dejamos nuestros ríos vírgenes correr tranquilos cuando el crepúsculo que sostiene la realidad da paso a un ocaso dorado. Mientras descendemos a las tierras de los ríos ordenados en paisajes amables para la civilización, reflexionamos.

¡Cómo serán los ríos vírgenes cuando nadie los mira! Y no sabemos qué responder. Ante la duda,. seguiremos sudando, mientras que el cuerpo aguante para regresar a sus dominios. Seguro que algún día obtenemos respuesta. Por supuesto, antes de que dejen de ser vírgenes

 

 

Lorenzo Correa

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