Estar en la cárcel supone no poder disfrutar de libertad por haber hecho algo ilegal. Quien impide el goce de la libertad son las rejas. Es ella la que, aun dejando ver el exterior, condena al preso a no poder moverse a sus anchas. A quedar recluido en una superficie muy reducida donde purgará sus culpas.
En nuestro último paseo fluvial, tuvimos la desgracia de ver a un cauce interrumpido por una reja. Un río cautivo. Nos preguntamos inmediatamente que es lo que le habría llevado a sufrir semejante castigo. Y no encontramos más respuesta que la derivada de la observación de su entorno.
Un urbanismo desaforado, en cuanto a su falta de respeto por la libertad del cauce, le había llevado a ver degradada su libertad con esa reja digna de los mejores presidios que observamos en las películas policíacas.
Las edificaciones que habían conquistado el espacio fluvial, modestísimo, por cierto, de tan humilde cauce, se habían abalanzado sobre él ocupando todo el espacio disponible. Hasta violar con esa reja el último espacio de libertad que todo río tiene. Su cauce.
Después de habernos pasado 40 años en nuestro trabajo cotidiano velando por el cumplimiento de la ley…de aguas, la visión de la reja y sus contornos nos sumió en una gran melancolía y tristeza. Porque ¿de qué nos sirve loar cada vez que podemos las ventajas de la ingeniería hidráulica si acabamos encontrándonos con esta desgraciada realidad?
¿No hay guardería fluvial que, ejerciendo su función de policía de cauces, pueda denunciar lo que aquí se ve? La reja va además reduciendo su capacidad de desagüe, porque cada vez que llueve fuerte, el río deja en ella sus flotantes. Suponemos que cree que cuando esté completamente tapada, desaparecerá de su vida. Como el avestruz cree que el peligro que acecha se desvanece si mete la cabeza bajo el ala.
Como pudimos, limpiamos la reja de arrastres y abandonamos la escena rezando para que la Providencia haga un milagro que permita salir al río de la cárcel. Porque como la reja se colmate, alguien tendrá que salir de su casa o su garaje.
Lorenzo Correa
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